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Crítica de “Tommaso”: Las derivas oníricas de Willem Dafoe ★★★✩✩

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La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección y guión: Abel Ferrara. Intérpretes: Willem Dafoe, Cristina Chiriac, Anna Ferrara, S. Mastrantonio, Lorenzo Piazzoni, Alessandra Scarci. Italia, 2019. Duración: 115 minutos. Drama.
Hay un momento en “Tommaso” francamente conmovedor. Es el encuentro, en una calle de Roma bañada en la noche, entre el protagonista, alter ego de Abel Ferrara, y un vagabundo borracho. Se prevé un altercado violento, Tommaso (estupendo Willem Dafoe) quiere apagar de un golpe los gritos del “homeless” para que no despierte a su hija, pero de pronto se derrama un río de empatía, como si ese director de cine norteamericano, que lleva años sobrio y que quiere tener una vida familiar normal a toda costa, se identificara con ese tipo ebrio, que habla un inglés perfecto, y que con su aspecto de Bukowski trasnochado podría ser una proyección del pasado. De hecho, a medida que avanza la película, que es una autoficción escorada hacia la fantasía neurótica, es más difícil saber qué es realidad y qué es imaginación.
Ferrara confía, y hace bien, en que Willem Dafoe, con el que ha colaborado en seis ocasiones, convierta su confesión romana, co-protagonizada por su mujer y su hija en la vida real, en autorretrato sustancioso. En verdad hay pocos actores vivos que sean capaces de hacer interesante el registro naturalista en que se mueve el filme en su primera mitad. Las clases de italiano, la compra de verduras orgánicas, la tarde en el parque infantil, cocinar un plato de pasta… Da la (falsa) impresión de que todas esas acciones configuran una paz interior que ha costado mucho lograr, y generan un afecto inmediato por Tommaso/Dafoe, que facilita que, cuando aparecen sus fantasmas, le acompañemos en su descenso a los infiernos, mucho más creíble de lo que será su próximo proyecto (la fallida “Siberia”, presentada en la última Berlinale), que prepara entre sus idas y venidas. Así las cosas, la película, que se oscurece en sus derivas oníricas, que es tan errática como la conducta de su mártir crucificado, es un autorretrato menos complaciente de lo que podría parecer.
Lo mejor: Willem Dafoe haciendo cosas que todos hacemos en nuestra vida cotidiana
Lo peor: Algunos momentos oníricos -¡esa crucifixión!- son obvios e innecesarios