Ignacio García-Belenguer: “La búsqueda de la excelencia no debe llevar al clasismo”
En su noveno año al frente de la gestión del coliseo, el hombre que más tiempo ha velado por su salud hace balance de la pandemia y analiza la situación de una cultura que, desde lo público, siempre ha intentado acercar a los más jóvenes
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En el preciosista laberinto que hace las veces de sistema intravenoso del Teatro Real, ese que levanta de manera orgánica un titán con casi 2.000 butacas y que no puede fallar en las 300 noches al año en las que hay espectáculo, el nombre del director general, Ignacio García-Belenguer (Zaragoza, 1967), como el de Paul Thomas Anderson o el de Cristiano Ronaldo, se abrevia por sus siglas: IGB. El aura de estrella, eso sí, de este licenciado en Derecho y bien considerado protector de las artes por méritos propios, prefiere dejarlo para las figuras que hacen vibrar las entrañas del coliseo. Cuando cuenta ya nueve años al frente de una de las instituciones culturales más respetadas de Europa y, por tanto, se ha convertido en la persona que más tiempo ha ostentado el cargo de gestor, García-Belenguer reflexiona sobre la pandemia, el conato de crisis tras la cancelación de «Un ballo in maschera» y la pulsión de acercamiento a los más jóvenes y a las nuevas tecnologías que ha marcado siempre su período en el cargo.
–¿Ha sido su año más estresante dirigiendo el Teatro Real?
–A nivel personal, estar al frente del Real es un viaje apasionante. La verdad es que nunca me he sentido solo, porque hay un grandísimo grupo de personas que te facilita mucho las cosas. Eso, al final, es lo que nos invita a huir del desánimo. Somos unos privilegiados por la oportunidad de poder estar abiertos, de contar con el apoyo de las administraciones públicas y hasta de nuevos patrocinadores, como Pfeizer, que tanto éxito ha cosechado con la vacuna. No diría que estoy satisfecho, porque no se puede con la situación que tenemos, pero lo hacemos lo mejor posible.
–¿Es peor cancelar por una pandemia, por un altercado o por una nevada inaudita?
–Uno aprende a vivir con una sensación de duelo de titanes constante, de ver qué es lo próximo. La experiencia de la Covid, y ese trabajo más cordinado, más meticuloso, que hemos tenido que hacer durante todo el período de la pandemia lo vuelves a poner en marcha. Con la nevada, por ejemplo, volvió esa sensación de tener que medirlo todo para asumir el menor riesgo posible, de estar atento a los vuelos, las llegadas y el bienestar de los espectadores.
–¿La pandemia ha sido dura con las cuentas del Real?
-En total, hemos devuelto unos cuatro millones de euros aproximadamente en concepto de entradas, pero los abonados han estado ahí cuando les hemos necesitado. Más allá de los patrocinadores, hubo un excelente comportamiento por parte de las administraciones públicas. Tanto el Estado, como la Comunidad de Madrid (CAM) y el Ayuntamiento, han entendido las dificultades. Entre los tres organismos, nos renovarán los presupuestos al alza con varios millones de euros nuevos. (M.G.R.: Las cifras todavía no son oficiales porque están pendientes de aprobación parlamentaria y gubernamental)
–¿Cree usted entonces que no ha habido un abandono institucional de la cultura?
–No puedo hablar por todos los sectores, no lo sé. Creo que el Real no puede estar en esa línea y solo tiene palabras de agradecimiento y de compromiso. No se trata tanto de apoyar, sino de defender lo tuyo, lo nuestro. De acompañar en esta situación a un organismo público en el que están participados todos.
–Y en esa defensa de lo público, ¿por qué siguen asociando el Real solo a las clases pudientes?
–Es un equívoco con el que nos toca pelear. Es verdad que es un espectáculo basado en parámetros de excelencia. Pero la búsqueda de la excelencia no debe llevar al clasismo. Son conceptos totalmente diferentes. Queremos contar con los mejores de cada campo. Y esa excelencia implica el trabajo de 400 personas a las que hay que pagarles lo que merecen. Eso no es caro ni es barato, tiene un coste que hay que asumir para poder acceder a ello.
–¿Por qué cree que la del elitismo fue la primera crítica cuando se canceló una obra debido a la inseguridad que sentían algunos espectadores?
-La realidad social era diferente a la realidad jurídica. Eso está pasando en todos los entornos. Se legisla de una manera, se establecen una serie de pautas y la realidad social es otra. Éramos tremendamente escrupulosos con lo que establecía la CAM sobre aforo, distancia social y distanciamiento, pero la realidad social es que el público pidió, en esa única función, una mayor distancia. Nosotros lo consideramos como un hecho puntual, que nos hizo recapacitar sobre lo que el público demanda en el mundo real. La gente tiene que venir a disfrutar del espectáculo. Si vas a tener una sensación de presión o de incomodidad, el teatro tiene que evitarla. Por supuesto, hay que intentar siempre ser más aperturistas.
–¿Y eso cómo se consigue sin perder el aura de lo sacro?
–Saneando la política de jóvenes y estableciendo precios lo más accesible posible, desde 15 euros. No somos una ONG aunque queremos acercar la cultura al máximo posible de espectadores y que vengan de todos los ámbitos de la sociedad. Deseamos que la gente pueda disfrutar de la cultura.
–¿Piensa que se explicaron bien las medidas sanitarias?
–Sé que nosotros las cumplimos siempre. La primera obra la hicimos con una distancia entre todos de metro y medio, con la cuadrícula dibujada en el suelo y sin roces. Ahora, con «Don Giovanni» nos hemos acercado mucho más a la antigua normalidad, todavía con escenas en las que el coro sale con mascarilla, pero de una manera mucho más orgánica. Sin darnos cuenta, hemos ido evolucionando, pero no todo han sido éxitos.
–Durante su gestión, la media de edad ha bajado desde los 62 a los 54 años, ¿cómo lo ha hecho?
–Me parece una media muy buena, por la cuenta que me trae... A veces solo pasa por organizar un prestreno exclusivo para jóvenes, pero es un camino largo que seguiremos recorriendo para atraer a nuevos espectadores.
–Desde que llegó al cargo, siempre ha apostado por las nuevas tecnologías...
–No sé si queda pretencioso decirlo, pero no es que compitamos con el MET de Nueva York o la Royal Opera House británica, es que en muchos aspectos estamos mucho más avanzados que ellos. El Real empezó a apostar por el «streaming» hace ya cuatro años. Fuimos los primeros en retransmitir por Facebook y los primeros que grabamos una obra de teatro de manera integral en 4K. La apuesta del Real por la tecnología ha sido brutal y muy relevante. Tenemos acuerdos con La Scalla o con el Bolshói para que sus obras estén en nuestra plataforma, MyOperaPlayer. Me gusta decir que limitarnos a las 1.746 butacas del teatro sería un error. Si programáramos solo pensando en los fieles, en esos que vienen siempre, nos estaríamos equivocando.
–¿La ópera y las artes escénicas están suficientemente «mimadas» por el sistema educativo?
–Nosotros creemos que nunca es suficiente. Por eso hemos hecho una gran apuesta por el proyecto pedagógico, que tiene una doble vertiente: la función familiar y la función escolar. Con la pandemia, estamos llevando representaciones a los colegios por internet, en vivo, y se ven en las aulas de los alumnos. Hay una apuesta en firme por introducir y por difundir la labor del Real.
–¿Cuál ha sido su mayor logro en todo este tiempo?
–Es difícil quedarse con una sola cosa en un trabajo que está lleno de momentos emblemáticos. La reapertura con «La traviata» supuso un punto de inflexión clave este año, pero también destacaría el lanzamiento de MyOperaPlayer, la apuesta por China y Latinoamérica o la puesta en marcha del propio programa social. Después de nueve años, hay demasiados recuerdos. Hemos conseguido que el Real tenga su propia identidad, aglutinando al público, al patrocinio y a las instituciones y haciéndoles sentir cómodos en ella. Somos un referente y queremos seguir siéndolo.
–En Francia, son numerosas las voces de la cultura que les citan como ejemplo ante el cierre total que están sufriendo...
–Llevamos varias semanas recibiendo solicitudes de medios franceses, porque muchos no entienden allí la decisión de cerrar todo por tiempo indefinido. Para nosotros es un placer atenderles, pero al principio pensábamos que solo obedecía a nuestra vocación aperturista más que a algo concreto. Son varias las instituciones que se han reunido con la ministra de Cultura gala para ponernos como ejemplo de cultura segura.
–¿Fue triste enfrentarse a los meses de confinamiento?
–No dejamos de trabajar en ningún momento, pese al encierro. Había que tener en cuenta, para cuando se levantaran las restricciones, dónde iban a quedarse los intérpretes y técnicos, dónde ensayarían o por qué país debían salir para encontrarse con su nuevo destino. A eso había que sumarle las pruebas, las cuarentenas y las propias restricciones laborales. Hubo un enorme compromiso por parte de los trabajadores.
–En sus recientes memorias, Gregorio Marañón dice de usted que no fue su primera opción, pero que pocas veces se ha arrepentido tanto como de no haberle sumado al equipo desde el principio. ¿Cómo es su relación?
–Un teatro siempre está muy vivo, Gregorio y yo, además de la relación profesional que tenemos, hemos desarrollado muchísimas vivencias del día a día. Cada vez que subes el telón hay mucha gente detrás, muchos hoteles, ensayos, horas y cosas que pueden ocurrir. Lo que genera una relación profesional intensa, que deviene en una personal muy íntima y cercana. Son muchas horas trabajando en un proyecto común. La relación con Gregorio es de plena admiración y respeto por lo que ha hecho por el Real, porque ha peleado por cambiar el modelo institucional y de proyecto desde el principio. Siempre intenso, pero siempre para sumar.
–¿Se atreve a imaginar otra vez el Teatro Real a reventar?
–-No es que me imagine al Real, es que me imagino ya a la sociedad entera recuperada. Debemos trabajar con las circunstancias que tenemos actualmente para hacerlo lo mejor posible.