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Y volvieron cantando

Extremismo vs. Extremismo

No hay dirigente que se precie de la izquierda española que durante toda esta semana no haya vendido allá donde alguien quería oírle, las excelencias del resultado en los comicios legislativos franceses

¿Pero alguien con un mínimo de sentido democrático y consciente de los valores que presiden los regímenes occidentales puede pensar que la amenaza de la extrema derecha –Francia como ejemplo y referencia más reciente– puede combatirse desde un extremismo de sentido contrario, pero igualmente tóxico y nocivo, en lugar de hacerlo desde los postulados del humanismo liberal europeo?

No hay dirigente que se precie de la izquierda española que durante toda esta semana no haya vendido allá donde alguien quería oírle, las excelencias del resultado en los comicios legislativos franceses con el consiguiente freno a una ultraderecha que en todo caso ha sido la formación más votada. Una obsesión por arrogarse la condición de timoneles españoles de la cruzada anti extrema derecha en Europa a la que, no solo no se ha sustraído el propio Pedro Sánchez, para cuya fábrica de ocurrencias monclovita cualquier acontecimiento es aprovechable, sino que era toda una batería de ministros la que se acababa desplegando para contarnos a los periodistas la inteligencia de los votantes franceses por seguir el ejemplo de los cruzados españoles.

Nuestros dirigentes de izquierdas son sabedores –aunque lo pasen por alto– de que el país vecino se asoma a una situación de ingobernabilidad por otra parte bastante parecida a la española, pendientes aquí de «regenerar» la democracia o de amnistiar a condenados por delitos graves, pero sin presupuestos del estado. Son también sabedores de que el principal obstáculo para la estabilidad es el extremista Mélenchon, tan admirado por nuestras Díaz, Belarras y Monteros, líder de un movimiento concebido en origen como «insumiso» y con una nada oculta inclinación hacia propuestas económicas populistas y semi bolivarianas, a una alergia indisimulada a todo lo que tiene ver con la OTAN, al desprecio a los EEUU y a un antisemitismo que recuerda tiempos nada agradables. Enfrente, la ultraderecha de Marine Le Pen ha conseguido durante los últimos diez años un parcial lavado de cara para mostrarse ante los franceses sin rabo, cuernos y patas, pero que no ha sido suficiente en estos comicios, porque la prueba real del algodón –y ahí está el ejemplo de Meloni en Italia– solo se pasa gobernando. Aquí mientras tanto, nuestra izquierda muy aliviada y sobre todo cómoda metida en la cama junto a ex condenados por terrorismo como Otegui o supremacistas de lo peor en Europa como Puigdemont. Los extremos se tocan.