Literatura
Peter Schneider, el hombre que contó lo que sucedía a ambos lados del muro de Berlín
La editorial Gatopardo recupera su novela “El saltador del muro”, un genial compendio de historias con un toque irónico alrededor de las personas que vieron como esa fría estructura partía sus vidas
“El muro parece, en su fantástico zigzagueo, el engendro de una fantasía anárquica. Iluminado en las tardes por el sol de poniente, y por la noche por la luz de los reflectores, parece más una obra de arte de arquitectura urbanística que una frontera”. Así describe el irónico narrador de “El saltador del muro” (Gatopardo ediciones), al famoso muro de Berín. Aquella artificial separación de dos mundos, la Alemania occidental y la oriental, caería en 1989, pero antes, en 1982, un periodista, Peter Schneider, consiguió desnudarla por completo hasta dejar ver con total claridad sus vergüenzas y su absurdidad.
El libro llegó un año después a nuestro país de la mano de Anagrama. Nadie que leía aquel libro podía ver después el muro de la misma manera. Muchos nunca se lo perdonaron. Muchos incluso le acusaron de frivolizar con un tema muy serio, pero casi 40 años después sigue siendo la mejor novela que se ha escrito nunca alrededor de una muralla.
“A la pregunta de si no resulta extraño vivir en una ciudad cercada por cemento y alambres de espino, respondo hace ya tiempo... que no existe ninguna diferencia en vivir allí o en cualquier otra ciudad”, comenta el narrador, convirtiendo al muro en espacio de tránsito real, por tanto invisible para los que están a un lado y otro del mismo. Sólo es real en el momento en que se intenta cruzar. Y aquí radica la maravilla del libro, en el peso que poco a poco coge ese muro y cómo el simbolismo de la separación empieza a cimentarse en la psique de los berlineses de ambos lados.
La novela “se sostiene por su ingenio tanto como por su agudeza psicológica y por su espíritu de libre indagación. No se trata de una apología del mundo occidental dictada por la Guerra Fría, y las conversaciones en el bar revelan sucintamente lo imprecisa que es la libertad individual”, asegura Ian McEwan en el prólogo del libro.
Lo cierto es que el libro funciona como una especie de recopilación oral de las historias del muro. Schneider es por tanto el trovador que narra de forma liviana anécdotas que poco a poco cogen poso real y se convierten en categorías del mal de todo muro. Y no es un libro de nosotros éramos buenos y ellos malos. Porque las historias no son unidireccionales, funcionan tanto de la gente de occidente que iba a oriente como a la inversa. Por ejemplo, podemos ver al narrador de visita a unos familiares de Oriente, con un primo militar que se esconde de él detrás de la puerta del salón ya que no puede hablar con extranjeros. O podemos meternos en la piel de tres hombres que cada semana se cuelan por el muro simplemente para ver una película de Hollywood de estreno. “De mis primera visitas apenas ha quedado en mi memoria algo más que un olor... a gasolina de baja calidad, desinfectante, raíles calientes, legumbres variadas y sala de espera de estación”, señala el narrador.
¿Hasta qué punto son reales estas historias? Tanto da su grado de realidad, porque su grado de certeza es absoluto y su misma narración liviana ayuda a que, a pesar de sus particular esperpento, todo suene a verdad, a eco que nos llega tal vez de tercera generación, pero que todavía nos llega alto y claro. "“El muro de Berlín todavía sigue ahí, un bloque de hormigón pegado a otro, y Peter Schneider lo ha observado desde ambos lados y también en el interior de nuestras mentes. Se trata de la descripción definitiva de esta obra arquitectónica; a partir de aquí ya no se precisan más explicaciones. Casi nos atreveríamos a afirmar que gracias a esta descripción el muro mismo ha dejado de existir”, aseguró el cineasta Werner Herzog tras leer la novela.
Peter Schneider nació en 1940 Lübeck, cerca de la frontera con la Alemania Oriental, y en 1961 comenzó a vivir en un Berlín dividido y en tensión. Sus trabajos periodísticos, de fuerte carga política, en el semanario “Kurbush”, dirigido por Hans Magnus Ensenzberger, le dieron una fuerte reputación de hombre íntegro de izquierdas, pero fueron sus novelas las que le elevaron por encima de categorías ideológicas. “Escribo para poder comprender algo yo mismo. Dejamos demasiado tiempo que un tema tan importante como la división de Alemania la narraran las personas equivocadas”, comentaba el escritor.
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