Méritos e infamias

Federico

“No se fue porque quedan sus libros, léanlos y verán cómo García Lorca les sonríe”

Federico García Lorca
Federico García Lorcalarazon

Prefiero recordar el nacimiento de las personas que el día que volvieron a la nada. No me parecen interesantes los sepelios, los sermones ni los velatorios, detesto toda esa ristra de momentos dantescos en los que el muerto yace olvidado mientras los vivos cacarean por retornar a las cosas ordinarias lo antes posible. Déjenme fuera, porque quiero volver al momento cuando por primera vez se vio la luz y se inició el camino. Hoy, por ayer 5 de junio, siempre me trae a la memoria la franca sonrisa de Federico y su luminosa poesía, tan plena, tan universal, que ya incluso no pertenece a los andaluces. Saboreo de nuevo la lección magistral que ofreció durante su vida, aquel talante de hombre de pueblo que mira las pequeñeces que le rodean pero que le sirven, por esenciales y puras, para rozar con total naturalidad lo más transgresor y vanguardista de su tiempo. Sí, no era el campesino pobre, era un señorito de Granada, ya lo sé, pero su espíritu nunca dejó de recorrer el solar donde dio los primeros pasos a la vida. Abrió tantas puertas, fueron tantos los velos descorridos, que hoy Federico mantiene intacto el poder arcano de su poesía y su exquisita seducción. Prueben con cualquier pieza del «Romancero Gitano», la más popular de todas, y no tardarán en verse arrojados a la belleza por el torrente ignoto de su versos. Tan difíciles si te empecinas en comprenderlos, tan lacerantes si te dejas llevar por su ritmo y su belleza. Así ha sucedido desde que su nombre se convirtió en el sinónimo de una manera de entender la vida y el mundo, así lo entendieron por ejemplo en América, donde llegó como una verdadera estrella y de la que trajo tantas cosas de vuelta. Murió el hombre, es cierto, pero jamás podrá hacerlo (ni pudieron ni podrán conseguirlo) una obra tan genial y paradigmática que ha colocado a lo andaluz, una vez más, en la cima de los logros creados por el hombre. Para recordar a los muertos sólo hay que posar nuestros ojos en su corazón y así aparecerán como mejor quisimos verlos entonces. Federico no se fue porque quedan sus libros, léanlos y verán cómo García Lorca les sonríe.