Ciencia

El poema que mató a la alquimia

Un poema de más de 1600 años de antigüedad fue lo que nos hizo salir de la alquimia y empezar a hablar de la química actual

Un poema didáctico que pudo salvarse de la quema
Un poema didáctico que pudo salvarse de la quemalarazon

¿Cuánto poder puede tener un libro? Son capaces de instruirnos, de inspirarnos y de llevarnos a mundos imposibles. El conocimiento escrito en ellos puede saltar en el tiempo y esperar en sus hojas durante siglos y milenios hasta volver a ser leídos.

Todos hemos oído hablar de libros clásicos y atemporales como El Quijote, pero si hay que destacar una obra que haya definido nuestro conocimiento científico actual, tenemos que hablar de los poemas de Lucrecio. Sin ellos, nuestro conocimiento actual sobre química habría sido con retraso, y la llegada de los medicamentos y la tecnología, tal y como la conocemos actualmente, no habría sido igual.

Lo que no puede ser dividido

La humanidad siempre se ha cuestionado la naturaleza del mundo que le rodea, probablemente desde el momento que empezamos a manipularla y aprovecharla a nuestro favor, como en el uso del fuego o la fundición de metales.

En estos primeros comienzos de la química, la civilización egipcia y la griega eran las más avanzadas. Los egipcios eran bastante prácticos y sus conocimientos químicos se especializaban en la elaboración de tintes y tratamientos funerarios, aunque no le hicieron asco a otros procedimientos más lucrativos como la falsificación de oro. Pero la civilización griega se centraba más en la teoría, buscando alguna explicación sobre el universo que pudiera encajar con los fenómenos que veían y describían.

El problema es que, sin el desarrollo de instrumentos y mediciones, varias explicaciones eran igualmente válidas ante la poca información disponible. De este modo, se acaban generando corrientes de pensamiento, que competían en popularidad y no tanto en exactitud.

Uno de los temas habituales entre los filósofos griegos era preguntarse si la materia era infinitamente divisible o no. Si trituramos una piedra obtendremos fragmentos pequeños, pero no estaba claro si este proceso podría ser realizado indefinidamente o habría algún límite.

El filósofo griego Leucipo y su discípulo Demócrito respondieron a esta pregunta con un rotundo no durante el siglo IV antes de Cristo. Para ellos, la materia debía estar compuesta de una partícula elemental, que no podía ser dividida en fragmentos más pequeños, y a la que llamaron “átomo” (que en griego significa “no divisible”).

La teoría del atomismo tuvo algunos defensores pero no demasiados. La mayoría de filósofos optaban por asumir que la materia era algo continuo que podía ser dividido infinitamente. Los atomistas acabaron por extinguirse en las sombras, como aquellos que siguen una moda que no llega a gustar del todo. Irónicamente eran los que llevaban razón, pero las pruebas experimentales no llegarían hasta milenios después.

Pero no todo el atomismo griego se perdió. Cuando Demócrito y Leucipo ya fallecieron y el atomismo empezaba a desaparecer, la idea fue adoptada por Epicuro un siglo después dentro de su corriente filosófica propia, el epicureísmo, que sí que tuvo varios siglos de popularidad.

Pero esta popularidad desapareció de golpe. Eventos como el incendio de la biblioteca de Alejandría o el decreto del emperador Diocleciano que obligaba a destruir todo el material relacionado con la química para evitar que se falsificara oro y acabara con la economía, supuso la desaparición de todo este conocimiento.

Lo que nos queda de ese periodo son algunos documentos sueltos que fueron rescatados y ocultados por eruditos y alquimistas. Los conocimientos y teorías incipientes de los siglos anteriores que podrían haber supuesto grandes avances se perdieron, y entre ellos, por supuesto, estaba el atomismo.

Pero quedó un fragmento de este, que pasó desapercibido para el decreto de Diocleciano porque no era ningún tratado de química, sino un poema escrito por un romano.

El epicureísmo atrajo a muchas personalidades diferentes, y uno de ellos fue Tito Lucrecio Caro, un poeta romano del siglo I antes de Cristo, más conocido como Lucrecio.

En una de sus obras, llamada De rerum natura, o De la Naturaleza de las cosas, se inspira en el epicureísmo y describe el atomismo con todo detalle. A lo largo de cinco tomos, explica la visión de la materia de Leucipo y Demócrito, usando la propia palabra de “átomo”. Se salvó de la quema por ser un poema, pero realmente puede considerarse un libro de divulgación en clave lírica.

Comienzo del poema De rerum Natura de Lucrecio, donde describe el atomismo.
Comienzo del poema De rerum Natura de Lucrecio, donde describe el atomismo.Wikipedia

En los siglos siguientes, la persecución de los alquimistas provocó que se alejaran del pensamiento científico y se inclinaran en teorías más oscuras y místicas. Estás teorías incorrectas retrasarían el avance de la química en comparación a otras materias como la biología y la medicina, que ya empezaban a dar avances interesantes.

Mientras, la obra de Lucrecio permaneció como una curiosidad histórica, al alcance de unos pocos. Un poema que mostraba la antigua filosofía griega. Pero tampoco supuso ningún nuevo avance. El atomismo quedó encerrado en sus páginas durante más de 1600 años.

La muerte de la alquimia

El año 1440 puede ser uno de los más importantes en la historia del conocimiento de la humanidad por un invento revolucionario: la imprenta de Gutenberg. Gracias a ella, se podía imprimir de manera barata todo tipo de libros, lo que permitió que el conocimiento antiguo y nuevo se transmitiera y difundiera con facilidad, siendo compartido con cualquiera.

Si inventas la imprenta, es lógico que combines libros nuevos con libros clásicos que habían permanecido en las estanterías de eruditos y monjes durante siglos. De repente, el poco conocimiento de egipcios, griegos y romanos que se había salvado estaba a disposición de todo el mundo, y entre estos libros publicados estaba De la naturaleza de las cosas, la obra de Lucrecio.

Los humanistas europeos acogieron el libro con devoción, que les permitió tener un primer contacto con el epicureísmo y con las sugerentes ideas del atomismo. Pero el verdadero avance vino en 1660, de la mano de Robert Boyle, un filósofo londinense que podría ser definido como el primer químico moderno (y no alquimista) de la historia.

En el siglo XVII, la alquimia empezaba a fijarse en la naturaleza de los gases. Se había descubierto que a pesar de ser invisibles, eran una materia que existía y que tenía su propio peso y volumen. Algunos alquimistas habían creado bombas de vacío, que extraían el gas y generaban vacío. Boyle quiso hacer su propia investigación con gases y, en vez de concentrarse en extraer el gas como otros, prefirió comprimirlo.

Para hacerlo, diseñó y fabricó recipientes especiales con pistones que le permitían comprimir los gases. Al hacerlo, descubrió que existía una relación entre cuanto empujaba el gas y cuánta presión ejercía el gas hacia afuera, relación que ahora se conoce como ley de Boyle.

Pero aunque había descubierto esta relación, Boyle no tenía claro por qué sucedía. El motivo es que no se comprendía qué eran los gases.

Robert Boyle, el primer químico moderno.
Robert Boyle, el primer químico moderno.Wikipedia

Los alquimistas sabían que los sólidos y líquidos apenas se comprimían, y eso encajaba con la idea de que la materia era alguna materia continua. Un motivo más por el que el atomismo no estuviera en la cabeza de los alquimistas del momento. Pero los gases eran diferentes. Los descubrimientos de Boyle rompían con la idea de la materia continua y dejaba a los alquimistas sin una explicación plausible al hecho de poder comprimirse.

Fue justo en ese momento cuando aparecen los poemas de Lucrecio en las librerías. Boyle leyó el poema y algo hizo clic en su cabeza. El atomismo encajaba perfectamente con el comportamiento que había observado en los gases.

Con el atomismo, un gas podría ser definido como un conjunto de estas partículas o átomos que se mueven con una cierta distancia entre ellos, y al comprimirlo lo único que estamos haciendo es acercarlos entre sí. Y si los gases estaban formados por átomos, entonces los sólidos y líquidos también.

Para explicar el atomismo y sus descubrimientos, Boyle escribió su propio libro de ciencia. Salió en 1661 y lo llamó “El químico escéptico”. En vez de usar la palabra alquimia, retiró el “al” inicial por considerarlo redundante, ya que era el artículo de la palabra árabe original, al-quimia.

Dentro del libro, Boyle criticó el misticismo de la alquimia y lo alejado que estaba de las otras ramas de la ciencia que empezaban a surgir. Ese escepticismo fue lo que le llevó a realizar sus experimentos, a usar el atomismo como explicación y a usar el método científico.

Boyle ya no era un alquimista, sino que se definió como un quimista o químico. Fue el fin de la alquimia propiamente dicha y el nacimiento de la química actual. Un nacimiento que habría sido diferente sin un poema de más de mil años de antigüedad.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La idea del atomismo caló hondo tras los descubrimientos de Boyle, pero no fue aceptada hasta varios siglos después, cuando Dalton empezó a usar los átomos para explicar las proporciones necesarias para las reacciones químicas. Antes se consideraba como una buena explicación sobre el comportamiento de los gases, pero se pensaba que a lo mejor los sólidos y líquidos eran algo diferente.
  • Tras su revelación, Boyle buscó los elementos químicos fundamentales, los tipos de átomos que debían existir y formar la naturaleza. Estuvo a punto de descubrir uno desconocido hasta ese momento, el fosforo, pero se le adelantó Hennig Brandt, un alquimista obsesionado con buscar oro en la orina.
  • En contra del atomismo clásico, ahora podemos dividir los átomos en componentes más pequeños, aunque para lograrlo debemos hacer que choquen a gran velocidad en un acelerador de partículas.

REFERENCIAS: