Crítica de “Adú”: Y después de África, el calvario ★★★✩✩
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Dirección: Salvador Calvo. Guión: Alejandro Hernández. Intérpretes: Luis Tosar, Anna Castillo, Moustapha Oumarou, Álvaro Cervantes, Jesús Carroza. España, 2020. Duración: 119 minutos. Drama.
Una niña camerunesa que fallece en las tripas de un avión dejando solo en el mundo a su hermano pequeño, de seis años. Pero debes seguir, siempre. Un activista medioambiental (Luis Tosar; estupendo, claro), de, económicamente hablando, dudoso pasado, que contempla impotente la imagen de un elefante masacrado y sin colmillos por la jodida avaricia humana, que arrasa con todo, que todo envilece. Él es también padre, un padre lejano, porque parece entender mejor a los animales que a su rebelde hija, recién aterrizada de España y con ganas de armarla. Y, por último, un grupo de guardias civiles que, en Melilla, se prepara para enfrentarse a la furiosa muchedumbre de subsaharianos que han iniciado el asalto a la valla y, luego, a un juicio por la muerte de uno de ellos.
Se trata de las tres historias unidas por el visible hilo de la inmigración que plasma en este filme Salvador Calvo («1898: Los últimos de Filipinas», 2016), un director eminentemente volcado en la televisión hasta la actualidad y que consigue en «Adú» transmitir toda la magnitud de la tragedia de estos hombres y mujeres obligados en numerosas ocasiones a dejar sus países de origen y llegar, como puedan, desesperadamente (tantas veces en manos de avariciosos canallas sin escrúpulos que mercadean con ellos como si de ganado se tratara, quizá por ahí deberíamos empezar), a Europa aunque ello les cueste caro y muchas veces se pregunten, aterrados y sin guía, lo que vendrá después.
Pero el cineasta consigue transmitir esta dramática realidad de manera contenida, eludiendo casi siempre cargar las tintas, que bastante lo están ya. Con la emotividad suficiente y justa para no ocultar nunca esa certeza y verdad que transmite el filme. Un título absolutamente necesario hoy; basta con no mirar hacia otra parte, sino a los asustados ojos del pequeño protagonista que encarna Moustapha Oumarou (francamente, el niño está fabuloso e incluso consigue que su relato se transforme por ello en el más potente de la cinta), que, a pesar de su corta edad y de todos los peligros, entre ellos, la indiferencia de los demás, intentará sobrevivir. Y, si lo hacemos de esa forma, quizá lleguemos a comprender de una vez la desesperación, la tristeza, el miedo, el hambre, las penurias que numerosas veces empujan a estas mareas humanas y que las obligan a cruzar unas fronteras aunque desconozcan lo que se esconde detrás.