Historia
La gran mentira de la filosofía como madre de la ciencia
Hay quien afirma tajantemente que la filosofía es la madre de la ciencia, pero su significado es más sutil de lo que parece
Las narrativas de paternidad nos encantan. Cuando se habla de la historia de la ciencia, raro es que los personajes no sean reconocidos como padres de alguna disciplina: padre del electromagnetismo, padre de la anatomía, padre de la vulcanología, etc. Sin embargo, las disciplinas no pueden parirse ni adoptarse como si de un niño se tratara. Esto último parece evidente, pero tras tal perogrullada se esconden unas implicaciones que sí solemos pasar por alto: dado que nadie es literalmente el padre de una disciplina científica, este tipo de afirmaciones no pueden pretender describir el mundo con precisión, es más, contribuyen a propagar cierta confusión.
El origen de una rama científica es mucho más difuso, puede surgir poco a poco y prácticamente siempre suele deberse a varias personas que, ya fuera trabajando juntos o de forma independiente, son igual de responsables de que la disciplina se consolide. ¿Quién es entonces el padre? Pues bien, dentro de esta obsesión de adjudicar paternidades, la frase “la filosofía es la madre de la ciencia” también reúne una buena lista de problemas.
Dos filosofías diferentes
La mayor parte de la gente sabe que aquello a lo que los antiguos griegos llamaban “filosofía” incluía el germen de disciplinas como la física, la matemática, la biología, etc. Visto de este modo, tiene bastante sentido asumir que la filosofía es la madre de la ciencia. De hecho, una de las características diferenciadoras de la filosofía de la antigua Grecia es que, ya con Tales de Mileto en el siglo VII antes de Cristo, empieza a entender el mundo a través de regularidades, patrones de comportamiento, causas y efectos analizables desde la razón... Para ellos, el mundo ya no estaba completamente controlado por el caprichoso designio divino, sino que había “leyes naturales” que tratar de revelar. Este es el primer paso hacia la aparición de un saber nomológica (basado en leyes). No obstante, todo esto tiene una grandísima trampa que suele pasarse por alto.
Si bien podemos decir algo así como que la filosofía de la antigua Grecia es la madre de la ciencia, si omitimos esas coordenadas históricas la frase se vuelve confusa. Muchos entienden de ella que la filosofía, en general, como un corpus monolítico de problemas y metodologías, ya fuera la de los antiguos griegos o la de nuestros filósofos contemporáneos, es la madre de la ciencia, y eso es radicalmente falso porque su significado mismo ha cambiado. Durante la historia cambian muchísimas cosas, desde los valores hasta el significado de una misma palabra y, precisamente por eso, los historiadores están más que acostumbrados a lidiar con la ambigüedad que eso implica. Para combatirla, suele diferenciarse el significado diacrónico y sincrónico de una palabra y “filosofía” es un buen caso de ejemplo.
La perspectiva diacrónica pretende entender la evolución de la palabra filosofía, los rasgos que mantiene en el tiempo, etc. La sincrónica, en cambio, entiende que a veces hay que dar cuenta del significado que tenía una palabra en un momento concreto del tiempo. Sabiendo esto, decir que la filosofía es la madre de la ciencia es una frase que, diacrónicamente, como la gente la interpreta, es conflictiva. Si, en cambio, hablamos desde una perspectiva sincrónica de la filosofía tal y como la entendían los antiguos griegos, en ese caso estaremos en lo cierto. Básicamente estamos refiriéndonos a dos significados bastante diferentes de filosofía y, si no atendemos a esa distinción, estaremos sacando conclusiones erroneas.
Amor por la sabiduría
Pensemos por un momento en el significado original de filosofía. El término fue acuñado por Pitágoras de forma retroactiva, pues pretendía definir la labor intelectual de algunos de sus predecesores. Este tipo de palabras que bautizan aspectos pretéritos se llaman retrónimos. En cualquier caso, este retrónimo de Pitágoras tenía un claro significado etimológico: “amor por la sabiduría”. Bajo un paraguas tan amplio y en momentos tan embrionarios de la historia del pensamiento, todo cabía. La palabra filosofía surgió englobándolo ya a todo, a problemas que, fueran de física o de teología, habían nacido antes que ella.
Desde esta perspectiva, si atendemos al significado sincrónico que entendían los antiguos griegos, la filosofía clásica era tan filosofía contemporánea como ciencia. Habrá quien diga que aquella física del éter y la cosmología de torbellinos de fuego no era precisamente científica, sino protocientífica y, aunque tendrá razón, podemos ser igual de estrictos con la forma en que Platón aborda el estudio del ser (ontología) o en que Aristóteles enfrenta la teoría del conocimiento (epistemología) haciendo de ello un abordaje protofilosófico de un problema filosófico. Había contradicciones flagrantes y errores de rigor que ahora, con más saber hacer, no podríamos consentir.
Es más, el científico era tan filósofo que no recibió un nombre propio hasta el 1834 con Whenwell, cuando acuñó la palabra para definir a quienes hacían ciencia. Recordemos, de hecho, que, hasta mediados de ese mismo siglo, la ciencia era llamada “filosofía natural” y que la palabra “ciencia” se usaba con gran ligereza incluso para referirse a la teología. Hay a quien esto le puede parecer un argumento en contra de la premisa inicial, dejando clara la cercana relación entre filosofía y ciencia, pero el problema es cómo interpretamos esta continuidad del término “filosofía”.
José se llamaba el padre…
El punto clave, aquí, es que, como decíamos, la filosofía ha ido mutando mucho más allá de la escisión de la ciencia. Durante la historia de la filosofía han surgido tal cantidad de escuelas de pensamiento y estas han sido tan radicalmente diferentes entre sí, que adjudicarles a todas ellas el término “filosofía” puede ser confuso (aunque necesario). La comparación sería más con un árbol genealógico donde los hijos heredan el nombre de sus padres y las hijas reciben nombres originales. Podríamos decir que Juan es el padre de Rosa, pero ¿a qué Juan nos referimos? Porque solo uno es su verdadero padre y el resto guardan otro tipo de parentescos, algunos puede que sean incluso sus hermanos.
Con la filosofía pasa algo similar, si buscamos a la madre de la ciencia, en todo caso hemos de concretar muy claramente que nos referimos aquella filosofía clásica, muy diferente de la que hacen los filósofos actuales, la cual, a pesar de recibir el mismo nombre y estar emparentada, sería más bien una hermana de la ciencia, pues ambas proceden por igual de la filosofía clásica, a pesar de que solo una de las dos haya conservado el nombre de su “progenitor”. Puede parecer un remilgo sin importancia, pero este detalle ayuda a entender a la filosofía rigurosa actual como lo que es, una forma perfectamente válida de obtener conocimiento, distinta a la ciencia pero no por ello inferior, una hermana suya y no una madre obsoleta que, si bien dio a luz a las herramientas valiosas, ya se ha vuelto un anacronismo a extinguir.
Hay corrientes actuales que serían irreconocibles como filosofía para un griego antiguo y que, sin duda, han evolucionado hasta reducir su ambigüedad tanto como fuera posible, maximizando la no tan limitada objetividad de los abordajes filosóficos. Cuando un filósofo se siente apelado y orgulloso porque “la filosofía es la madre de la ciencia”, no solo está aceptando la naturaleza fundamental de la disciplina, sino que está presentándose como un fósil viviente, tirando piedras sobre su propio tejado. Cuando sienten como suyos y solo suyos a esos filósofos clásicos, y no como pensadores a medio camino entre la ciencia y la filosofía, están sesgando el pasado y anclándose a un tiempo intelectualmente maravilloso, sí, pero superado por una visión más completa de la filosofía, rigurosa e informada. Así que, tal vez, convenga dejar de decir a la ligera que “la filosofía es la madre de la ciencia”.
QUE NO TE LA CUELEN:
- No toda la filosofía es igual de rigurosa y, por lo tanto, puede haber conocimiento que pretenda presentarse como filosófico pero que, en realidad, no responda a lo que la filosofía debería requerir, cayendo en contradicciones internas o externas. Otra discusión sería si esa mala filosofía debe recibir el término de pseudofilosofía en función de algunas características de esta.
REFERENCIAS (MLA):
- Copleston, F., 1984. Historia de la filosofía. Barcelona, España: Ariel.
- Solís Santos, C. and Sellés García, M., 2007. Historia de la ciencia. Madrid: Espasa.
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