Imre Kertész: «Todo nacionalismo sólo puede ser fanático, nazi y fundamentalista»
Se publican los diarios inéditos de Imre Kertész, superviviente de Auschwitz y Premio Nobel de Literatura, donde reflexiona sobre la decadencia moral y afirma que el nazismo «no es una ideología es una forma de vida»
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Los fantasmas. Ese es el problema del último tramo de la vida. Los recuerdos y, también, las desesperanzas, desencantos y derivas del mundo que acompañan en este último y trágico minué. Demasiadas muescas y lastres en el alma. Con este peso lidió este Imre Kertész (1929-2016) de «El espectador» (Acantilado), la tercera entrega de sus páginas diarísticas que recogen sus reflexiones entre 2001 y 2009. Hay en estas apuntaciones tan apegadas a su intimidad un lúcido diálogo con Cioran, Ligeti, Darwin, El Bosco, Voltaire, Kafka, Camus y otros intelectuales, filósofos y creadores. El Premio Nobel de Literatura no se eximió de ninguna de las actualidades que lo circundaban y estas notas van dándonos el pulso de sus preocupaciones en esta edad de posteridades. Le inquieta la expansión de la ignorancia que alentaba un mundo de pragmatismos económicos y educativos que no le molesta que la filosofía se «vaya al garate», que orilla a las humanidades y alumbra hombres que no conocen quién es Thomas Mann ni tampoco Nietzsche. Y lo expresa con una pregunta que en el fondo es un lamento: «¿Dónde están los patricios de antaño, aquella burguesía que cultivaba como un deber la relación con el intelecto. El fin del mundo como incultura absoluta. La relación con el mundo: explotar, disfrutar y asesinar, o, lo contrario, ser marginado, consumido y asesinado».
Esta dinámica, movida por intereses financiaros, que para él generaba una generación de individuos más alejados de los ideales de los ciudadanos que aspiran a logran una formación del espíritu más completa, íntegra y ambiciosa, le dejó una severa consternación: «Vivimos en el pecado y en la ignorancia. El pecado y la ignorancia son nuestra ley. Es posible que el pecado y la ignorancia sean la vida misma». Y vinculado a estos razonamientos, expresa un profundo pesimismo al mirar hacia su alrededor y escribir: «En la época de las culturas dominaban las fuerzas creativas que cultivan básicamente la vida; el romanticismo de la muerte apareció en la época del hundimiento de masas llamados revoluciones. Con la desaparición de la cultura se descubrió que el nuevo espíritu dominante no sabe qué hacer con la muerte, no es capaz de insertar ni el hecho en sí ni la manera de tratarlo en las ideologías que sustituyen a la cultura».
Kertész, que reconoce que le dan «pánico» los «escritores malos», que señala ya la dicotomía capital/provincia, ciudad/globalización, recela de la sociedad de masas como desconfiaba antes de los totalitarismos, otro de los asuntos sobre los que vuelve en estos cuadernos. «El llamado comunismo fue una variante de la cultura», afirma. Considera también que hoy «el espíritu científico se ha convertido en inspirador del espíritu totalitario, en un poder, concretamente en un poder capaz de destruir el mundo; el espíritu del arte, en cambio, se ha retirado a la subcultura, al igual que el espíritu humano, el individuo, la existencia, el espíritu que se sitúa más allá de las instituciones». Y reconoce que «la libertad es el único valor verdadero por el que ha apostado siempre».
El escritor, superviviente de los campos de concentración, dedica también muchas entradas de estos diarios a Auschwitz y el nazismo. Y lo pone en relación con el auge de la sociedad de masas. «La mentalidad del éxito es la mentalidad nazi. De mentalidad individual ha pasado a ser mentalidad nazi. Nazi, porque el éxito a un nivel bajo sólo se alcanza a través o por medio de las masas, y el éxito en forma de masas es la forma nazi o simplemente el nacionalismo. Pero como la estructura del mundo es como es, o sea, no deja espacio desde hace tiempo al llamado nacionalismo sano, todo nacionalismo sólo puede ser fanático, nazi y fundamentalista». Para él, los que crearon Auschwitz «demostraron que el hombre no ha cambiado en absoluto desde la edad de piedra» y comenta que «desde Auschwitzno hemos podido ser testigos de ningún cambio moral, económico o de poder que pudiéramos o hubiéramos podido vivir como algo que hiciera imposible Auschwitz. El alma de la libertad no se encuentra en el sistema social; a lo sumo en lo más hondo de las vidas individuales». Unas palabras que tienen alma de lección y que no conviene que caigan en el olvido: «Auschwitz dejó al desnudo la realidad, la facticidad, la forma de vida que llevamos. La ideología quedó desenmascarada como algo absolutamente insignificante y esta ausencia de significado mostró su lado activo: la pura práctica, Auschwitz, la fábrica procesadora de seres humanos que imponer sus normas».