Aniversario
Picasso, el malagueño que quería ser catalán
El artista se integró en la cultura de Cataluña y quiso formar parte de ella
El castillo de Vauvenargues es la última morada de Pablo Picasso. Allí descansan sus restos desde 1973, junto a los de su esposa Jacqueline Roque, un lugar inaccesible para el gran público al ser una residencia privada. Picasso le tenía mucho cariño al castillo, especialmente por sus vínculos con Cézanne. Vauvenagues, a diferencia de la casa-taller de La Californie, era mucho más privada y el artista no quería que entrara mucha gente. Como hizo en otras de sus residencias, la decoró a su antojo, interviniendo personalmente en las estancias. En una de ellas, en su dormitorio, el pintor colgó la bandera de Cataluña presidiendo su cama. A su amigo el fotógrafo David Douglas Duncan le permitió captar con su cámara esa habitación, además de algún otro mueble, como una silla en la que Picasso pintó las cuatro barras catalanas. Cuando le preguntaron por qué hacía eso, el pintor contestó que la «senyera» era una bandera antifranquista.
Picasso llegó con su familia por primera vez a Cataluña en 1895. Su padre, José Ruiz Blasco, había sido destinado como docente en la Llotja de Barcelona, llevándose con él a los suyos. El joven Pablo Ruiz Picasso no tardó en conectar con la cultura catalana gracias, sobre todo, a los amigos que hizo en ese tiempo, como Manuel Pallarès, Carles Casagemas, Jaume Sabartés o Manolo Hugué. De la mano de ellos se adentró en locales, como la cervecería Els 4 Gats, punto de encuentro de artistas e intelectuales del momento, con Ramon Casas, Santiago Rusiñol y Pere Romeu a la cabeza. De esta manera, por ejemplo, a personajes tan fascinantes como Pompeu Gener, a quien retrató Picasso.
El malagueño conoce el catalanismo de la época y se interesa mucho por la lengua, como lo demuestra que quisiera leer a algunos de los más destacados autores del momento, como los poetas Joan Maragall o Jacint Verdaguer. Cuando muere este último, el 10 de junio de 1902, Picasso, junto con sus amigos Jaume Sabartés, Ángel de Soto y Josep Rocarol, subió hasta Folgueroles para velar el cuerpo de Verdaguer. Su firma es una de las que aparece en el libro de condolencias.
¿Y qué pasa con Joan Maragall? En el cuaderno que Picasso lleva con él durante su paso por Gósol, en el Pirineo leridano, anotó unos versos del poeta: «Una a una, com verges a la dansa,/ entren lliscant les barques en el mar».
El pintor no solo se interesó siempre por Cataluña, sino que incluso adoptó algunos elementos de su cultura en su obra. Uno de ellos es precisamente la sardana. Sabemos que le gustaba la música y que incluso apuntaba la letra de algunas de sus composiciones, como hizo durante su estancia en Ceret, en el sur de Francia. Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial y para todos eran visibles las consecuencias que había tenido el conflicto bélico, Picasso volvió a la sardana y la hizo sinónimo de la paz. ¿Acaso no era un buen símbolo antiguerra una danza en la que todos se cogen de la mano? Es el caso de la llamada «Sardana de la paz» que el artista traza en 1953 a instancias, por cierto, del Partido Comunista.
«Visca Catalunya» fue un lema para Picasso y no dudó en ponerlo por escrito siempre que pudo. Por ejemplo, cuando estampó su firma en el libro de visitas de la Bodega de las Galeries Laitanes escribió: «Visca Catalunya i els seus amics» compartiendo curiosamente página con Ramiro de Maeztu. Cuando la Guera Civil estaba prácticamente acabada, el pintor le regaló a su secretario Jaume Sabartés un ejemplar de su carpeta «Sueño y mentira de Franco». En su dedicatoria a Sabartés, Picasso volvió a escribir un contundente «Visca Catalunya».
Hay otro elemento que Picasso gustaba lucir como muestra de su catalanidad. En los años cincuenta, el artista pasó algunas temporadas en Perpiñán. Fue allí donde posó para la cámara de Raymonde Fabre. En esas imágenes, unas veces serio y otras juguetón, Picasso quiso lucir una barretina que había sido comprado al otro lado de la frontera, en Figueres. Mientras encendía uno de sus cigarrillos de tabaco negro, el pintor quiso hacer de modelo fotográfico, pero también haciendo pública su catalanidad. Es esa misma catalanidad que le hacía tratar de hablar en catalán cuando su biógrafo Josep Palau i Fabre se acercaba a La Californie para entrevistarlo.
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