Inclusión
La lengua de signos, una asignatura pendiente
Expertos demandan que su uso se amplíe en sectores como la educación o la sanidad
La normalización de la lengua de signos dentro de la sociedad ha avanzado mucho en las últimas décadas. El último ejemplo lo ha protagonizado esta misma semana la Reina Letizia en un encuentro con personas con discapacidad. Sin embargo, para los expertos, aún queda mucho camino por recorrer. Hace unas semanas, el Consejo de Ministros declaró esta lengua Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial, una decisión aplaudida desde la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE), ya que este hecho implica que el Estado tiene que salvaguardar y proteger estas lenguas.
Para Roberto Suárez, su presidente, este aspecto supone un reconocimiento a la labor desarrollada por la entidad: «Con esta iniciativa se protege, dignifica y reafirma la lengua de signos española, y se reconoce la cultura sorda con sus valores, conocimientos, tradiciones y formas de socialización». Ya en 2018, la CNSE solicitó la declaración de las lenguas de signos de nuestro país –que son dos, la española y la catalana– como bienes de patrimonio cultural inmaterial, con el objetivo de «visibilizar a un colectivo y a unos procesos insuficientemente representados», señala Suárez.
Sin embargo, aún queda mucho por hacer, sobre todo en el ámbito educativo. La lengua de signos supone «además de un elemento fundamental para construir espacios inclusivos, un factor con un alto poder normalizador que coloca tanto al alumnado sordo como oyente en posiciones similares de empoderamiento, autonomía e independencia», a la vez que proporciona «accesibilidad plena a la comunicación y al aprendizaje». Por este motivo, Suárez considera que es fundamental que todos los niños sordos, independientemente del colegio al que asistan, «puedan acceder a la enseñanza de alta calidad en lengua de signos», es decir, de una educación inclusiva real.
Además, la media de intérpretes por cada persona sorda en España está muy lejos de la ratio de los países del norte de Europa. Esto supone que la dotación de estos profesionales para los alumnos sordos de secundaria, formación o profesional sea «insuficiente, lo que provoca que buena parte de estos estudiantes comiencen el curso sin intérpretes o que no los tengan todo el horario lectivo», denuncia Suárez.
Sin embargo, no es el único recurso insuficiente. La dotación de asesores sordos especialistas en lengua de signos «tampoco es suficiente en infantil y primaria, y en los colegios bilingües, donde la lengua de signos es utilizada como lengua vehicular para los estudiantes, son pocos, y los que hay se concentran en los grandes núcleos urbanos».
Pero, además, es vital que su uso se extienda a otros aspectos de la vida cotidiana, como el ámbito sanitario, los servicios sociales, los espacios culturales o el empleo, entre otros. «Hacen falta más intérpretes en los centros de salud, más servicios de videointerpretación en los servicios públicos, más mediadoras/es sordas/os en centros de día, residencias y casas de acogida», destaca el presidente de la CNSE.
¿Dónde se aprende?
Existe una Red Estatal de Enseñanza de las Lenguas de Signos Españolas integradas por centros asociados al CNSE distribuidos por toda la geografía española. A lo largo de más de 50 años ha formado a alumnos y alumnas a través de sus cursos, además de promover la creación de materiales y actividades didácticas para su aprendizaje en colegios, institutos, universidades, empresas y administraciones públicas. "Su compromiso con el rigor y la excelencia la han convertido en la principal depositaria del valor sociocultural, antropológico y lingüístico de estas lenguas", declara Roberto Suárez.
Más de 300 lenguas
En España el INE calcula que hay alrededor de 1.000.000 de personas sordas, aunque buena parte de ellas se corresponde con personas mayores que han perdido la audición con los años, por lo que no están familiarizadas con la lengua de signos. No obstante, de esa cifra se calcula que unas 70.000 utilizan esta forma de comunicación, aunque otras fuentes como la EUD (European Union of Deaf) indican que serían entre 120.000 y 150.000. Hay que destacar que pese a que el imaginario popular piensa lo contrario, la lengua de signos no es universal. Cada país posee una o varias de ellas, y según la WFD (World Federation of Deaf) se pueden encontrar más de 300 en el mundo. Debido a que surgen por la interacción entre la biología y la cultura, no hay dos lenguas de signos idénticas. Además, su organización curricular y pedagógica es equivalente al de otras lenguas, lo que se concreta en distintos niveles de dominio: A1, A2,B1,B2,C1 y C2.
Alba Prado tiene 32 años, y lleva usándola desde que era pequeña. «Aprenderla no me resultó difícil, fue algo natural, como el aprendizaje de la lengua oral en los bebés». De hecho, esta madrileña señala que hay estudios que recomiendan utilizar la lengua de signos antes de desarrollar la capacidad fonadora, porque proporciona beneficios de desarrollo cognitivo en cualquier persona.
Ella es bilingüe en lengua de signos y en castellano, lo que «me ha permitido interactuar y expresarme socialmente tanto con personas sordas como con normoyentes», pero es consciente de que este hecho es un privilegio. «Es vital garantizar el bilingüismo en la educación para las personas sordas, cosa que lamentablemente, no sucede siempre», subraya.
En el caso de Alba, gran parte de su entorno la usa: su familia, su pareja, sus amigos e incluso vecinos de su pueblo. «Sin necesidad de pedirlo, se atreven con ella y lo agradezco», señala.
Alba, que se define a sí misma como «una activista de los derechos de las personas sordas, pero sobre todo de las mujeres sordas», considera que «todavía hay prejuicios hacia una lengua que se considera ‘de segunda’, cosa que no es cierta». Aunque opina que es beneficiosa para el conjunto de la sociedad, «seguimos encontrando barreras comunicativas e informativas que no nos permiten vivir como ciudadanos de pleno derecho», asevera.
Y, lamentablemente, la discriminación aparece: «Si me dieran un euro por cada comentario machista, capacitista, audista que he presenciado, ahora sería millonaria». Comentarios como «no hablábamos de nada», «luego te lo explico», «tienes que hacer un esfuerzo» son habituales para ella. Cuando se enfrenta a una situación discriminatoria «lo indico y propongo una solución, como la presencia de lengua de signos, de subtitulado... la respuesta es ‘no hay dinero’, ‘no tenemos ese recurso’ o ‘no podemos hacer nada’».
Para una mayor difusión de esta forma de comunicación propone «incluirla en la Constitución como una lengua más, llevarla a los centros educativos y normalizar su presencia en todos los ámbitos». «La lengua de signos es socialmente conocida y valorada, solo falta considerarla una igual», concluye.
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