Ciencia
¿Extintos por el sexo?: Nuevas pruebas sobre el fin de los neandertales
La desaparición de los neandertales sigue siendo una incógnita, pero parte de la culpa pudo ser de nuestra lujuria, una hipótesis que se ha visto reforzada por pruebas recientes
¿Por qué desaparecieron los neandertales? Se trata de uno de los grandes interrogantes de la paleoantropología. Una cuestión que sigue de moda, ofreciendo explicaciones realmente sorprendentes. Todo apunta a que el motivo fue una conjunción de hechos, y no un solo estacazo. En él tuvo que ver la competición por los mismos recursos que otras especies y el marcado enfriamiento del clima, pero hace ya tiempo que se baraja un motivo complementario del que cada vez tenemos más pruebas: el sexo.
Y al decir “sexo” los antropólogos no se refieren a sexo entre ellos, sino con nosotros. Estamos acostumbrados a ver representaciones de la evolución humana como si fuera algo lineal. Una especie detrás de otra, cada vez menos parecidos a un mono y más a lo que somos ahora, pero esto es absolutamente falso. Tal vez, este sea el motivo de que popularmente veamos a los neandertales como nuestros antepasados remotos cuando, en realidad, son más parecidos a nuestros primos. Dos especies humanas que coexistimos durante más de 170.000 años, compartiendo en muchos casos territorio, mesa y por qué no, incluso lecho.
Una parte de tu ADN es neandertal
Hace tiempo que sabemos que el 4% de nuestro ADN, es de origen neandertal. Esto corrobora las especulaciones respecto a que hubo sexo entre ambas especies, que de esas relaciones nacieron individuos híbridos, mitad sapiens mitad neandertal, y lo que es más llamativo: que al menos algunos eran fértiles. De repente, el árbol de la vida es un poco más complejo, porque en lugar de que las especies se ramifiquen en otras nuevas e independientes, estas pueden mezclarse entre sí en una red algo confusa.
Esto es especialmente extraño si tenemos en cuenta que, por lo general, las especies diferentes no pueden tener descendientes fértiles. De hecho, esta es una de las características que, tradicionalmente, nos han ayudado a definir el concepto de especie. Precisamente por eso es tan sorprendente que sapiens y neandertales, cuyo último ancestro común vivió hace 588.000 años, pudieran reproducirse con éxito hace tan solo 100.000, cuando ambas especies ya se habían diferenciado bastante.
Por aquel entonces algunas poblaciones de sapiens acababan de abandonar África y se estaban extendiendo por Eurasia. Vivían como nómadas, encontrándose con otras tribus, algunas de ellas neandertales y, por lo que revelan los análisis de ADN, fue de este modo como ocurrieron los primeros encuentros sexuales. No obstante, esta primera incursión fuera de África fracasó y las poblaciones de sapiens perecieron por completo, dejando solo sus esqueletos.
La segunda oleada de encuentros ocurrió 40.000 años después, y fue la definitiva. Desde que volvimos a encontrarnos hace 60.000 años, hasta que los neandertales se extinguieron hace apenas 30.000, hemos estado intercambiando genes casi como si fueran cromos. De hecho, ahora podemos localizarlos en nuestro ADN y, sorprendentemente, algunos de ellos parecen estar implicados en peculiaridades realmente humanas.
Por ejemplo, algunas personas poseen un gen que les vuelve más sensibles al dolor y que parece tener un origen neandertal, como también aparenta tenerlo otro relacionado con la propensión a desarrollar una adicción a la nicotina u otro especialmente presente en algunos sujetos tendentes a la depresión. La verdad es que no parecen adaptaciones que nos hagan más aptos para sobrevivir, pero precisamente ese pudo ser el problema, porque lo que todavía no hemos contado es cómo el sexo entre neandertales y sapiens pudo contribuir a que los primeros se extinguieran y nosotros, en cambio, sigamos aquí.
El sex appeal de los sapiens
Hace ya algunos años, un grupo de investigadores se percató de una diferencia clave entre nuestro ADN y el de ellos. De los 46 fragmentos de ADN en los que está repartida toda nuestra información genética hay uno que ha centrado la atención de los científicos más que el resto: el cromosoma Y, que determina el sexo cromosómico masculino de quien lo porta.
A diferencia del resto de cromosomas, este nos proporciona la capacidad de rastrear el árbol genealógico de su poseedor, remontándonos a lo largo de sus ancestros varones. El motivo es que, de esos 46 cromosomas, solo dos determinan el sexo cromosómico. Lo individuos con sexo cromosómico masculino han de tener un cromosoma Y y uno llamado X. las hembras, mientras tanto, tendrán normalmente dos cromosomas X. De este modo, las hembras solo pueden pasar a su descendencia uno de esos cromosomas X, pues no tienen otra opción. El macho, en cambio, puede transmitir cualquiera de los dos. Y por lo tanto, siempre que se herede un cromosoma Y este tiene que haber procedido del padre, y del padre de su padre, etc.
Teniendo esto en cuenta y analizando las muestras, parece que mientras que nuestro cromosoma Y se ha mantenido bastante estable desde los primeros sapiens cuyo ADN conocemos, el caso de los neandertales es bastante diferente. Los restos más antiguos de neandertal muestran un cromosoma Y muy distinto al nuestro, más cercano al de especies como los denisovanos. Estos últimos se separaron de nuestros ancestros a la vez que los neandertales hace 588.000 años y, hasta donde sabemos, también tuvieron algún que otro intercambio de parejas.
En contraste, si comparamos el cromosoma Y de los últimos neandertales más recientes, veremos que es mucho más parecido al nuestro que al de aquellos denisovanos. Simplificándolo en una frase (con algunas licencias): durante los miles de años que nos estuvimos mezclando con ellos conseguimos eliminar buena parte de su cromosoma Y sustituyéndolo por el nuestro. Algo que ellos no consiguieron hacer con nosotros. ¿Cómo es esto posible?
Aquí es donde entra la especulación, algo que, si se hace siguiendo ciertos criterios de parsimonia y basándose siempre en las mejores pruebas disponibles, no tiene por qué estar reñido con el rigor. De hecho, es la forma en que la ciencia avanza, planteando nuevas explicaciones que habrán de ser contrastadas mediante experimentos y observaciones.
En este caso, una posible explicación de esta desigual herencia del cromosoma Y podría ser que los varones humanos tenían mucho más éxito entre las neandertales que al contrario. Los neandertales, más chaparros, de huesos gruesos, cuerpos rollizos y un cráneo robusto coronado por un marcadísimo arco óseo bajo las cejas, no son precisamente el canon de la belleza de nuestro siglo.
Visto así, puede parecer plausible el éxito de nuestra especie entre sus hembras. No obstante, hay varios problemas. Entre ellos que los cánones cambian con las épocas y, presumiblemente, con las especies. Es de esperar que a los neandertales les pareciéramos tan poco apetecibles como ellos a nosotros.
Una gota en el océano
De forma complementaria, otros estudios parecen haber detectado peculiaridades en el cromosoma Y neandertal que, teóricamente, impedirían que llegara a término el embarazo de una mujer sapiens si esta estuviera preñada de un híbrido varón, esto es: si llevara en su vientre el hijo varón de un neandertal. Se trataría de una combinación imposible. De este modo, los descendientes de neandertales y humanos solo sobrevivirían si fueran hembras, perdiéndose así el dichoso cromosoma Y.
Sea como fuere, hay un mecanismo mucho más claro mediante el cual el sexo entre especies pudo ser su perdición. No es la primera vez que dos poblaciones genéticamente diferenciadas comienzan a tener descendencia entre ellas. Aunque en menor escala, en la naturaleza pasa constantemente. La genética de poblaciones estudia los mecanismos implicados y sabe que casi siempre ocurre lo mismo. Aunque ambas especies se dejan huella mutuamente en su ADN, hay una que se termina imponiendo, normalmente aquella con más individuos.
Cuando la diferencia en el número ejemplares es muy grande ocurre como si echamos una gota de colorante en el océano. Al principio la gota y el agua se mezclan en un volumen pequeño y podemos ver una mancha de agua teñida, o de tinción diluida, como queramos verlo. Sin embargo, la piscina tiene tanta agua que, si dejamos pasar el tiempo suficiente, el color se atenuará tanto que será casi imperceptible. El agua habrá “vencido”. Y algo parecido pudo haber ocurrido con los neandertales.
Así pues, se sospecha que la llegada del frío hace unos 40.000 años, forzó a las tribus de humanos a cambiar sus estrategias de supervivencia y recorrer mayores distancias en busca de comida. Una movilidad que habría fomentado un aumento de encuentros entre sapiens y neandertales, que sumado a la aparente peor adaptación al cambio de estos últimos pudo haber sido la causa de su extinción.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Por desgracia no contamos con ningún cromosoma Y neandertal completamente preservado. El paso del tiempo y las condiciones adversas de temperatura, acidez y humedad fomentan el deterioro del ADN. No obstante, existen métodos para analizar y aprovechar al máximo la información que sí se ha conservado.
- El sexo cromosómico no es lo mismo que, por ejemplo, el sexo fenotípico. Una persona puede contar ser XY, lo cual implica un sexo cromosómico masculino, pero no expresar el llamado gen SRY. Sin él no importa que el sujeto cuente con cromosomas X e Y, porque el sujeto no desarrollará los caracteres físicos normalmente asociados al sexo masculino. Por ese motivo, fenotípicamente (su aspecto) será el normalmente asociado al sexo femenino.
REFERENCIAS (MLA):
- Finlayson, Clive et al. “Late Survival Of Neanderthals At The Southernmost Extreme Of Europe”. Nature, vol 443, no. 7113, 2006, pp. 850-853. Springer Science And Business Media LLC, doi:10.1038/nature05195. Accessed 22 Sept 2020.
- Mendez, Fernando L. et al. “The Divergence Of Neandertal And Modern Human Y Chromosomes”. The American Journal Of Human Genetics, vol 98, no. 4, 2016, pp. 728-734. Elsevier BV, doi:10.1016/j.ajhg.2016.02.023. Accessed 22 Sept 2020.
- Martin Petr, et al. “The evolutionary history of Neanderthal and Denisovan Y chromosomes”. Science DOI: 10.1126/science.abb6460