Lluís Homar o el príncipe que cautivó a Goethe
Xavier Albertí vuelve al Teatro de la Comedia con “El príncipe constante”, de Calderón, “un canto a la libertad individual”, en palabras del actor y director de la Compañía Nacional
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El éxito de 1415, cuando Ceuta fue tomada por las tropas lusas a los musulmanes, sirvió de ejemplo para que, en 1437, los infantes de Portugal don Enrique y don Fernando decidieran comandar el asalto a otra ciudad cercana, Tánger. Sin embargo, el resultado fue el inmediatamente opuesto: cayeron derrotados y fueron encarcelados en Fez.
Entre otros, así lo recogió Calderón de la Barca en “El príncipe constante”, en el que también quiso plasmar las penurias que padeció el príncipe Fernando durante su encierro. Aunque, en esta ocasión, el cautivo dista mucho de la actitud de Segismundo, el otro preso ilustre del escritor madrileño. El protagonista de esta pieza, en palabras del filólogo Jorge Fernández Gonzalo, “hará gala de su piedad y su tesón, en sintonía con los altos valores de la nobleza cortesana de la época y el discurso neoestoico en boga”.
Es en ese punto cuando la Historia nos cuenta que si el rey marroquí decidió intercambiar su vida a cambio de la devolución de Ceuta, el infante se negó por el agravio que ello conllevaría “para todas las almas allí convertidas a la fe cristiana”, explica el filólogo de un argumento con el que Calderón descubre facetas del comportamiento humano no visibles hasta ese momento, conjugando la defensa de la libertad individual con aspectos del amor humano y su proyección hacia lo trascendente, frente a las imposiciones de la razón de estado.
Un episodio que, según alertan los expertos, ha pasado al imaginario a través del filtro de la ficción que ha terminado por dar a don Fernando un carácter heroico que cogió todavía más fuerza tras la reinterpretación que Luís de Camões en “Os Lusíadas” (1572). Texto que conocía Calderón al escribir, en 1629, su “Príncipe”. En ambas versiones, el protagonista renunciará a su libertad en contra de los documentos de la época: unas cartas firmadas por el infante que muestran sus súplicas desesperadas por ser liberado. Sin embargo, la leyenda ya estaba forjada.
De esta forma, el mito llega a la Comedia madrileña de la mano de Xavier Albertí, director y responsable de la versión, y de Lluís Homar, don Fernando en la función y director de la Compañía Nacional, además de los Arturo Querejeta (Rey Moro), Beatriz Argüello (Fénix), José Juan Rodríguez (Muley)... que completan el reparto de catorce actores y un cuarteto de cuerda (Cuarteto Bauhaus).
“Un texto indispensable”, dice Homar, que jamás se había representado en la institución que lidera: “Un canto a la libertad individual. Tiene la resonancia apabullante del teatro universal que atraviesa los siglos y las épocas”. Para Albertí, “una obra fundamental en mi biblioteca ideal”, además de un título que cautivó a tres figuras de la dramaturgia europea: el ruso Meyerhold, el polaco Grotowski y el alemán Goethe.
No dudó este último en afirmar en una carta de 1804 a Schiller que, si toda la poesía del mundo desapareciera, sería posible reconstruirla sobre la base de esta obra. Representaba “toda la poesía del mundo” y, aun así, casi cuatro siglos después de su escritura, se sigue sin saber en qué género englobarlo: “Los estudiosos no se ponen de acuerdo si es tragedia, drama, una pieza de capa y espada, de santos o si el bufón Brito (Jorge Varandela, en este espectáculo) es un nuevo concepto en sí mismo”, confirma un Albertí que ya visitó recientemente el Teatro de la Comedia con otro Calderón, “El gran mercado del mundo”.
Sea lo que sea, el director –y también responsable de la música– promete que su versión se deshace de “yesos añadidos a la pieza original. Lo que considerábamos que había sido sumado en las versiones posteriores se ha ido fuera. Calderón usó estructuras métricas simples como el romance y la silva, y, a su vez, obedece a los preceptos de la comedia nueva de Lope de Vega. Yo apenas le he quitado 40 o 50 versos de los 3.000 que tiene”.
Reconoce Albertí que le ha “emocionado” comprobar que “El príncipe constante” “no es una pieza de arqueología teatral” porque “hoy, que hemos sido obligados por ley a quedarnos encerrados en nosotros mismos, invita a que ese viaje interior no sea un salto al abismo y nos da las herramientas para ello. Es una escuela para aprender a ser, que no para aprender a vivir. Nos enseña la historia europea, pero también es una travesía a las puertas de esta nueva época en la que entramos ahora y en la que lo espiritual, sea lo que sea la fe, debe estar con nosotros para liberarnos de la conciencia de que somos un producto de los mercados”.
Coincide Querejeta en las palabras de su director y se niega a aceptar que somos ese animal del capitalismo: “Somos gente que se reconoce y se respeta, aunque piense diferente. Que ese respeto siempre esté ahí, hasta en los escenarios más difíciles como la guerra o la muerte, hace que surja la grandeza humana”. Así, asegura el actor –clásico de la Compañía Nacional desde tiempos de Marsillach– que este texto de Calderón es “de los más complicados” que ha hecho. “Está lleno de figuras retóricas y de poesía y que eso surja de una manera natural para que hagan el viaje contigo es un placer inagotable”.
Por otro lado, “El príncipe constante” ha sido citado para cuestionar el inicio de la colonización cultural europea sobre África “y como esa colonización se proyecta sobre todas las colonizaciones y sobre la construcción cultural, política y económica del eurocentrismo. Construcción que no cesa de arder en nuestras manos”, comenta Albertí de un texto que analiza la lucha entre el islam y el cristianismo, “aunque no es una lucha entre culturas”, de ahí que se haya eliminado el orientalismo del vestuario.
Permite analizar cómo, en boca del director, esa puja “se transformaba en la lucha entre cristianismo primitivo y catolicismo contrarreformista; porque en ella late la tensión entre una iglesia de piedra y reliquias, y una iglesia de caminos de búsqueda de la felicidad última de la experiencia vital humana”.
Así, Fernández Gonzalo reflexiona sobre si, en la obra calderoniana, don Fernando representa la encarnación redentora de Jesucristo –recordemos que Calderón se ordenó sacerdote en 1651–: “Al igual que en la fábula cristológica, este protagonista une los más altos designios de la realeza portuguesa y los lances heroicos de su empresa con las más terrenales miserias de su condición de cautivo. Tras su muerte, la sombra de Fernando servirá para preservar la fe cristiana, siendo inmortalizado en forma de espectro del mismo modo que Cristo se sacrificaba bajo la forma de Espíritu Santo para hacer entrega a la humanidad de su mensaje redentor”.
Por todo ello, cuando Goethe habló de “poesía” no tuvo en mente “el artificio técnico”, como lo define el filólogo, sino “la poesía como encarnación de los grandes valores universales de nuestra civilización, aun por encima del amor pasional o de las alianzas interesadas”.
- Dónde: Teatro de la Comedia, Madrid. Cuándo: hasta el 10 de abril. Cuánto: de 6 a 25 euros.