El desafío independentista
La hora de Rajoy
En boca de un muy relevante ex dirigente de la antigua Convergència como es López de Lerma resulta mucho más revelador. «La Cataluña no independentista ya no puede parar sola esta deriva. Necesitamos de la intervención del estado». Era probablemente la primera ocasión en la que escuchábamos –entrevistado por Alsina en Onda Cero– a un político catalanista pedir la inevitable aplicación del artículo 155 de la Carta Magna. Tras lo vivido estas últimas horas en Cataluña el estado ya ha puesto en marcha la maquinaria de la legalidad que caerá con todo su peso sobre los responsables del golpe a la democracia dentro y fuera del «Govern». Es la hora de Rajoy, el único jefe del Gobierno que ha tenido que lidiar con los dos órdagos más graves al Estado desde el «23-F», el bien solventado frente a la amenaza de intervención económica de la UE en 2012 y el que protagoniza en estos días decisivos un secesionismo catalán decidido a jugar hasta el final su mejor carta, la de trasladar a Europa la escaramuza embarrando el terreno cuanto sea posible.
Se trata de poner en marcha todo un riego por aspersión que impregne a gobiernos, a partidos, a colectivos civiles y a medios de comunicación de la Unión Europea en la confianza de que alguien, un portavoz parlamentario o cualquier responsable político más o menos despistado... u otra cosa acabe por añadir combustible a los anhelos independentistas. Buscan, en línea con el mascarón de proa de su estrategia, implicar a Europa, especialmente a la del norte siempre más distante de sus «calientes» socios mediterráneos haciéndola tomar partido como árbitro de un supuesto contencioso. Es la vieja artimaña de autolesionarse para ganar razones ante terceros. No van a volver la vista hacia el clamor de convivencia, diálogo y democracia vivido el domingo en Barcelona, ni siquiera lo ha hecho la televisión pública que aún gestionan. Tampoco hacia las listas de espera hospitalarias o el éxodo de empresas. Su objetivo pasa en exclusiva por tratar de engañar a interlocutores foráneos haciendo uso del relato fácil pero efectivo del voto, la urna y la libertad frente a un estado represor cuyo gobierno «no hace política». Fácil de vender.
Ahora que tanto hablan los modernos de «pasar pantalla», la que sintoniza hoy el golpismo secesionista tras lo visto y oído ayer dentro y fuera del Parlamento catalán es la de ganar tiempo a la espera de nuevas simpatías más allá de Maduro, Assange y Varoufakis. Es ahí donde el Gobierno de la nación, con el apoyo de los partidos constitucionalistas, no puede hacer concesiones, porque la aplicación de todo el peso de la Ley que el presidente Rajoy anuncia para tranquilidad de todos y que cuenta con el masivo apoyo de los españoles no puede ser desvirtuada fuera de nuestras fronteras. La escaldada Europa debe saber que, frente a un estado democrático y unido, la alternativa es una república de listas negras y sin separación de poderes. Y esto allende los Pirineos hay que «ex-pli-car-lo».
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