Historia

Cuando Joséphine Baker reinó en Barcelona

La artista francesa actuó en varias ocasiones en la capital catalana con gran éxito

Una imagen de Joséphine Baker, un icono del "music-hall"
Una imagen de Joséphine Baker, un icono del "music-hall"larazonAgencia AP

Para muchos ella fue «la diosa de ébano» mientras que para otros es un símbolo de la igualdad y la lucha por los derechos civiles. Esta pasada semana se ha sabido que Joséphine Baker será inhumada en el Panthéon de París, un honor reservado a aquellos nombres que han forjado la historia francesa, desde Voltaire a Marie Curie pasando por Victor Hugo. Fue una de las estrella más grandes que ha dado el «music-hall», una mujer adelantada a su tiempo admirada por millones de personas en todo el mundo… Y con algunos vínculos con Barcelona.

Nacida en Estados Unidos, en 1906, como Freda Josephine McDonald, su infancia fue complicada al tener que trabajar a la vez que iba al colegio, algo que finalmente dejó para casar con solamente trece años. Con catorce demostró sus grandes aptitudes para el baile ganando un concurso. No tardó en entrar en el mundo del espectáculo, algo que con el final de su matrimonio se afianzó al empezar a trabajar con la Jones Family Band, empezando un camino que lo lleva a trabajar por Estados Unidos hasta llegar al mítico Cotton Club.

A partir de 1925 se instaló en París como una de las integrantes del coro de La Revue Nègre. El público europeo se quedó prendado de Joséphine Baker y se convirtió en una estrella del Folies Bergière, introduciendo el charlestón en los escenarios parisinos. Fue el despegue de una carrera imparable, la de una mujer que supo seducir como nadie con su indudable talento. Pero también se convirtió en un nombre importante al protagonizar algunas películas en los años treinta, como «Le Siréne des tropiques», «Zou» o «Princesse Tam-Tam». En 1937 adquirió la nacionalidad francesa.

Pero no solo los franceses pudieron disfrutar de su labor sobre el escenario. Baker puso en marcha algunas giras que la llevaron a viajar por medio mundo, incluso actuando en algunos teatros de Barcelona, desde el Teatre Còmic al Cinema Principal, siempre con colas de espectadores a las puertas deseosos de poder asistir a tan importante evento. El impacto fue tremendo y sirvió para deshacer algunos mitos. Un buen ejemplo de esto es un artículo aparecido en la revista “Ondas” de Madrid, el 1 de marzo de 1930. En él, su autor Gonzalo Avello afirma que «la inmensa mayoría de los que pertenecemos a la raza blanca, aun cuando algunos somos más negros que el asfalto, tenemos sobre las gentes de color ciertas ideas equivocadas». El autor reconoce que «en nuestra imaginación creímos más natural que un negrito se comiera un explorador a la broche o un misionero a la brasa, que comerse un plato de natillas o un monte nevado. Joséphine Baker ha venido a demostrarnos que esta creencia nuestra era equivocada y que siempre que cualquier mortal, sea blanco, o negro, o verde esmeralda, es mejor una pechuga de ave que un glúteo mayor de un jefe de Administración civil, y que un trozo de cake es mejor y más dulce que el mango y la chirimoya».

Ella fue uno de los más importantes nombres internacionales que pasearon por Barcelona durante la Exposición Universal de 1929, acudiendo al puesto de caricaturas que Romà Bonet, más conocido como Bon, instaló en la montaña de Montjuïc, ante las puertas del Pueblo Español. Allí no dudo en posar ante las cámaras de la prensa en el peculiar caballo diseñado por Bon y que daba la bienvenida a una suerte de carromato en el que se podían adquirir caricaturas originales al precio de diez pesetas. Y es que a Joséphine Baker no le importaba acercarse a algunos de los lugares más insólitos y divertidos de la ciudad y realizar su repertorio de muecas ante el fotógrafo de turno. Sabía que tenía asegurada como mínimo una página o más en un periódico o revista ilustrada.

Tras el paréntesis provocado por la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, donde Baker demostró estar del lado de los aliados, volvió a pasar con su espectáculo por Barcelona donde el público estaba con ella. Uno de los grandes entrevistadores del momento y también caricaturista, Del Arco, fue uno de los que acudió a charlar con ella en una de sus estancias en la capital catalana donde siempre se alojaba en el Hotel Ritz. Aquel diálogo, publicado en «La Vanguardia» el 20 de junio de 1953, es todavía hoy una delicia para el lector, como cuando Del Arco le pregunta si dejará algún legado: «Yo no soy nada; si realmente hay quien lo cree, me parece bien que lo crean, pero me parece que no vale la pena; creo que no tengo estilo que quede en el futuro; usted puede pensarlo, yo no. Todo cuanto hago es por inspiración, todo viene de dentro». El reportero-dibujante también le pregunta si hubiera tenido igual suerte de ser blanca, a lo que Baker contesta que «soy negra de color, de raza, de clase social; para mí la raza es una: la raza humana. Creo en Dios que dijo que todos somos hermanos, y yo lo siento así».

En la actualidad el Palace Barcelona, heredero de aquel viejo Ritz, dedica una de sus principales suites a Joséphine Baker, una manera de mantener viva la huella que dejó esta artista en Barcelona, ciudad en la que reinó con su talento.