Feria de Bilbao
El precio de la gloria
López Simón corta una oreja y resulta cogido de gravedad en el muslo derecho en el sexto toro
Albacete. Tercera de la feria. Se lidiaron toros de Alcurrucén, desiguales de presentación, chicos, flojos y deslucidos. El quinto fue el más colaborador. Casi lleno.
Sebastián Castella, de tabaco y oro, pinchazo y estocada (oreja); dos pinchazos, entera (silencio); y entera y tres descabellos (silencio).
Miguel Ángel Perera, de malva y oro, media caída y tres descabellos (silencio); y metisaca, media baja (ovación tras aviso).
López Simón, de azul noche y oro, dos pinchazos, entera (oreja); y cayó herido en el sexto.
Del peonaje destacaron José Chacón y Vicente Osuna.
Parte médico de Alberto López Simón: «Cornada en muslo derecho con trayectoria de 14 centímetros, con desgarro de músculos semitendinoso y recto interno. Contusión y disección de arteria femoral en 10 centímetros. Y otra trayectoria de 15, que afecta a fascia muscular. Trasladado a Clínica Sta. Cristina. Pronóstico grave».
Como en el resto de profesiones, como en la vida en general, no es fácil triunfar en los toros. Pero en esta actividad, si difícil es llegar (ser torero es imposible y llegar a figura un milagro, sentenció Belmonte), mucho más lo es mantenerse. Por eso Alberto López Simón, tras varios años luchando por llegar a la cima, cuando había conseguido ser tenido en cuenta y puesto en las ferias, no quiere dejar pasar la oportunidad por nada del mundo.
Ocurre, además, que en el toreo, al margen de la capacidad, aptitud, conocimientos y suerte, hay que contar con otro elemento totalmente impredecible, el toro. Y por ello es tan especial y extraordinario. Y por eso López Simón, que ya había conseguido una oreja de su primero, salió a por todas con el sexto, manso descarado e incierto. Se hincó de rodillas en la boca de riego y sacó seis derechazos que quedaron algo deslucidos al ser desarmado al final. Citó de lejos a continuación y el astado se arrancó de improviso, sorprendiéndole. Fue un arreón seco y certero que le caló el muslo derecho. Intentó el torero incorporarse pero enseguida se vio que la cosa era seria, manando un surtidor de sangre de su pierna y siendo llevado deprisa y corriendo a la enfermería. Castella se hizo cargo del animal y, con buen juicio, renunció, pese a los gritos de algunos espectadores, a buscar lucimiento y se limitó a pasaportar al toro.
La corrida de Alcurrucén no salió buena. Para empezar, su presencia dejó bastante que desear, sin cuajo ni trapío. Tampoco sobró la fuerza y en conjunto fue deslucida.
Fue, precisamente, López Simón quien firmó lo más sobresaliente de la función con su primero, que derribó estrepitosamente al caballo. Se desplazaba con largura pero se quedaba por el pitón derecho. El madrileño asentó las plantas en los medios y no sólo aguantó sin pestañear ese inconveniente, sino que lo fue corrigiendo y haciendo mejor, templando mucho y buscando someter a base de exhibir valor sin cuento y cabeza clara para resolver. No fue una faena plástica ni estética, pero emocionante, sincera y eficaz a más no poder.
Castella se llevó una oreja de su primero por un trasteo que si a su mitad pareció diluirse, al volver al pitón derecho remontó en el tramo final. Se enfadó con los pitos de un sector del público y dio la vuelta al ruedo tras arrojar al suelo el despojo que le había sido concedido. El cuarto, el más hecho y cuajado, fue abanto de salida, bravucón en el caballo, parado en banderillas y con peligro sordo en la muleta. Castella se la jugó en un trasteo muy desagradecido, puesto que no hubo nunca posiblidad de lucimiento y sí muchas de percance.
No estuvo a gusto Perera con su primero, que iba a rastras y lo dio todo para convencer con el quinto, el más potable de la tarde y con el que perdió la oreja al matar mal tras un quehacer entregado y que finalizó con un arrimón de órdago...
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