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17-A: Sectarismo en Barcelona
Barcelona acoge los actos de recuerdo en el primer aniversario de los atentados del 17-A en la Ciudad Condal y Cambrils (Tarragona), en los que 16 personas fueron asesinadas y un centenar resultaron heridas en el ataque yihadista. En una comunidad normal, en la que la convivencia se desarrollara bajo unos cánones democráticos asentados y homologables, todos los esfuerzos y las actuaciones públicas tendrían como objetivo sin matiz alguno el de comparecer como una ciudadanía cohesionada y comprometida con los derechos humanos en contra de toda forma de violencia y fanatismo criminal expresado en la gran amenaza que supone hoy el integrismo islámico. Esa meta es lo suficientemente trascendente para que nada adultere una jornada en defensa de la libertad. En Cataluña hace ya años que la normalidad institucional yace rota por los manejos de la administración separatista y sus organizaciones satélites. Ni siquiera la brutal catarsis emocional de hace un año provocó que se recondujera esa posición de rebeldía contra la legalidad, sino todo lo contrario. De una manera más o menos taimada fue instrumentalizada como parte de su embate contra el orden constitucional de septiembre y octubre. Ya entonces no se respetó el acto presidido por el Rey con las víctimas del atentado diez después del 17-A, manipulado por el separatismo. Recordar las escenas de abucheos y esteladas con el recuerdo vivo de los sonidos del pánico y el dolor provoca indignación y tristeza. Casi doce meses después, desde hace pocas semanas, la Generalitat de Torra y Puigdemont, de la mano del gobierno local de Ada Colau, ha fomentado una campaña de boicot a la presencia de Don Felipe en la conmemoración de Barcelona. Las presiones, las amenazas y las coacciones sobre lo que podría ocurrir se han sucedido en un intento de que el Rey no esté donde debe como el Jefe de un Estado atacado por el terrorismo que sólo puede ser junto a quienes padecieron la tragedia. En estos días se ha dicho de todo, desde que no sería bienvenido a que los catalanes no tienen rey, pasando por que el protagonismo era para las víctimas y no para los representantes de las instituciones que no tendrían parlamentos. En la agenda oficial organizada por el Ayuntamiento, la Generalitat y la Delegación del Gobierno el Rey acude hoy al acto de la Plaza de Cataluña y a ni uno más, a diferencia del pasado año en el que tuvo un protagonismo importante con varias comparecencias. Puede que el discurso oficial intente hacer pasar esa residual presencia de Don Felipe en un aniversario de estas implicaciones como un intento de no alimentar polémicas, eludir incómodos momentos que puedan emborronar el objetivo de la jornada y dar todo el protagonismo a las víctimas. Todo ello nos suena a excusas para justificar un trato vergonzoso de esa clase de políticos catalanes para los que es más importante afear la estancia del Jefe del Estado que arropar a los que sufren. Nada esperamos de Torra o Colau. Han demostrado con creces su animadversión a todo lo que simboliza España –nadie mejor que el Rey–, así como su escala de valores y su grado de sectarismo. Pero ese tono bajo del Gobierno socialista, su papel subalterno cuando no cómplice, ese ponerse de perfil para no incomodar a sus aliados parlamentarios, nos parece inadmisible y reprobable. El Ejecutivo tendrá que explicar por qué se ha marginado al Jefe del Estado a un segundo plano en una efeméride tan significada y por qué no ha exigido el estatus de preferencia que, estamos seguros, las víctimas y los ciudadanos de Barcelona hubieran deseado. De lo que sí tenemos la certeza es de que las víctimas se han sentido olvidadas y abandonadas por los políticos y administraciones que hoy se pelearán por la foto. Ellas mismas lo denunciaron ayer de forma pública para mayor bochorno de esos gobernantes con Torra y Colau a la cabeza.
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