Alfonso Ussía
El osezno
Los tres hermanos que viven en lo alto del puerto de Piedrasluengas, entre interminables hayedos, robledales y brañas, lo repetían este último verano, en pleno mes de julio. «Hace pocos años veíamos venados. Ahora, sólo vemos osos». El oso en la cordillera cantábrica se ha multiplicado por más de lo que reconocen los responsables de su éxito y supervivencia. El oso pardo es un bellísimo animal al que hay que guardarle distancia y respeto. En pocos años, en Liébana, Somiedo, y las montañas de León y Palencia, se verán obligadas las autoridades a conceder algún permiso de caza para regular el número de ejemplares. De lo contrario, podría hacerse realidad lo del oso alcohólico de Potes. Tarde de invierno, los paisanos en el bar, la puerta que se abre y aparece el oso. Los clientes, aterrorizados, se desplazan hacia un rincón del establecimiento. Pero se trata de un oso acostumbrado a convivir con los humanos, y con mucha educación se dirige a la barra y pide, con esmerada cortesía, un whisky. –Por favor, un whisky con hielo y agua en un vaso corto–. El oso es atendido, se lo bebe de un trago, pide la cuenta de la consumición, le dice el barman que son diez euros, paga y va hacia la puerta para abandonar el local. Un paisano comenta en voz alta. –Es la primera vez que veo a un oso entrar en un bar y pedir un whisky–; y el oso, que lo oye, se vuelve hacia el autor del comentario y le dice: –La primera y la última, porque con estos precios...–.
Desde Piedrasluengas a Potes se baja por una carretera sinuosa y en muy buen estado. Casi ya en el lecho del valle de Liébana, se atraviesa cabezón de Liébana, una localidad que en este invierno cuenta con un habitante más. Un osezno que se mueve por el pueblo como pez en el agua. Allí, en aquel valle milagroso, las cosas se toman con serenidad y sosiego. Cuando se nace, se crece y se vive al amparo de la pared majestuosa de los Picos de Europa, los milagros se analizan con mayor frialdad que en otros lugares. Los lebaniegos van tan sobrados de grandezas, que a los Picos de Europa en su conjunto le dicen «La Peña». Pues nada, que de los hayedos y bosques cerrados amparados por la Peña, un osezno ha decidido que se vive mejor entre los hombres que en el bosque. Y los ecologistas están desesperados porque no entra en sus cabezas semejante deserción. El osezno cojea de su mano izquierda, pero se mueve con agilidad y destreza. No necesita esforzarse para encontrar alimento, y ha adoptado la decisión de formar parte de la comunidad de propietarios y vecinos de Cabezón de Liébana. Claro, que en un aspecto los ecologistas, por esta vez y sin que sirva de precedente, tienen algo de razón. En unos meses, el osezno dará paso al oso, y casos como el del oso alcohólico de Potes no se dan todos los días. Pasear por las calles de Cabezón de Liébana y toparse con un oso viendo un escaparate, como poco, asusta.
Pero la broma sirve como argumento para adivinar el futuro del oso pardo de la cordillera Cantábrica. Un futuro que se figura prometedor y pujante. Las medidas han triunfado, los esfuerzos han valido la pena, la Fundación Oso Pardo ha constituído un éxito, las administraciones autonómicas han colaborado y el dinero de la Unión Europea ha contribuído de manera sustancial a la victoria sobre la extinción. Pero a este paso, si no se adoptan medidas reguladoras, un oso pardo puede terminar de concejal en un ayuntamiento, o de profesor de ballet en una academia de baile de Potes.
«Hace unos años, sólo venados. Ahora, solamente osos. Si esperaís dos horas, los veréis aparecer por aquellas brañas y descender por la ladera hasta los panales de miel». Va siendo hora y momento de que se sepa la realidad de la recuperación del oso. Desde Madrid es muy bonito soñarlos en abundancia. Allí, exceptuando al joven nuevo vecino de Cabezón, esa abundancia preocupa más de la cuenta.
Pero, en fin, sirve para no escribir de Cataluña. Viva Tabarnia.
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