Aquí estamos de paso

La estrategia del sombrero

Distante y mágica, el día cero de Trump marcó también su territorio en este tiempo nuevo

El Universo se rinde a los pies de un tipo que invita a Abascal a su toma de posesión pero que cree que España es aliado de Rusia, India y China, mientras marca paquete con los señoritos de las tecnológicas (a alguno de los cuales se le escapa un inapropiado brazo en alto) y advierte que eso de la igualdad es un camelo y que los inmigrantes ilegales, todos, por supuesto, criminales, van a ser fulminados más allá de las fronteras, y anticipa aranceles de ruina para el resto de la humanidad, etc, etc, y resulta que el único gesto de desdén, la única protesta reseñable, le viene de casa. Literalmente, además. Una maniobra inteligente y sutil de alguien tan cercano como su propia esposa. Lo hizo tan bien que el único que no se dio cuenta fue el propio protagonista de esta historia que hubiera sido distópica hace nada. O sí, pero le daba igual.

Salió a escena la dama tocada con sombrero azul marino, ala ancha, perfectamente combinado con el abrigo de doble botonadura, falda lápiz azul marino y blusa marfil. Esa fue su elección para el gran día. No es insólito que una primera dama, o que vaya a serlo, lleve sombrero. Se lo pusieron Jacqueline Kennedy o Nancy Reagan en la toma de posesión de sus maridos. Lo singular en este caso es que ocultaba su mirada, escondida en la sombra, como guardando celosamente el secreto de una expresión que no quería compartir. Y ya se sabe que en los ojos está la verdad hasta de los jugadores de póker.

Pero no solo silenció en sombras Melania el mensaje de sus ojos. No se conformó con sembrar el misterio y abrir la espita de las especulaciones sobre su verdadero sentimiento en ese momento, sobre la realidad de su vida junto al rey del mundo. El sombrero fue también la excusa, y eso lo pudo ver con meridiana claridad el Universo hasta en sus más lejanos confines, para evitar el contacto con él. El Trump ante el que el mundo se arrodilla, bien sea por devoción o bien por interés, fue incapaz de acercar sus labios al rostro de su mujer ante la consistencia del ala del sombrero salvador. Hubo un primer rechazo. Luego un segundo. Y a la tercera, el dios del nuevo tiempo consiguió alcanzar su objetivo a costa de ladear el rostro y, con dificultad, llegar a la mejilla. Se adaptó él a ella. Tuvo que ceder él a la consistente negativa gestual de la mujer que comparte su vida a facilitarle un guiño de afecto, siquiera convencional por mucho personal que presencie la escena.

No es Melania una mujer que se prodigue en lo público. Ni parece alguien entregada con entusiasmo a la carrera política de su esposo. Juega siempre al misterio y pocos saben realmente cómo es. El parapeto de su belleza eslava le sigue funcionando como pátina de divinidad impenetrable.

Distante y mágica, el día cero de Trump marcó también su territorio en este tiempo nuevo. La distancia explícita del nuevo líder mundial, el enmascaramiento de su verdadera emoción, fueron su mensaje. ¿Con qué objetivo? Cualquier a sabe. Lo seguirá escondiendo. Los felinos tienen la capacidad de leer magistralmente sus alrededores. Y actúan según más les vaya a convenir.