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¿Es Julia Louis-Dreyfus la cómica total?
Asume papeles que podrían ser un suicidio interpretativo como el que aborda en la sátira política «Veep», por el que ha ganado cinco premios Emmy.
Asume papeles que podrían ser un suicidio interpretativo como el que aborda en la sátira política «Veep», por el que ha ganado cinco premios Emmy.
La comedia no es ni para tramposos ni para impostores. Es fácil verles el plumero, una risa de más a modo de señal de tráfico para el espectador que anuncia: «¡Atención, acaba de llegar el gag que estaban esperando!» o una pasada de frenada que les lleva al precipicio del fracaso. No es el caso de Julia Louis-Dreyfus, que está en la primera división de la liga de los cómicos porque no es una trilera de la interpretación, en la que detrás del envoltorio no hay nada de contenido. En el pilar de su talento está la capacidad para reírse de sí misma, de coquetear con el ridículo con clase, de atreverse con personajes al límite que están en la cuerda floja entre lo sublime y lo patético si no se moldean con desparpajo y personalidad. Esta actriz no vive de las rentas, que podría, ya que no le tiene miedo a asumir papeles que fácilmente pueden provocar un suicidio artístico. Sin embargo, a ella le dan oxígeno, además de contribuir a desengrasar comedias que se convierten en un drama de lo malas que son. Próximamente se estrenará en nuestro país la sexta temporada de «Veep», una sátira política tan catártica como «House of Cards», pero más alocada.
Torpeza genética
Su personaje, Selina Meyer, es una arribista de la política –algo común– pero con una inteligencia limitada y una torpeza genética (si no, es difícil entender cómo se puede meter en tantos desaguisados) que, por las bromas pesadas que reparte el destino, llega a ser senadora de EE UU y vicepresidenta del país. Para colmo su capacidad en la elección de su equipo de confianza provocaría vahídos entre los cazadores de talento, ya que escoge al más tonto de cada casa. Como este cargo en la democracia estadounidense es lo más parecido a ser uno de los floreros de la Casa Blanca –que se ven pero no se miran salvo en alguna votación–, su incompetencia se diluía. Pero llegó a ser presidenta y la estatua de Abraham Lincoln en Washington no se levantó del sillón y se fue porque hubiese sido un milagro. Hasta un niño jugando al Monopoly tomaría decisiones más acertadas que ella. En cada temporada, Louis-Dreyfus ha rizado el rizo, no se ha conformado con redibujar el esbozo de Meyer, ya que lo ha ido coloreando con distintos matices hasta llegar al rojo de la vergüenza ajena. Y en la sexta promete porque es la ex presidenta, un «jarrón chino», como dice Felipe González, que nunca se sabe dónde colocarlo. Anticipemos que va a ser un golpe que termina con su ego en la lona, ya que le ponen contra las cuerdas a perder parte de sus privilegios.
Con permiso de Tina Fey –otra comediante con una consistencia descomunal, solo hay que verla en «Rockfeller Plaza»–, desde 2012, cuando se estrenó la serie, no hay quien tosa a la actriz, que ha ganado cinco premios Emmy por su trabajo. Louis-Dreyfus proviene de una familia que se toma el dinero muy en serio o dicho de otra manera: para ellos los millones de dólares es lo más parecido a los cinco céntimos de euros nuestros. Pero la chica decidió, con un buen colchón eso sí, dedicarse a la interpretación más gamberra. Y no había un lugar mejor para ello que el programa «Saturday Night Live», cantera de kamikaces de la interpretación como John Belushi, Steve Martin, Bill Murray, Eddie Murphy y Ben Stiller, entre otros. Todavía se recuerdan sus imitaciones impregnadas de humor negro de Liza Minnelli y Linda Ronstadt, en las que sorteaba la fina línea entre la burla y el homenaje. Su aparición en «Seinfeld», a la sombra de Jerry Seinfeld –el monologuista que no termina de encontrarse desde que finalizó la serie en 1998– le dio a Louis-Dreyfus una notoriedad nada despreciable. Se convirtió en la roba escenas de la ficción como Elaine, la ex novia del protagonista. En la línea de muchos personajes escritos por Woody Allen era una neurótica. Con un fuerte carácter y una velocidad al hablar digna de una ametralladora, estaba encantada de haberse conocido. Tenía un ego de la altura de un rascacielos y se besaba cada día en el espejo por ser tan atractiva, positiva y superficial. Su labor se mereció otro Emmy, al que hay que sumar el que logró por «Las aventuras de Christine», quizá la serie menos buena de las que ha protagonizado. En ella, sí que abusó de algunos tics que debilitaban la enjundia del personaje, ya que se repetía más que el ajo.
Política, editora, madre divorciada... Louis-Dreyfus ha tocado bastantes palos, pero la duda está en si sabrá no mirar por el retrovisor para recrearse ante lo hecho hasta ahora y plantearse un papel dramático. Ya toca.
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