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Isabel II, una reina en apuros

Las penurias económicas que pasó no son demasiado conocidos en la realeza
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Los apuros económicos que pasó la reina Isabel II en sus últimos años de vida siguen siendo todavía hoy un asunto muy desconocido fuera de los círculos de la realeza. Durante el destierro de la madre del rey Alfonso XII y de la infanta Eulalia, la Casa Meyer interpuso un pleito contra ella, reclamándole 161.000 francos por las joyas adquiridas mientras ocupaba el trono de España. Isabel II no tuvo más remedio al final que liquidar toda esa deuda. Hasta tal punto alcanzó su penuria económica, que cierto día pidió al célebre abogado Nicolás Salmerón, ex presidente de la República nada menos, que asumiese su defensa en los tribunales, lo cual hizo éste de mil amores sin cobrarle minuta alguna a la reina.
Agradecida por el detalle, ésta dedicó a Salmerón un retrato suyo, enmarcado en plata con perlas y piedras preciosas. El republicano, en un gesto que le honraba, aceptó agradecido el retrato, pero devolvió intacto el valioso marco a la soberana. Años después, se produjo una escena parecida cuando el abogado Manuel Cortina cifró sus honorarios en otro retrato firmado de la reina Isabel II. En la dedicatoria la soberana le indicaba, entre otras cosas: «… Y, como ves, sin joyas», dejando bien sentado que se había hecho retratar sin alhaja alguna.
En el Archivo de Palacio localicé en su día el estado de las deudas que existían en la Real Casa de Isabel II al incorporarse como jefe de la misma el marqués de Villasegura, en octubre de 1892. De esas cuentas se desprende la apurada situación de la reina en el exilio, cuyas deudas ni tan siquiera le permitían disponer de dinero suficiente para afrontar gastos futuros de notaría, pues su liquidez (79.993 francos en total) no alcanzaba ni para sufragar una minuta notarial como la que había satisfecho hasta agosto de 1892. Por si fuera poco, Isabel II debía mantener con su propio peculio a su esposo, el rey consorte Francisco de Asís, tras la separación del matrimonio en el destierro, pasándole una pensión que, según me comentaba en su día Marie Louise Sanz Limantour, nieta del rey Alfonso XII, se elevaba a 150.000 francos anuales.
Desde el tumultuoso año de 1848 y por iniciativa del duque de Valencia, la reina consintió en constituir en la casa Rothschild de París un fondo destinado a cubrir los gastos de un hipotético exilio. En 1859 la administración de ese fondo se confió a los marqueses de Alcañices, Santa Cruz y Miraflores. Pero cuando Isabel II se vio obligada a exiliarse con su familia a París, como consecuencia de la nueva Revolución de 1868, el marqués de Alcañices se quedó perplejo al contactar con la casa Rothschild para acordar las cantidades que debían cubrir los gastos de mantenimiento de la Familia Real. Y no era para menos, pues sólo entonces supo que Isabel II había prestado seis millones de reales a Fernando Muñoz, duque de Riánsares, segundo esposo de su madre la reina María Cristina, razón por la cual éste vivía a cuerpo de rey en París.
Por fortuna, la casa Rothschild guardaba en depósito un pequeño tesoro en joyas. Pepe Alcañices, noble de la absoluta confianza de la reina, constituyó así, mediante una aportación personal de 500.000 francos y tomando como fianza las joyas de la soberana, una renta para los gastos de Isabel II y de su esposo. Pero el dinero, en las derrochadoras manos de Isabel II, pronto se evaporó del todo.
La amante de Alfonso XII, Elena Sanz, supo todo eso cuando fue a pedir ayuda a la reina para mantener a sus dos hijos nacidos de su relación extramatrimonial con el monarca y despojados de su regia pensión por decisión de María Cristina. Todo lo que pudo hacer entonces Isabel II fue ponerla en contacto con su abogado Nicolás Salmerón. Nada más. No en vano, la soberana dejaría en herencia a su nieto el rey Alfonso XIII tras su muerte, acaecida el 9 de abril de 1904, tan sólo 285.552 pesetas, equivalentes a poco más de un millón de euros. ¿Y qué dinero era ése para toda una reina de España como Isabel II? Como señaló la infanta Eulalia, el testamento de su madre «es un ejemplo de sus desordenadas bondades y de su poco sentido administrativo». La de los tristes destinos no dejó al morir otra propiedad que el palacio Basilewski. Con el producto de su venta se pagaron cuantiosas deudas y se entregaron donativos y regalos a sus amigos y servidores. Ahí acabó todo.

LA BARAJA DINÁSTICA

Arruinada y sin horizontes en la vida para sus vástagos, la antigua cantante de ópera Elena Sanz debió hacer frente como pudo a su desesperada situación. Ignoraba que la reina María Cristina guardaba su más preciado tesoro en las entrañas. Poco antes de morir su esposo, la reina le reveló que estaba embarazada y el rey se lo hizo saber a su vez a Cánovas de Castillo. El presidente del gobierno no quiso precipitarse, aunque era consciente de que en el momento de fallecer el rey su sucesora natural era la princesa de Asturias, doña María de las Mercedes, que debió ser proclamada reina de España. Pero como sabía que María Cristina esperaba un hijo, creyó prudente aguardar al alumbramiento por si nacía un varón, como así fue: el proclamado como legítimo heredero Alfonso XIII en la baraja real.

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