Tierra
El pozo de Kola y la carrera al centro de la Tierra
Durante la Guerra Fría, la U.R.S.S. excavó más de 12 km en busca del manto de nuestra Tierra. El llamado pozo de Kola reveló sorpresas sobre el planeta en el que habitamos.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética se midieron en un pulso tecnológico que revolucionó la ciencia a un lado y otro del Pacífico. La necesidad de demostrar una superioridad armamentística motivó el espíritu de competición, fue el pistoletazo de salida de una carrera para llegar allí adonde ningún ser humano había estado antes. Un viaje a mundos hostiles alejados de la superficie de la Tierra. Y digo mundos en plural porque la Luna no fue el único objetivo salido de las ensoñaciones de Julio Verne. Mientras los astronautas y cosmonautas copaban los medios de comunicación, otra carrera estaba teniendo lugar, pero esta no avanzaba hacia arriba, sino hacia abajo. Era una competición por ver quién penetraba más profundo y rápido en nuestro rocoso hogar (y menos mal que el psicoanálisis es una patraña).
Podríamos decir que todo comenzó a finales de los años 50, cuando la American Miscellaneous Society se propuso llegar al manto terrestre, la capa mayormente “plástica” sobre la que se desplazan los continentes. Para hacernos una idea de la envergadura del proyecto, tengamos en mente que La Tierra tiene unos 6378 kilómetros de profundidad, de los cuales, el manto ocupa casi 3000. Sin embargo, para llegar hasta él tenemos que perforar el “cascarón” de nuestro planeta, la fría y rígida corteza que pisamos.
Puede parece un trabajo relativamente fácil, a fin de cuentas, la corteza es bastante “fina”, apenas una decena de kilómetros en las zonas más superficiales. Pero no nos dejemos engañar por la escala. Por poco profunda que sea comparada con el inmenso manto, atravesarla sigue siendo una obra titánica. De hecho, para conseguirlo habría que excavar (de media) el equivalente a unas 180 torres Eiffel una sobre otra (54 kilómetros). Una parte minúscula de lo que nos separa del núcleo de nuestro planeta, pero igualmente descomunal.
La discontinuidad de Mohorovičić
El camino sería tortuoso, pero la American Miscellaneous Society quería estudiar la llamada discontinuidad de Mohorovičić. Un nombre complejo para un concepto relativamente sencillo: el punto en que la corteza termina y el manto empieza. El mismo Mohorovičić había calculado la profundidad a la que se encontraba dicha discontinuidad ayudado por cómo se propagan los terremotos. Estudiando los seísmos descubrió que, al alejarte mucho del foco de un terremoto, sus ondas se dividen. Estas no llegan todas al unísono, sino que el sismógrafo las detecta en dos o más tiempos. Mohorovičić supuso que algunas ondas tenían que estar atravesando un material distinto a la corteza, más denso y la vibración viajaba más lentamente a través de él. Sus cálculos apuntaron a que el manto debía encontrarse a unos 54 kilómetros de profundidad media.
Así pues, para estudiarlo, la American Miscellaneous Society se propuso excavar un agujero que llegara a la discontinuidad y llamaron al proyecto Mohole. Sin embargo, sospechaban que la empresa sería difícil, por lo que decidieron ahorrarse algunos kilómetros de corteza y perforar el fondo del Océano Pacífico, mucho más cercano al manto que la superficie continental.
Mientras tanto, la fiebre de Mohorovičić contagió también a la U.R.S.S., que en 1970 comenzó su propio proyecto, excavando en el noroeste de Rusia, en la península de Kola. Veinte años después los alemanes hicieron lo propio, uniéndose a la carrera por el manto. Sin embargo, y a riesgo de aniquilar toda épica, diré que los estadounidenses tuvieron que abortar el proyecto al quedarse sin fondos y que los alemanes desistieron tras perforar unos respetables 9 kilómetros. En este caso, es Rusia quien tiene una historia que contarnos.
Bajo la península de Kola
La Unión Soviética se había propuesto llegar a los 15 kilómetros, y lo cierto es que estuvieron a punto de alcanzarlos. Tras 24 años perforando el escudo basáltico de la península de Kola, la profundidad del pozo llegó a alcanzar los 12.262 metros de profundidad y casi 23 centímetros de ancho. No fue fácil, estaban siendo pioneros y eso significaba aprender de sus errores a medida que los cometían. Cómo, dónde y con qué cavar eran preguntas que se respondían sobre la marcha, a medida que se encontraban con nuevas capas de roca. Arañaron cada centímetro y no solo una vez, sino dos, pues durante un derrumbe en 1984 perdieron 5 kilómetros de profundidad que tuvieron que volver a perforar creando pozos secundarios. Ni el clima ni los contratiempos parecían ser capaces de detener a la Unión Soviética en su extraño afán por llegar a la discontinuidad de Mohorovičić. Parecían imparables y sin embargo pararon antes de los 15 kilómetros. Lo que se interpuso entre el pozo de Kola y su objetivo fue el calor, un calor sofocante, inesperado e inevitable.
A medida que penetramos en La Tierra, la temperatura aumenta, pero no lo hace de forma constante. Hay lugares del planeta donde el calor ganado con cada kilómetro, el gradiente geotérmico, puede llegar a los 200ºC, mientras que en otros asciende apenas 10. En este caso los trabajadores se encontraron que a 12.000 metros de profundidad, la temperatura casi duplicaba sus previsiones. Hablamos de 180 grados centígrados que, sumados a la presión que soportaba la roca del pozo, hacían que esta se comportara de forma extraña. Las paredes inferiores colapsaban, deformándose y derramando roca a su interior, recordando a un plastico duro y viscoso. Algo así como cuando hacemos un agujero demasiado profundo en la playa y el agua comienza a entrar y empapar la arena, derrumbándolo. Cada nuevo centímetro que cavaban destruía parte de sus paredes. Si la unión Soviética abandonó Kola no fue por el frío o el esfuerzo, lo hizo porque, sencillamente, no era posible seguir perforando.
La puerta al infierno
Las noticias de este pozo despertaron la imaginación de muchos, que fantasearon con que hubiera llegado al mismísimo infierno. La prensa comenzó a deformar la historia y los 12 kilómetros pasaron a 14, la temperatura ascendió a unos ridículos 1000ºC y dijeron que desde sus profundidades emanaban las angustiadas voces de los condenados al castigo eterno. Todas habladurías que nada tenían que ver con los verdaderos descubrimientos científicos. Porque, aunque el pozo de Kola nunca llegó a alcanzar el manto, por el camino encontró algunas sorpresas escondidas bajo la basáltica corteza de Kola.
El esfuerzo y el dinero invertido en este faraónico proyecto no fue en vano. Gracias a él conocemos mejor la corteza de nuestro planeta y cómo se comporta sometida a grandes presiones y temperaturas. Observando las antiguas rocas extraídas de las profundidades del pozo, los científicos pudieron viajar 2,7 millones de años en el pasado y (aunque no consta en ningún documento oficial que lo corrobore) se relata que descubrieron más de 24 especies distintas de microfósiles de plancton. Descubrieron la gran cantidad de reservas de hidrógeno que escondía su suelo, emanando a borbotones del lodoso fondo del pozo, e incluso llegaron a ver cómo surgía agua de profundidades a las que no sabían que existía. El pozo de Kola supuso un reto titánico que nos empujó a mejorar la tecnología de perforaciones superprofundas y que nos dio cientos de rocas valiosísimas con las que observar el interior de nuestro hogar cósmico.
¿Una meta imposible?
Hoy en día seguimos sin haber podido alcanzar el manto. Nunca hemos podido estudiar “en vivo” lo que hay bajo la corteza, pero el sueño de conseguirlo no se ha esfumado. Existen proyectos como el “M2M-Mohole al manto” que busca perforar el lecho marino de una zona del pacífico cuya corteza mide apenas seis kilómetros de grosor. Otras propuestas más futuristas apuestan por cápsulas capaces de propulsarse hasta la discontinuidad de Mohorovičić, fundiendo la corteza a su paso y ahorrándonos la fiebre de los pozos casi imposibles.
Sea como fuere, hemos conquistado la Luna antes que las profundidades de nuestro mundo. Bajo nuestros pies hay misterios que permanecen ocultos. Secretos reales que nos hablan de la historia de La Tierra, de nuestro pasado y nuestro futuro. Historias que tan solo suponemos conocer, pero de las que nos faltan pruebas directas. Nuestro viaje al centro de La Tierra ni siquiera ha comenzado.
QUE NO TE LA CUELEN:
- El pozo de Kola no es el pozo artificial más largo del mundo. Ese puesto lo ostenta desde 2011 el pozo petrolífero ruso “Sakhalin-I” con 12.345 metros. Sin embargo, sigue siendo el pozo artificial más profundo del planeta.
- Las historias infernales de las que se hizo eco la prensa no tenían ningún fundamento. De hecho, el noruego Åge Rendalen puso a prueba la rigurosidad de los medios filtrando una noticia falsa sobre una criatura alada que había emergido del pozo para escribir en el aire “He vencido”.
- La discontinuidad de Mohorovičić es el límite entre la corteza y el manto, pero no necesariamente entre la litosfera (rígida) y la astenosfera (plástica). Las capas superficiales del manto pueden ser tan sólidas como la corteza.
REFERENCIAS (MLA):
- David K. Smythe et al. “Project images crust, collects seismic data in world’s largest borehole” Eos Transactions American Geophysical Union, 75(41), 473-473 (1994).
- Craig M Jarchow & George A Thompson “The Nature of the Mohorovicic Discontinuity” Annual Review of Earth and Planetary Sciences. 17, 475-506 (1989).
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