Tribuna
Madrileñofobia y vascofilia
En el momento que mezclas reclamación independentista y dinero, ya se ve lo que va a pasar. Que incluso aquello que objetivamente te merezcas será sospechoso para todos los demás
¿Es verdad, como sostiene Isabel Díaz Ayuso, que en Cataluña hay madrileñofobia? Ciertamente muchos catalanes llevan mal no ser ya locomotora económica indiscutible de España, que la Comunidad de Madrid les «pase la mano por la cara» y que eso se haga, encima, con menos carga tributaria para los madrileños. Se habla de dumping fiscal. Y se pide a La Moncloa que haga «algo» para atajarlo.
A un observador imparcial tendrían que llamarle un poquito la atención un par de cosas:
A) Que los herederos del catalanismo que combatió a sangre y fuego la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA), y que lograron hacérsela retirar a Felipe González, reclamen ahora la recuperación de eso mismo contra lo que tanto lucharon.
B) Que levante tantas ampollas el supuesto dumping fiscal de Madrid, replicable por todas las autonomías sujetas al régimen general, mientras se da por bueno el único que nadie puede emular, porque es un privilegio reservado a Euskadi y Navarra.
Es verdad que esta contradicción no afecta sólo a la «burguesía catalana». Si cabe preguntarse por qué los catalanes suspiran por imitar a vascos y navarros, mientras se enfadan con Madrid… también podríamos psicoanalizar a cualquiera que acuse al gobierno Sánchez de negociar tratos de favor a Cataluña a cambio de apoyos políticos, pero pase de puntillas sobre lo que sucede en Euskadi y Navarra. Seguramente el motivo no es tanto que el cupo vasco esté reconocido en la Constitución, como el miedo a perder votos en esos territorios.
Madrid y Cataluña podrían y deberían remar a una porque tienen más similitudes que diferencias. Ambas aportan más de lo que reciben atendiendo al dichoso criterio de ordinalidad: si Cataluña es la tercera en «dar» y la décima en «recibir», Madrid «da» la primera y «recibe» la undécima. Cuando se plantean o se intentan plantear estas cosas en Cataluña, la respuesta siempre es la misma: «bueno, es que Madrid se beneficia de ser la capital». Puede. Pero en estos momentos de hostilidad manifiesta y desatada entre Moncloa y Sol, resulta difícil creer que el plus de capitalidad sea el chollo que a lo mejor sí fue en otras épocas. Durante las cuales, paradójicamente, a Cataluña le iba mejor.
En el fondo, el drama de la financiación siempre es el mismo. Cualquier reforma que se haga, incluso si es de buena fe, va a tener ganadores y perdedores. Una manera gráfica de explicarlo: siendo Pasqual Maragall presidente de la Generalitat, trataba un día de hacerle entender a su correligionario Juan Carlos Rodríguez Ibarra, a la sazón presidente de Extremadura, que a lo mejor ya iba siendo hora de actualizar un poco los criterios de reparto, atendiendo por ejemplo a qué comunidades tienen más o menos población real. Respuesta de Ibarra: «¡Ni hablar! ¡Que mi población ahora la tienes tú!».
Como catalana que soy, no exactamente burguesa, pero catalana sí, siempre he pensado que en la Generalitat tendrían que haber aprendido más de Rodríguez Ibarra: a pedir más, liándola menos. En el momento que mezclas reclamación independentista y dinero, ya se ve lo que va a pasar. Que incluso aquello que objetivamente te merezcas será sospechoso para todos los demás.
Se ha dado y da incluso la situación ridícula de que, mientras los dos grandes partidos nacionales son incapaces de abrir una verdadera negociación general de todo el modelo, Cataluña haga una y otra vez de liebre: aprovechando cada vez que la aritmética parlamentaria le es favorable para «pedir más», fija un listón al que luego otras autonomías se apuntan raudas. Y así se van tapando algunos agujeros, que no solucionando problemas de fondo.
Se comprende que Pedro Sánchez intente poner en práctica una vez más este viejo sistema que tanto funcionó en el pasado: buscar el cuerpo a cuerpo bilateral, repartir palos y zanahorias. Se comprende también que el Partido Popular trate de romper ese juego llamando a sus barones a mantenerse firmes. Otra cosa es si eso se puede aguantar hasta el infinito. Igual la dirección popular podría aprovechar que esto va para largo, que no hay elecciones a la vista, para armar una propuesta de modelo general consistente. Mejor para todos. ¿Es fácil? Ni por asomo. Pero el primero que lo consiga igual tiene un premio que ni se figura. Por las mismas que el primer presidente catalán que consiga romper el marco mental de acomplejamiento –por distintos motivos– frente a madrileños y vascos, igual es el que consigue volver a poner Cataluña en el mapa. De locomotora, no de liebre.
Anna Graues periodista, escritora y exdiputada en el Parlamento catalán.
✕
Accede a tu cuenta para comentar