Testimonio excepcional
Luces y sombras sobre el último Picasso por su abogado
Un libro recoge las últimas impresiones de Roland Dumas, un nombre fundamental en la biografía del pintor malagueño
El pasado 3 de julio fallecía a los 101 años un testigo clave de la Francia del siglo XX, por un lado desde un punto de vista político, como lo demuestra el hecho de haber sido ministro del presidente François Mitterrand, pero también por haber sido el asesor legal del último Pablo Picasso. Roland Dumas, antes de marcharse de este mundo, nos dejó un libro importante para conocer los años finales del artista malagueño. «El último Picasso», publicado por Berenice, recoge las muy interesantes conversaciones que Dumas mantuvo con el historiador Thierry Savatier, una obra que viene a ser una suerte de memorias finales del desaparecido letrado y político.
Cabe decir que no es muy habitual encontrar testimonios sobre la etapa final del autor de «Las señoritas de Aviñón». En este sentido, excepciones son las memorias de Mariano Miguel Montañés –sorprendentemente inéditas en español, en el idioma en las que fueron originalmente escritas–; la obra de Pepita Dupont sobre Jacqueline Roque basada en conversaciones entre la periodista y la viuda del pintor; o el libro de recuerdos de John Richardson. Quedan muy pocas personas con las que poder hablar sobre ese Picasso, aunque en algunos casos parecen ser de difícil acceso porque alguna institución solamente fomente que unos pocos medios puedan hablar con ellas, pese a que este diario lleva meses solicitando esa entrevista.
Volviendo al libro que nos ocupa, Dumas fue un prestigioso hombre de leyes que tuvo una impresionante lista de clientes como Jean Genet, Pierre Guyotat, Luciano Pavarotti, Giacometti, Jean Paul Sartre, Daniel-Henry Kahnweiler y, sobre todo, Pablo Picasso. Todo empezó cuando Kahnweiler, el marchante del artista, se puso en contacto con el abogado para buscar su asesoría. Françoise Gilot había publicado un muy controvertido libro sobre su vida como pareja del pintor. «Un día este galerista me comentó que Picasso le había pedido que me hiciera algunas preguntas acerca de la posibilidad de iniciar una demanda contra ese libro que tanto le había herido», comenta Dumas quien elaboró un informe en el que aconsejaba que no se pusiera en marcha ninguna demanda contra Gilot, algo a lo que Picasso finalmente no hizo caso.
El pintor se lo consultaba todo y para subrayar la importancia de sus preguntas dibujaba un ojo en el sobre. «Dumas, cuando estás a punto de venir no duermo porque estas cuestiones jurídicas me inquietan. Estoy en la pintura todo el día, es mi droga, mi Ricard! Pero cuando estás tú, no sé qué pasa contigo, me das seguridad. Después de una hora se me olvida que eres abogado y podemos hablar de otra cosa», le decía el artista quien le pidió que se ocupara de asuntos de todo tipo, como la donación a Barcelona de los cuadros que formaban parte de la serie sobre «Las Meninas».
Gracias a este libro podemos saber cómo era la vida cotidiana de Picasso. Dejemos que sea Dumas quien nos lo cuente: «Jacqueline ponía orden. Velaba por él, le dejaba dormir por la mañana, hasta que se despertaba a las 10 u 11. Entonces llamaba a Miguel para que le trajera papel y lápices y empezara a dibujar. Dibujaba mucho, hasta el final, aunque en las últimas semanas su inspiración tomó un camino curioso. Esbozaba sexos de mujer, de todas formas y dimensiones, en primer plano. Jacqueline y yo los quemamos después de su muerte. Ella pidió mi opinión; le contesté que, al poseer los derechos morales, podía tomar decisiones. Escogió quemarlos en la chimenea, ya que, según ella, carecían de interés artístico; no servían ni al arte ni la memoria del pintor. Decidió aquello, pero no quiso prender la cerilla. Lo hice yo tras su petición».
Roland Dumas habla de la generosidad del pintor, de los regalos que realizaba de originales, pero también de su obsesión por el dinero. Eso quedó patente tras su muerte, cuando debajo de su cama se localizaron muchos billetes. «En compañía del administrador judicial designado por el tribunal, encontramos bajo su cama maletas repletas de billetes de banco cuyo valor se añadió al total de la herencia. Me asombraron aquellas cantidades tan importantes. Llamé incluso al director de su banco, el Crédit Lyonnais, para preguntar la razón de que esas cantidades no hubiesen sido depositadas en su establecimiento, estuvieran conservadas en maletas y no en una caja fuerte o en una cuenta», asegura el abogado.
Uno de los episodios más interesantes de esta obra se refiere a la herencia del pintor. Dumas se dio cuenta del problema que se venía encima con un Picasso reacio por superstición a redactar un testamento: pensaba que si lo hacía eso podía provocar su muerte. Tampoco le gustaba la actitud de sus hijos que, según sus propias palabras, «tienen mucha prisa, no pueden esperar; están aquí con la boca abierta y las manos tendidas».
Tras su fallecimiento, en 1973, fue necesario inventariarlo todo, un legado monumental formado por miles de pinturas, dibujos, grabados y esculturas, aparte de una colección de obras de otros creadores que, en este caso, fue donada al Louvre. Fueron necesarios seis años para poder tener un listado completo antes de hacer el reparto entre los varios herederos en discordia, la llamada «guerra de sucesión», en la que Dumas tuvo un papel importante. Al final las obras se dividieron en lotes que fueron repartidos entre los hijos y la viuda del pintor lanzándose a suertes.
Uno de los aspectos más polémicos del libro se refiere al intento de Jacqueline de donar a España su excepcional colección de piezas picassianas, algo que incluso se tradujo en una reunión en el Palacio de la Zarzuela, algo con lo que ella decía que quería obedecer la voluntad de su difunto marido. Sin embargo, Jacqueline se suicidó en 1986 sin formalizar por escrito sus deseos. A ello se sumaron las presiones de Mitterrand ante un Felipe González, por entonces presidente del Gobierno, que cedió.
Otro apartado importante de esta obra es la dedicada a todo lo relacionado, esta vez sí, con el retorno de «Guernica» a España. Dumas rememora en estas conversaciones incluso las presiones de la dictadura franquista, con Carrero Blanco a la cabeza, para reclamar la pintura que, en ese momento, se encontraba depositada en el MoMA de Nueva York. Una vez muerto Picasso, Dumas se encargó de que se cumpliera la voluntad de su autor respecto al destino final de su obra más conocida, pese a encontrarse alguna oposición por parte de los hijos del artista. En todo esto jugó un papel importantísimo un diplomático español llamado Rafael Fernández Quintanilla quien localizó documentación fundamental que demostraba que el Estado español era el propietario de «Guernica». En esos papeles se demostraba que el Gobierno de la República había pagado 150.000 francos en 1937 a Picasso por la tela, aunque ese recibo nunca apareció.
Diversas reuniones con el rey Juan Carlos y con el presidente del Gobierno Adolfo Suárez sirvieron para que Dumas pudiera realizar su trabajo, aunque los herederos del pintor se oponían a todo esto alegando un derecho moral, tanto sobre la pintura como sus estudios preparatorios. En estas conversaciones, el abogado recuerda que «Guernica» «simboliza España. No solo por escenas de animales prehistóricos como las de Lascaux, en la cueva Chauvet o, por supuesto, las de Altamira. El lienzo se inserta en esta vena y, sobre todo, en la gran historia de España».
Al final logró que la tela volviera al país del pintor, uno de sus grandes triunfos como representante de Picasso.
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