Fundación Víctimas del Terrorismo
Los Blanco Garrido
De todas las imágenes recuperadas del secuestro, agonía, movilización y asesinato de Miguel Ángel Blanco me quedo con la llegada de su padre a casa. En las casas de la gente normal sólo hay prensa cuando ha ocurrido una desgracia. Miguel llegaba del tajo, aparcó la C 15 blanca y ante la nube de micrófonos, rodeado por la inquietud acertó a preguntar «¿qué ha pasado?»... parece que han secuestrado a su hijo. El susto le sobrevino a la mirada. Entró en el portal de su casa en Ermua y su vida cambio para siempre. Sólo el padre, la madre y la hermana saben cómo fue el primer momento de esa familia mutilada por la soberbia asesina de los terroristas. Las familias normales no eligen tener héroes. Ellos fueron durante 48 horas el soporte visible de una esperanza compartida por un país entero. Ellos fueron guía moral que en aquellos días de julio estrechó, ingenuos pensamos que hasta la agonía, el ecosistema de los «malos». Ellos fueron el dolor, la impotencia y la rabia de una España en conmoción. Miguel, Consuelo y María del Mar volvieron a casa y guardaron el silencio que dejó Miguel Ángel mientras en la calle se iban apagando los ecos. Las familias normales no van a la Audiencia Nacional. Las familias de los héroes saben que la desgracia les ha colocado como referencia moral en lugares que nunca habían imaginado. Con los años llegaron los juicios y la sinceridad arrebatadora de un trabajador al que le derramaron la sangre de su sangre con dos tiros: «Hijo de puta, cabrón, asesino, soy el padre de Miguel Ángel Blanco y has matado a mi hijo». Se escucharon aplausos en la sala y el etarra Muñoa, cuentan las crónicas, se giró y miró a los presentes con desdén. Lo hizo protegido por el cristal blindado. Fue el primero. Luego cayeron Txapote y Amaia, los pistoleros. También tras el cristal blindado se protegieron de los aplausos de los amigos de Miguel Ángel al fiscal, de los llantos de una madre rota que escuchó a los forenses el relato del asesinato de un hijo para el que seguro siempre había soñado lo mejor. En las familias trabajadoras siempre se alberga la idea de un futuro sin las estrecheces ya sufridas. Hoy jueves ya han pasado los actos públicos y queda ese dolor privado, la memoria de una familia que dejó de ser normal por la voluntad asesina para ser un ejemplo de dignidad.
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