
Cultura
Dos mil años de esplendor al traste por el capricho de unos pocos
El arqueólogo palentino Jesús Francisco "Kechu" Torres se lamenta por la pérdida del conocido como castelum A del campamento romano de La Loma, en Santibáñez de la Peña (Palencia) y cree que "la gente no conoce el inmenso patrimonio que existe"

Una vez más, y no es la primera, el patrimonio histórico y cultural de España ha vuelto a sufrir un golpe irreparable tras la destrucción de uno de los campamentos romanos que formaban parte del dispositivo de asedio en el Castro de La Loma, en Las Heras de la Peña, una pedanía de Santibáñez de la Peña (Palencia). La intervención de maquinaria pesada arrasó con una estructura militar romana de más de 2.000 años de antigüedad dando al traste con uno de los campamentos romanos más importantes de Europa y por ende, del mundo.
“Lo cierto es que casi todos los escenarios de las guerras de conquista romanas han desaparecido”, asegura Jesús Francisco ‘Kechu’ Torres, uno de los arqueólogos a cargo del yacimiento. Escenarios en los que se conserven las estructuras de una campaña militar como se conservan en el norte de Castilla y León, Cantabria o Asturias es “completamente excepcional”, añade a Ical, ya que si bien los Castros tenían murallas de piedra y estructuras urbanas potentes con defensas de piedra y tierra, las fortificaciones romanas de campaña eran construidas con tierra.
“Estamos acostumbrados a ver en películas campamentos romanos con murallas y eso no es cierto, eso solo ocurría en los campamentos estables que se tenían muy en la retaguardia, donde los legionarios pasaban el invierno para recuperarse de las campañas”, explica el arqueólogo. Pero este tipo de campamentos móviles se hacían en fosos con la tierra, con terraplenes y defendidos con estacas de madera que a veces eran portátiles y a veces se cortaban de los bosques donde se hacían las operaciones. “Lo excepcional es que en lo que es la zona cantábrica se han conservado muchísimas de estas estructuras porque estaban construidas en las alturas y apenas han sido modificadas gracias a las condiciones climáticas y del suelo de la montaña”, apunta.
Apesadumbrado por lo ocurrido, el arqueólogo trata de recomponerse y asegura que lo que ahora les preocupa es la integridad de los castellum, es decir de los fuertes romanos y del campamento. “Este último ya sufrió una agresión tremenda porque la mitad desapareció debido a que el empresario de la minería Victorino Alonso lo utilizó como cantera, pese a las reivindicaciones de Eduardo Peralta (el arqueólogo que descubrió este enclave en 2003) de que no se podía trabajar allí”, afirma. “Ahora seguimos investigando los castellum y el perímetro del castro, porque vemos que el campo de batalla es más extenso de lo que habíamos pensado en un principio”, reconoce.
En ese sentido, Kechu asegura que han vuelto a coger la delantera, pese a que tanto el equipo de trabajo de arqueología, como el Seprona y el servicio de Patrimonio de la Junta se encuentran “en shock” porque es algo que está desprotegido y “de la noche a la mañana unos insensatos se lo han cargado completamente”, explica con tristeza.
El principal problema que ahora afrontan ahora, además de la investigación para conocer el alcance del destrozo es frenar a los furtivos. “Me consta que el Seprona está haciendo un esfuerzo considerable en pasarse constantemente por allí para evitar ponérselo fácil a los expoliadores”, asegura. “Son gente muy particular, tienen su fijación, sus objetivos y para ellos es normal que justificarse diciendo que tienen tanto derecho como nosotros de hacer lo que hacen”, explica Kechu, que tanto él, como su compañero Santiago González son científicos doctorados, con una experiencia de 20 años especializados en este tipo de yacimientos.
Un poco de historia
El campamento destruido, conocido como "Castellum A", formaba parte de un complejo sistema de fortificaciones construido por el ejército de Roma durante las Guerras Cántabras (29-16 antes de Cristo). “Este tipo de batallas las hace el emperador Augusto, que fue el primer emperador romano, aunque todo el mundo piensa que fue Julio César, pero el fue dictador, no emperador”, comienza explicando Kechu. “Augusto quería hacer una guerra de conquista para dejar bien claro que él era un emperador con capacidad militar como para hacer ese tipo de campañas”. Anteriormente, Augusto solo había luchado durante la guerra civil con otros romanos y necesitaba de estas batallas para aumentar su prestigio.
Es entonces cuando planea la conquista con la idea de no dejar pueblos celtas libres en su retaguardia (como el pueblo cántabro). “Primero decidió conquistar a los cántabros, para luego atacar a los germanos, que es lo que Julio César no pudo hacer después de conquistar la Galia”, apunta Kechu, que cuenta los hechos con la emoción de a quien le gusta bucear por la historia y explicarla para que no caiga en el olvido.
Al principio todo fue muy bien, la campaña estaba planeada para que durara al menos un par de años, pero finalmente fueron diez años de guerra. “Los pueblos de la Península Ibérica eran muy guerreros, extremadamente tenaces en su lucha. Empezaron luchando, haciendo campañas convencionales de batallas campales y asedios”, señala el arqueólogo palentino. “Al final la guerra se convirtió en una sublevación constante, una guerra de guerrillas con ataques a los suministros”. Al ver que no lograban hacerse con la plaza, los romanos decidieron enviar al yerno de Augusto, el mejor general en aquel momento: Agripa, “un genio de la estrategia, probablemente el mejor militar de todo el Imperio Romano”, certifica Kechu Torres.
Agripa llegó para acabar la guerra y lo logró con métodos muy duros. “Exterminó a sus enemigos y al resto les empujó a las montañas. Rodeaba los valles, bordeaba las cimas y les bloqueaba a través de batidas. Podemos decir que era un primigenio concepto de guerra total”.
El arqueólogo palentino también pone en valor la resistencia del pueblo cántabro y el coraje de luchar ante la mayor potencia del Mediterráneo. Pese a haberse enfrentado a legiones de soldados y un contingente superior en número, los cántabros aguantaron esos diez años y lograron un número considerable de bajas en el temido ejército romano. Según Kechu Torres, estos enfrentamientos son poco conocidos, pese a ser una de las guerras “más importantes que desarrolla el ejército romano en en Europa y en la Península Ibérica”.
Toda esta historia quedó recogida en las crónicas escritas por Tito Livio, que era amigo personal del emperador romano, aunque “esos libros se han perdido”, asegura Kechu Torres, que reconoce que “aún se conservan pequeños resúmenes y también el currículum del emperador Augusto cuando fallece, donde se cuentan todas sus hazañas”.
Mediante los trabajos que se han venido desarrollando a lo largo de estos años desde 2003 se ha conocido que La Loma era una ciudad fortificada con un gran dispositivo de defensa, muchas líneas de muralla, torreones y baluartes fortificados. “Gracias a los descubrimientos que hemos hecho en los últimos años sabemos que había una segunda línea de control de acceso para evitar que el Castro recibiera refuerzos desde fuera. También está reflejado que existen unos combates feroces, porque ahí están restos de armamento. Se arrojaron miles de flechas”.
El descubridor del enclave, Eduardo Peralta, ya había recogido un gran número de puntas de flecha en ese sector del Castro del asalto romano, y Kechu y su equipo han continuado haciéndolo. “Hemos recuperado aproximadamente unas 2.000 puntas de flecha solo en el pasillo de entrada al Castro, fragmentos de vigas y de estructuras de madera que estaban encima de la muralla que estaban haciendo, es decir, el combate debió de ser tremendo. Ojalá algún día alguien haga alguna película explicando lo que pasó aquí”, espera con ansia este arqueólogo que se encuentra devastado por lo ocurrido y que confía en que países como España sean más conscientes del patrimonio con el que cuentan e inviertan más en él y en su historia profunda.
“Necesitamos invertir más en ciencia, en desarrollo, en historia, en arqueología, para ser un país culturalmente más avanzado”, concluye Jesús Francisco ‘Kechu’ Torres contemplando la gran pérdida de un yacimiento que ha dejado de existir de la noche a la mañana tras permanecer intacto durante más de 2.000 años.
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