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Muere Daniel Johnston, del pop al frenopático

Fallece el músico estadounidense, hombre tierno y atormentado cuya vida fue inspiración secreta para una generación de músicos
larazon

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Kurt Cobain apareció, en el cenit de su popularidad en 1992, con una extraña camiseta. Blanca y demasiado grande, llevaba un rana de ojos saltones más insólita todavía. Era una de las locas creaciones de Daniel Johnston, músico estadounidense (Sacramento, 1961) convertido en leyenda en los tiempos de las cintas de cassette, un hombre de tan tímido e introvertido que rayaba lo obsesivo, de tan vergonzoso y sensible que iba más allá de lo frágil. Un muchacho que nunca dejó de serlo hasta su fallecimiento ayer a los 58 años por un ataque al corazón, tras un largo historial de ingresos psiquiátricos y una lista interminable de canciones desconocidas que casi nunca escuchará nadie.
Johnston nació en California pero creció en West Virginia y se educó en Austin, Texas. Desde niño, la música fue su obsesión y su refugio, como el de tantos jóvenes que no encajan en la sociedad estadounidense. El gordito Daniel nunca sería el más popular del instituto, y en el sótano de su vivienda familiar los Beatles eran su salvación. En su entorno jamás podría encajar por muchos esfuerzos que llevara a cabo, y sentirse como un alienígena fue la inspiración para una obra sin intención, automática, pura y fantástica que fue de lo musical a lo plástico, del pop al frenopático.
Su historia la contó a la perfección “The Devil And Daniel Johnston”, un documental de obligado visionado. Daniel se enamoró de Laurie Anderson y fue rechazado, como es natural. E hizo de ello el motor de su inspiración, como es natural. Se encerró en el sótano familiar, avergonzado y rabioso. Escuchó música de forma compulsiva y grabó sus primeras canciones, liberando su dolor o expresando sus sentimientos nada más, algo sencillo pero para lo que no sé educaba a los jóvenes no hace tanto tiempo. Sin embargo, no eran sólo sentimientos. Nadie, en el reservado y católico entorno de sus orígenes se dio cuenta de que Johnston sufría un trastorno bipolar, o el asunto era tan tabú que resultaba mejor barrer a Daniel bajo la alfombra, dejarle trabajar en un McDonald’s. Por suerte, el muchacho buscó una guitarra en vez de una escopeta.
En su estancia en Austin, Texas, Johnston entró en contacto con las drogas (según se narra en el documental fue el LSD) y sufrió un brote psicótico que le condenó a una existencia de ingresos en instituciones donde, afortunadamente, su universo estético se expandió a la vez que sus libertades se estrechaban. Johnston dio lugar durante su tratamiento a toda una narrativa musical en forma de canciones y plástica a través de dibujos de cómic. Creó una cosmogonía de personajes tullidos como él y como Jeremian, la icónica rana de la camiseta de Cobain, Casper, el fantasma amigable o el boxeador Joe con la cabeza hueca que se involucraban en historias sobre amores imposibles, injustos cautiverios y cosas de supervillanos y superhéroes. Su obra, cautiva e inocente a partes iguales, fue inspiración para artistas que van desde REM a Wilco y que tuvieron su reflejo en estudios artísticos y exposiciones como la que acogió la Casa Encendida de Madrid en 2012, que fue presentada por un entrañable concierto de un hombre con la psique de cristal. Johnston soñaba con ser más famoso que los Beatles, pero a quién se le puede culpar por ello. Consiguió ser un artista alucinante, aunque eso le costó la vida.