Movimiento San Isidro: el arte cubano contra la represión
Mientras la intelectualidad occidental se pone de lado, una nueva generación de artistas y líderes de opinión de la isla se ha propuesto denunciar la rigidez del régimen castrista
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La cultura cubana vive otra oleada de represión. Los creadores de la isla vuelven a encontrarse ante la tesitura histórica de defender con sus propias vidas derechos fundamentales que, para cualquier europeo, son evidentes y no constituyen materia de discusión. Resulta muy fácil hablar de activismo desde sistemas democráticos que protegen el derecho a disentir y cuestionar el poder. Pero cuando el ejercicio de la crítica y de la libertad de juicio conllevan el arresto y la violencia institucional, el activismo se convierte, no en una opción intelectual, sino en un puro y duro acto de supervivencia.
Las artes cubanas están inmersas en un proceso histórico, una oleada de resistencia y de hermandad que, con el tránsito de los años, será objetivada en los términos trascendentales que se merece. Está sucediendo justo ahora, ante nuestros ojos. Y el epicentro de esta demanda desesperada de libertad es el conocido como Movimiento San Isidro (nombre del barrio de La Habana en el que se encuentra su sede). El MSI fue creado en 2018 por un grupo de jóvenes artistas, periodistas independientes, cineastas, curadores y académicos que se organizaron para oponerse a lo que consideraban medidas represivas del gobierno. Desde entonces, las autoridades cubanas convirtieron a este crisol de sensibilidades disconformes en el objetivo de todo tipo de tramas conspiranoicas.
Como afirma Andrés Isaac Santana, prestigioso crítico de arte y uno de los mayores estudiosos de las prácticas artísticas cubanas contemporáneas, «se les convierte en el objetivo de las autoridades represivas, en el cuerpo del martirio y de la vejación, en la voz del escándalo y del desorden que merecen el castigo y el escarmiento radical. Se les construyen casos y tramas terroríficas que redundan en sumarísimos juicios que arremeten contra todos los estatus de la legalidad, contra cualquier noción básica y elemental de los derechos humanos y contra cualquier paradigma de decencia y humanidad. Se les señala en el contexto de episodios criminales usando tácticas repugnantes que se sirven de la descalificación y del rebajamiento moral.
Se les convierte, así, en una proyección corporal susceptibles a la intimidación y al acoso en tanto que maniobras coercitivas y reguladoras de la voluntad. Se les convierte en un enemigo público del sistema, en un agente perturbador, en una suerte de identidad maldita que debe ser expulsada fuera de los límites del campo de la ciudadanía y condenada a habitar en el contexto de lo penitenciario. Se les convierte en la variante de un virus letal, en el reducto fecal de una sociedad que es toda ella una cloaca».
El resultado de esta estrategia incriminatoria ha sido la detención de uno de los integrantes del Movimiento: el rapero Denis Solís. En sus redes sociales, el intérprete ha reconocido reiteradamente al presidente de los EE.UU. como su mandatario, negando cualquier autoridad sobre él del castrista Miguel Díaz-Canel. El 9 de noviembre, un oficial de policía irrumpió en su domicilio de La Habana Vieja. Solís se encaró con él, reprochándole que no tenía derecho a entrar en su hogar y hostigarlo. Pocos minutos después, fue arrestado por oposición a la autoridad y, mediante un juicio sumario, condenado a 8 meses de prisión. De nada sirvió el recurso de «Habeas Corpus» que el artista Luis Manuel Otero Alcántara y la curadora Anamely Ramos presentaron por la liberación de Solís en el Tribunal Provincial de La Habana. Fue desestimado.
La detención de Solís motivó que catorce de sus compañeros del Movimiento San Isidro se encerraran en el apartamento que les sirve de sede en La Habana con el fin de llevar a cabo una huelga de hambre y de sed. Tras permanecer diez días encerrados y conseguir llamar la atención del arte, los medios y las autoridades internacionales, el pasado 26 de noviembre las fuerzas policiales accedieron al lugar del encierro para desalojar y detener a los huelguistas. La versión oficial urdida para justificar este desalojo indicaba que se trató de una acción de «las autoridades sanitarias cubanas» con el objetivo de «certificar la violación del protocolo de salud para los viajeros internacionales por la pandemia de la Covid-19». De inmediato, la Prensa oficial de Cuba comenzó a difundir bulos sobre presuntos «vínculos con terroristas» de Solís en Florida, y tildó la huelga de hambre de «show orquestado desde Estados Unidos».
Una vigilia de solidaridad
El relato de violencia institucional ha llevado a que más de 200 artistas, intelectuales y activistas se plantaran el día 27 en protesta frente al Ministerio de Cultura de Cuba. Como expresó Ronald Vill, uno de los participantes en esta pacífica manifestación, «esto es lo más lindo que ha vivido esta generación». En un manifiesto consensuado sobre la marcha por este colectivo, se afirma: «NOSOTROS, artistas, “influencers” e intelectuales cubanos, repudiamos, denunciamos y condenamos la incapacidad de las instituciones gubernamentales en Cuba para dialogar y reconocer el disenso, la autonomía activista, el empoderamiento de las minorías y el respeto a los derechos humanos y ciudadanos». En este texto, llamado a reflejar la esencia de una toma de conciencia generacional, se expresa en un tono dolorido y de impotencia la imposibilidad de poder «seguir viviendo en un país donde no hay seguridad para los periodistas, los activistas y los que disienten. Basta de arrestos arbitrarios, de causas creadas a conveniencia y de caprichos desde el poder, que hoy no ha sabido responder al pueblo sino a su propia supervivencia en el poder».
Con el paso de los días, la causa del Movimiento San Isidro ha ido ganando adhesiones a nivel internacional. Una de las más significativas ha sido la expresada por la embajadora de Derechos Humanos del gobierno de los Países Bajos, quien mostraba su preocupación por la represión del régimen cubano contra los artistas pacíficos del Movimiento. Como suele ser habitual, gran parte de la intelectualidad española y europea permanece callada ante esta flagrante vulneración de los derechos humanos. Andrés Isaac Santana denunciaba sin ambages esta circunstancia en su muro de Facebook: «¿Cómo ser un intelectual, un pensador, un artista, una subjetividad sensible, un humanista, y reportarse ajeno a los hechos sucedidos desde un silencio sepulcral? No, no es posible», espetó.
Los artistas cubanos no están luchando por el reconocimiento y respeto de unas libertades atinentes exclusivamente al mundo de la creación. Su reivindicación última afecta a toda la sociedad cubana, al modelo de convivencia que quiere y que merece darse. Como perfectamente lo expresa María Guadalupe Álvarez, profesora de la Universidad de las Artes de La Habana, se trata de luchar «por el derecho a disentir y a expresar libremente las ideas. Por el cese del atropello y el manejo arbitrario de lo social. Por la defensa de espacios para una ciudadanía deliberante que no necesite que le muestren constantemente “el lado correcto de la historia”. Por la opción de defender la causa en la que crea cada quien, con ideas, sin violencia y sin ser objeto de intimidación o acoso. Por el derecho a identificar a los verdaderos enemigos de la sociedad que soñaron los próceres cuyas ideas superaron al tiempo y a las circunstancias que les dieron a luz». Por todas esas razones hay que estar conectados con el Movimiento San Isidro. El silencio y la equidistancia resultan inadmisibles. El ejemplo de resistencia y de lucha por las libertades del MSI implica y representa a todo el mundo del arte. No se trata de una causa local, es global. Si dejamos que la libertad de expresión sea reprimida en Cuba, se sentará un peligroso precedente que, tarde o temprano, repercutirá a todos los territorios del planeta. La libertad no conoce de banderas ni de fronteras.