
Reportaje
El negocio clandestino tras la tragedia del volcán de La Palma
El subarriendo ilegal de los barracones se ha convertido en un negocio lucrativo a costa de la necesidad

La tragedia causada por la erupción del volcán en La Palma dejó tras de sí una estela de destrucción y desesperanza, obligando a miles de familias a abandonar sus hogares. Ante esta situación, las autoridades habilitaron viviendas temporales en forma de casas contenedores para proporcionar un alivio a los afectados.
Sin embargo, lo que se presenta como una solución de emergencia ha sido opacado por una serie de prácticas irregulares: el subarriendo ilegal de estos barracones. Este negocio clandestino, que algunos han convertido en una fuente de ingresos a costa de la necesidad ajena, no solo pone en evidencia la falta de control en la gestión de los recursos, sino que también expone la cara más oscura de una crisis que, lejos de ser superada, sigue dejando a muchas personas en el limbo.
En los últimos días, el alcalde de Los Llanos de Aridane, Javier Llamas, denunció la existencia de subalquileres ilegales en los barracones que fueron destinados a los afectados por la erupción del volcán. Este desatino ha desvelado una realidad alarmante: la corrupción en el proceso de realojo de los damnificados, un fenómeno que pone en evidencia la falta de control y la indiferencia hacia aquellos que siguen sufriendo las consecuencias de la catástrofe natural.
Los contenedores habilitados como viviendas temporales no han sido la solución definitiva que se esperaba, ni la respuesta adecuada a una tragedia que cambió la vida de miles de personas. La denuncia de los subarriendos es solo un síntoma de la incompetencia en la gestión de los recursos públicos y la falta de responsabilidad de quienes tienen la obligación de velar por el bienestar de los afectados.
[[H2:Cobijo «temporal»]]
Estos barracones, que se han presentado como una respuesta de emergencia, son ahora el centro de un negocio informal que desvirtúa su función original y prolonga la agonía de los verdaderos damnificados. Las imágenes de los contenedores, esas «casas» de emergencia que prometían ofrecer cobijo temporal a las familias que lo perdieron todo, se ven ahora opacadas por la falta de ética de algunos.
A pesar de ser viviendas adjudicadas para aquellos que habían perdido sus hogares, algunos han decidido subarrendar su espacio, sin el consentimiento de las autoridades. Esta situación, como denuncia el propio alcalde, no solo es ilegal, sino inmoral, ya que priva a otras familias necesitadas de la oportunidad de recibir un techo provisional mientras esperan una solución definitiva. Es más que evidente que el proceso de adjudicación de estas viviendas temporales no ha sido claro ni transparente.
El subarriendo de estos contenedores no es solo una transgresión de la ley, sino una muestra del egoísmo que emerge en tiempos de emergencia.
Mientras algunos se dedican a hacer negocio con la desesperación ajena, el resto de la población sufre las consecuencias de un sistema que no garantiza el acceso a la vivienda para los más vulnerables. La situación revela una falta de empatía por parte de aquellos que, al subarrendar, actúan sin contemplaciones ni respeto hacia los demás.
[[H2:«Comportamiento indigno»]]
No solo están vulnerando la ley, sino también la dignidad de aquellos que aún viven con la incertidumbre de no saber si algún día podrán volver a tener un hogar. Es, por lo tanto, esencial que las autoridades actúen con la firmeza que la situación requiere.
No basta con denunciar estos comportamientos, sino que es necesario que se tomen medidas concretas para garantizar que los contenedores sean ocupados solo por aquellos a quienes realmente se les asignó, y que se penalice a quienes violan estas reglas.
La gestión del Gobierno canario también se pone en entredicho en este contexto. Si bien ha habido esfuerzos por ofrecer viviendas temporales a los afectados, la evidencia de subarriendos pone en duda la eficacia de su planificación y ejecución.
Si las viviendas provisionales no cumplen con su función original y se ven saturadas por prácticas ilegales, es imperativo replantearse las políticas de intervención y asegurar que no se repitan situaciones como esta en el futuro. En resumen, el caso de los subalquileres en los barracones de La Palma es un claro reflejo de una crisis más profunda: la mala gestión de los recursos destinados a los damnificados del volcán.
Este escándalo, que puede parecer un hecho aislado, es una muestra palpable de cómo las tragedias, lejos de ser aprovechadas para fortalecer el tejido social, pueden ser aprovechadas por algunos para beneficio propio. La necesidad de rendir cuentas y asumir responsabilidades nunca ha sido tan urgente como ahora. Si no se toman medidas firmes, la memoria de la erupción y las promesas de reconstrucción quedarán manchadas por el egoísmo de unos pocos.
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