Ciencia
La maldición del plástico: una nueva esperanza
Como no parece que vayamos a reducir su producción (de hecho, todo lo contrario) la ciencia tendrá que descubrir nuevas soluciones, como la que acaba de publicar la Universidad de Santa Bárbara.
Nuestra relación con la tecnología es complicada. Puede parecer que la controlamos y conseguimos que responda a nuestros deseos a la perfección. A fin de cuentas, estamos rodeados por sus productos: ordenadores, 5G, ingeniería genética… incluso la rueda es tecnología. Y en cierto modo es verdad. La tecnología satisface nuestras necesidades, pero si no tenemos cuidado lo hace como un djinn, uno de esos retorcidos genios de la mitología semítica. Es muy probable que te den exactamente lo que pides (que no lo que necesitas) y el deseo se convierta en una maldición. De alguna manera, esa es la historia del plástico.
Imagina que estás en el siglo XX y necesitas una forma de empaquetar tus productos para hacerlos todo lo duraderos que puedas. El cartón y el papel se pudren con facilidad, los metales se oxidan, el vidrio es caro y pesado… Pronto te encuentras pidiéndole a los dioses de la tecnología un material barato, maleable, incorruptible y tremendamente resistente. La tecnología nos concedió el deseo, y 50 años después de que comenzara a popularizarse su uso industrial, estamos viendo el lado oscuro de la historia. El plástico es tan barato que sale más a cuenta usarlo y desecharlo que reciclarlo, y es tan resistente que puede durar, fácilmente, 1.000 años. Combinados, estos dos factores se traducen en vertederos que no dejan de crecer, islas de basura de casi noventa toneladas y nubes de microplásticos que se han abierto camino hasta nuestro propio cuerpo. Alguien tiene que volver a embotellar al genio, pero ¿cómo?
El problema del reciclaje
Puede que estés pensando que la solución ya existe y que los contenedores amarillos son la prueba de ello: se llama reciclaje. Desde luego, hay tipos de plástico que pueden ser convertidos en pequeños glóbulos que fundir para volver a crear otro objeto plástico. No obstante, esto no sucede con todos. Como hemos dichos, en líneas generales es tan barato producir plástico y tan caro reciclarlo, que la balanza desfavorece mucho la sostenibilidad.
Es más, dado que el reciclado de muchos de estos plásticos requiere un procesado complejo, con muchos pasos y temperaturas elevadísimas, sus emisiones de dióxido de carbono no son nada desdeñables, haciendo que el reciclaje de algunos no solo no sea rentable para las empresas, sino que tampoco lo sea para el medio ambiente. Lo cual no es óbice para dejar de separar la basura, pero necesitamos algo mejor.
Para comprender la problemática tenemos que entender que los plásticos suelen estar formados por un tipo de moléculas realmente grandes a las que llamamos polímeros. No todo polímero es un plástico, nuestro ADN también lo es, por ejemplo. El elemento distintivo de los polímeros es que están formados por moléculas más sencillas llamadas monómeros como si fueran las cuentas de una pulsera. Estas se unen entre sí mediante enlaces químicos bastante fuertes, concretamente enlaces covalentes en los que algunos de los átomos que forman estos monómeros comparten parte de sus electrones con los de otro monómero. De este modo, la “cadena” se vuelve realmente resistente, como es el caso de la savia de la Hevea brasiliensis, que conocemos como “caucho”.
En definitiva, son moléculas especialmente largas y estables, lo cual significa que para descomponerlas hará falta romper muchos de esos enlaces, los cuales no son precisamente débiles. Podemos compararlo con tener que separar todos los eslabones de una cadena kilométrica hecha de titanio. Para conseguirlo tendremos que emplear mucha más energía que si quisiéramos desgarrar una gargantilla. Y por muy difícil que suene, es posible que durante las últimas líneas hayas estado pensando en cuántas noticias habrás leído durante los últimos años a cerca de nuevos métodos para degradar el plástico: bacterias, enzimas, ácidos… ¿Por qué no son una solución?
Pues precisamente por eso, porque los polímeros que forman los plásticos requieren una cantidad de energía enorme para ser descompuestos, lo cual hace que estos métodos, o se queden cortos, o sean eficaces a costa de contaminar de otras formas. No obstante, científicos de todo el mundo están tratando de buscar una manera de optimizar estas reacciones para que el degradado y reciclado de plásticos sea viable económica, energética y ecológicamente. Una carrera contra reloj cuyo último paso lo ha dado la Universidad de Santa Bárbara, en California.
Yendo al grano
El equipo de investigación de Susannah Scott y Mahdi Abu-Omar acaban de publicar en la revista científica Science un nuevo método para reciclar el polietileno. De entre todos los tipos de plástico, el polietileno es el polímero más sencillo. La elección no es fortuita. Su sencillez no solo lo hace relativamente más fácil de procesar, sino que su producción es mucho más barata, siendo una industria que moviliza unos 200 millardos de dólares cada año, produciendo 80 millones de toneladas en ese mismo tiempo. Si bien es cierto que el reciclaje de este plástico no es nada nuevo (de hecho, Alemania recicla un 90% de una de sus variantes), sí resulta bastante costoso.
Los propios investigadores apuntan que, hasta ahora, el reciclaje de este material había requerido temperaturas que rondan entre los 500 y los 1000ºC. Gracias a los resultados de su estudio, es probable que estas temperaturas puedan reducirse de forma drástica a tan solo 300ºC. Es más, el nuevo método reduce el número de pasos necesarios para transformar los deshechos en un producto con valor de mercado, haciendo mucho más eficiente el proceso. Al saltarse algunos pasos intermedios y reducir la temperatura varios cientos de grados, el reciclaje de uno de los principales plásticos de la industria se agiliza notablemente, se vuelve rentable frente a la alternativa de “usar y tirar” y reduce las emisiones contaminantes de este tipo de actividades.
Un mundo de plástico
Algunos estudios centrados en la problemática del plástico sugieren que la mejor forma de enfrentar el descontrolado crecimiento de los vertederos es reduciendo su producción. Para que esto pase hace falta algo más que buena voluntad por parte de las empresas, hace falta una alternativa sostenible como la que, en principio, parece colegirse del trabajo de Scott y Abu-Omar.
Grandes figuras de la industria han declarado en no pocas ocasiones que reducir la producción de plástico sustituyéndolo por otro material no es viable. No solo económicamente, sino por las emisiones que supone. El vidrio, por ejemplo, tiene una menor huella de carbono por gramo que el plástico. Sin embargo, el calibre de los envases de vidrio requerido para sustituir un envase plástico deriva en recipientes más pesados que, en consecuencia, acaban produciendo más contaminantes atmosféricos que los polímeros.
Aunque ciertas, estas afirmaciones presentan una falsa dicotomía. Sin lugar a duda, existen casos donde el plástico no ha de ser sustituido por otros materiales, pero sí puede ser completamente eliminado, aunque esto sacrifique ligeramente las propiedades del producto final. Por suerte, el nuevo avance de la Universidad de Santa Bárbara nos sitúa más allá de esta disputa, cargando contra la raíz del problema y ofreciendo una alternativa que, a priori, parce beneficiar a todas las partes del conflicto. Es pronto para saber si su aplicación es viable, pero hay algo que ya sabemos: si no encontramos algún remedio en 2050 produciremos más de 700 toneladas de plástico al año a lo cual hemos de sumar todo el generado desde que lo descubrimos, porque 1.000 años son muchos años, y hace solo 50 que pedimos aquel engañoso deseo.
QUE NO SE LA CUELEN:
- Cuando se habla de las islas de basura que flotan en el océano Pacífico es fácil imaginar grandes balsas de basura apelotonada. Como si fueran islas de verdad. Sin embargo, se trata de plásticos del tamaño de una uña del dedo meñique que han sido reunidas por las corrientes de agua en concentraciones bastante elevadas a lo largo y ancho de muchos kilómetros cuadrados de océano.
- El efecto de las radiaciones solares puede deteriorar parcialmente el plástico descomponiéndolo en fragmentos muy pequeños que a veces reciben el nombre de “nieve”. Sin embargo, a pequeña escala, su estructura sigue siendo idéntica a la de la pieza original, por lo que los efectos contaminantes no solo no se reducen, sino que aparecen nuevos. Su pequeño calibre hace que entre en la cadena trófica. Algunos organismos los ingieren sin querer, los cuales son comidos por otros mayores acumulándose cada vez más plástico en su organismo, afectando a su salud. En última instancia, estos peces contaminados llegan a nuestro plato y, de hecho, se han encontrado microplásticos en nuestros cuerpos.
REFERENCIAS (MLA):
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