«Parental Advisory»: Historia de una pegatina contra el «rock obsceno»
Hace 35 años que la moral estadounidense entró en pánico por las letras de las canciones y sentó en el banquilo a Frank Zappa y John Denver y puso bajo la lupa el erotismo de Prince. Tras unas cómicas comparecencias, nació la etiqueta: la eterna historia de la corrección política y buen gusto
Visto con los ojos del presente casi resulta cándido en vez de un ataque moralista a la libertad de expresión, que lo fue. Pero también conviene mirar a 1985 y darnos cuenta de que el debate sobre los límites del humor, el arte, el buen gusto y la corrección política es algo que acarreamos constantemente. Tanto como el afán de transgredir esos límites cada nueva generación de artistas. Eso sí, en aquel año, durante la administración Reagan, las cotas de puritanismo en Estados Unidos alcanzaron cotas ridículas en su historia reciente. Incluso se dirigieron contra los juegos de rol. En una de esas cíclicas fiebres moralistas, el Senado acogió audiencias dirigidas por un comité integrado por las esposas de los políticos (en representación de la quintaesencia de las «mujeres y madres» como reserva moral pero sin ninguna otra acreditación) y sentaron en el «banquillo» a una delirante alineación de sospechosos de pervertir a la juventud con las letras de sus canciones: Frank Zappa, Dee Snider (Twisted Sister) y, en una elección todavía más disparatada, John Denver. De aquellos sucesos nació la icónica etiqueta del «Parental Advisory» que desde hace más de tres décadas, y todavía hoy, aparece en eso que antes se llamaban discos.
Todo comenzó cuando Tipper Gore (esposa del senador Al Gore, que será años después vicepresidente demócrata con Clinton) le compró a su hija de 11 años una copia de «Purple Rain», de Prince. Sin embargo, en lugar de apreciar la obra maestra que es ese álbum, Tipper solo pudo oír la palabra «masturbación» en el tema «Darling Nikki», y se indignó tanto que inició su particular cruzada: la iba a llamar el Centro de Recursos Musicales para Padres (PMRC en inglés), pero en su comité del buen gusto no tendrían cabida las «madres de América» sino solo algunas de ellas, digamos «mujeres prominentes de Washington» preocupadas por el ejemplo moral que recibían sus hijos de la cultura de masas, y de la música en particular. Para crear conciencia sobre el problema y advertir de los peligros, comenzaron publicando una lista titulada los «Quince sucios», una clasificación de proscritos donde se encontraban las «canciones objetables», por supuesto, con la obra de Prince a la cabeza. Detrás, temas de Sheena Easton («Sugar Walls»), Judas Priest («Eat Me Alive»), Vanity («Strap on Robbie Baby»), Mötley Crüe (“Bastard”), AC/DC («Let Me Put My Love Into You»), Twisted Sister («We’re Not Gonna Take It»), Madonna («Dress You Up»), W.A.S.P. («Animal "Fuck Like a Beast»), Def Leppard («High 'N Dry»), Black Sabbath («Trashed») y Cyndi Lauper («She Bop»). Visto desde la actualidad, llama la atención la cantidad de grupos de «heavy metal» que aparecen señalados principalmente por contenido sexual o incitación al consumo de drogas, pero desde el PMRC añadían otros efectos perniciosos del rock: apoyaba y glorificaba la violencia, favorecía el suicidio y las actividades criminales, así que abogaban directamente por la censura o la catalogación de la música por edades.
«Control de esfínteres»
El rock ya se había enfrentado a la censura antes y la industria discográfica reaccionó proponiendo un etiquetado autorregulador similar a la clasificación de las películas en el cine. Pero esto no era suficiente para Tipper y su grupo de madres iracundas. Iban a llegar hasta el final, y gracias al poder político al que estaban conectadas, porque Susan Baker era esposa del secretario de economía James Barker y Nancy Thurmond, mujer del senador Strom Thurmond, consiguieron llevar su causa hasta al Senado, algo que, no hace falta decirlo, es imposible para un ciudadano corriente. Hace un poco más de 35 años, el 19 de septiembre de 1985, convocaron ante la Comisión de Comercio (que integraba Al Gore) a tres músicos para dar explicaciones sobre sus creaciones. Y dejaron unos momentos bastante cómicos. John Denver, quizá uno de los músicos menos polémicos de la historia, cristiano devoto y el último que se podría tomar por corruptor de menores, se pronunció en contra de la censura y, con mucha educación, señaló que probablemente habían interpretado mal su canción «Rocky Mountain High». Por lo visto «high», referido a una montaña, no quería decir «colocado», sino el significado literal. Arriba en la montaña, ¿quién se lo podía imaginar?
Por su parte, el líder de Twisted Sister, Dee Snider, explicó con seriedad que su canción «Under the Blade» en realidad trataba sobre la ansiedad por la cirugía y no era una invitación a la violencia («blade» es cuchilla), y añadió que «el único sadomasoquismo, esclavitud y violación en esta canción está en la mente de la señora Gore». Finalmente, Frank Zappa... dijo esto: «Tomada en su conjunto, la lista de demandas del PMRC se lee como un manual de instrucciones para algún tipo siniestro de programa de control de esfínteres, para que todos los compositores e intérpretes se diviertan en casa por culpa de la letra de algunos. Señoras, ¿cómo se atreven?».
Hasta en discos instrumentales
El espectáculo fue lamentable, pero la mayor parte de la industria discográfica acordó voluntariamente etiquetar los CD que incluían lenguaje explícito y contenido sexual. Sin embargo, el problema estaba lejos de solucionarse. El etiquetado provocó la incomodidad de Walmart, la mayor cadena de grandes almacenes de Estados Unidos, poderosísimo distribuidor y único proveedor de discos en núcleos rurales donde no existen tiendas especializadas. Se negaron a almacenar CD con pegatinas de advertencia, lo que significaba que para que los discos llegasen a sus estanterías, las compañías discográficas tenían que censurar las letras, produciendo versiones «limpias» que a menudo estaban muy lejos de la intención de los artistas. Algunas ciudades como San Antonio y estados como Maryland y Pensilvania pidieron una «zona para adultos» en las tiendas. Después de su declaración en el Senado, una cadena de grandes almacenes puso la pegatina de «letras explícitas» a «Jazz From Hell», un disco de Frank Zappa lanzado en 1987 que es completamente instrumental. Una de las tres palabras del título debió molestar mucho a los dueños de las tiendas.
Sin embargo, la situación se fue volviendo tensa: el cantante de los Dead Kennedys, Jello Biafra, fue procesado en California por «distribución de material nocivo a menores» al utilizar la polémica obra de arte «Landscape XX» del artista Hans Rudolf Giger (también conocido como «Penis Landscape») para su disco «Frankenchrist». Biafra fue procesado, sus discos requisados por la policía e incluso le exigieron que revelase el paradero del artista, cosa que, por supuesto, no hizo. Tipper Gore asumió todo el protagonismo. Al final, el sentido común se impuso y los Dead Kennedys fueron absueltos, pero el «rally» de moralina acababa de empezar. Porque rápidamente, en los primeros años 90, el «heavy» y el «hardcore» dejó de ser una amenaza social ante el empuje del rap: en 1994 la etiqueta se aplicaba, en un 51 por ciento, a álbumes polémicos como los de Public Enemy o, especialmente, N.W.A., que protagonizaron diversas polémicas con las autoridades, especialmente con su tema «Fuck da police», uno de los mayores escándalos públicos de la historia de la música.
Con el tiempo, sabemos que el hombre que provocó todo esto, Prince, era un genio. Y que sus letras, lejos de corromper menores, no le han hecho daño a nadie. Hoy en día, la etiqueta se sigue utilizando pero ha pasado a ser invisible. En la era de Internet, el sistema de etiquetado se ha vuelto en gran medida obsoleto, pero su historia nos explica mucho sobre la lucha continua entre los jóvenes que, como es natural, solo buscan una cosa: cabrear, o al menos provocar, a sus padres.