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Katherine Mansfield, una vida por carta

Dos ediciones reúnen buena parte de la correspondencia de una escritora fundamental

Katherine Mansfield
Katherine MansfieldHarry Ramson CenterThe University of Texas at Austin

Suele ser habitual que cuando un autor queda libre de derechos comiencen a aparecer en el mercado numerosas ediciones de su obra, además de recuperar textos que hasta ese momento eran inéditos o permanecían de difícil acceso para los lectores. Desde hace tiempo, la producción literaria de Katherine Mansfield entra en ese grupo, lo que ha hecho que sea más accesible cuanto escribió, algo que también se extiende a sus epistolarios.

«Cartas de Katherine Mansfield», en Tres Hermanas, y «Poco tiempo en cualquier lugar. Cartas 1903-1922», en Páginas de Espuma, son dos estupendas maneras de conocer el mundo humano y literario de aquella que en realidad se llamaba Kathleen Beauchamp, todo ello bajo el cuidado de Jimena J. Real y Patricia Díaz Pereda, respectivamente. Ambos conjuntos de correspondencia nos sumergen en los temas y las relaciones que marcaron a Mansfield, alguien que elevó el relato breve a las cotas más elevadas, con su aguda mirada a cuanto la rodeaba. La escritora fue un enigma para muchos, alguien que no acabó de encontrar su sitio. Eso es algo que se visualiza en ambas ediciones, con un conjunto de cartas que tienen como receptores a familiares, además de a confidentes de la talla de Virginia Woolf, William Orton o Lady Ottoline Morrell, la aristócrata que también fue la mecenas del legendario grupo literario de Bloomsbury.

Las misivas nos muestran la humanidad de Katherine Mansfield, su preocupación por aquellos a los que dedica unas líneas. Es el caso, por ejemplo, de una carta dirigida el 6 de junio de 1918 a su querida amiga Virginia Woolf donde empieza devolviéndole un giro postal para añadir que «siento mucho lo de tu garganta –Imagino el fastidio que te supone– y no ser capaz de fumar ni de hablar– Santo cielo– que puede una hacer si no en este fantástico y lánguido clima– ¿Te sientas junto a la ventana a beber copas de vino todo el día? Espero que te mejores pronto».

Lo que ella comenta en estas cartas nos permite hacernos una idea de lo que le decían quienes las recibían. Por ejemplo, siguiendo con las comunicaciones con la autora de «Orlando», sabemos que ella se mostró entusiasmada por la publicación, en diciembre de 1920, de «Felicidad y otras historias», pero Mansfield veía todo esto con otros ojos: «Por favor, no hables de triunfo, ni siquiera en broma. Me hace agachar la cabeza. Deseo que algún día pueda merecer tu larga y generosa carta, pero ese día es lejano, lo sé. Gracias de todas formas. Llegó el día de Navidad, así que fue un regalo doble. Pienso en ti a menudo, muy a menudo. Ya es hora de que hablemos. Si Virginia cruzara la verja y dijera: “Bueno, Katherine...” Ah, hay miles de cosas de las que me gustaría discutir».

Una mención aparte en este conjunto son las cartas que nuestra protagonista escribió a Ida Baker, una amiga de infancia que también fue su amante. En ellas podemos ver a Mansfield en la intimidad, extremadamente humana, como ocurre el 14 de marzo de 1922 cuando afirma a Ida que «no pidas disculpas por decir cómo te sientes. ¿Por qué habrías de hacerlo? Lo único que significa es que yo tengo que gimotear de rien de rien cada vez que ocurre, y eso es absurdo. ¡Cielo, cuánto cuesta llegar a ninguna parte! Me lo demuestro cada día. Siempre estoy cuanto más cuanto menos marcando la distancia, examinando el mapa, y luego fracasando a la hora de llevar a cabo mis planes. Me gusta pensar en mí misma como en un marinero que se inclina sobre el mapa de su mente y decide a dónde ir y a cómo. Lo maravilloso es que podemos hacer lo que deseemos siempre y cuando nuestro deseo sea lo suficientemente fuerte».

Es también especialmente conmovedora una larga carta que Katherine Mansfield escribió a su padre Harold Beauchamp el 31 de diciembre de 1922, cuando le quedaban solamente nueve días de vida. La hija informa sobre su estado de salud sin saber que el fin está llamando a las puertas: «Desde la última vez que escribí he llevado aquí una semiexistencia muy mansa. Mi corazón con este tratamiento nuevo, que consiste en esfuerzos graduales y ejercicio, está decididamente más fuerte y mis pulmones, en consecuencia, están más apaciguados también. Es un hecho notable que, desde que llegué aquí, no he tenido que pasar ni un día entero en la cama, ¡un récord sin precedentes! Cada vez me siento más segura de que si le doy una oportunidad razonable –como quiero hacer– y me quedo seis meses como mínimo, me pondré, en todos los aspectos, infinitamente más fuerte. No me atrevo a decir más».

Es emocionante leer en esta carta como la que ya es una indudable gran escritora, todo un referente en las letras anglosajonas de las primeras décadas del siglo pasado, se esfuerza por demostrar a su padre que le ha ido bien dedicándose a la literatura: «Veo en los periódicos que he recibido que mi último libro está nominado para el premio literario francés Vie Heureuse, como lo estuvo el anterior. No hay posibilidades de éxito porque los franceses nunca se toman “en serio” los relatos cortos. Sin embargo, es una buena publicidad y no cuesta dinero».

Más adelante añade que tiene un nuevo trabajo entre manos que «no saldrá antes de primavera. Aún estoy un poco indecisa respecto al título. Creo que la elección de títulos debería estudiarse como un arte independiente». Por desgracia, «El nido de la paloma y otros relatos» quedó inacabado.