Enrique López
Democracia zombi
La libertad no consiste en hacer en cada momento lo que sería nuestro deseo, sino en que cada acto que realicemos lo hagamos de forma voluntaria, libres de coacciones ajenas a nuestra voluntad. Por ello, un sistema democrático debe tener como fin primordial despojar las decisiones particulares de cada individuo de la coacción ajena, sustituyendo coacción por voluntariedad. Es sabido, que la democracia liberal es una forma de gobierno que consiste en una democracia representativa donde la capacidad de los representantes electos para la toma de decisiones políticas se encuentra sujeta al Estado de derecho, moderada por una Constitución, la cual regula la protección de los derechos, libertades individuales y colectivas. Por este sistema lucharon y murieron muchas personas, y es el sistema político que ha generado mayor igualdad, riqueza y bienestar en el mundo occidental, y al que aspiran todavía muchos países que no gozan del mismo. Ahora bien, en este sistema político no podemos incluir a los regímenes que nominalmente aceptan las reglas de la democracia, pero materialmente, y valiéndose de la legalidad de los resultados, ahogan y comprimen el sistema hasta hacer desaparecer cualquier atisbo de libertad individual. Hoy hay muchos que se apropian de eso que denominan el pueblo o la gente, y aún no contado con la mayoría de sus votos, se erigen en legítimos representantes del pueblo y de la gente, porque se creen más próximos a sus necesidades e inquietudes. Frente a ello, la institucionalidad debe reaccionar y mostrar orgullo en el cumplimiento de la norma y de los procedimientos, reprimiendo justa y legalmente al infractor, y garantizando el bienestar del cumplidor. Cuando en un régimen democrático, se pervierte el normal funcionamiento de las instituciones y desaparece el respeto a sus decisiones, normalmente por mala praxis de sus titulares, se cae en el frenesí de la inseguridad, así como en el reclamo popular, que bien animado por los profetas del orden justo, exigirá superaciones institucionales y el arrumbamiento del estatus quo, y ello, porque encontrará en el propio régimen democrático el problema, al habérselo presentado así, los que utilizan los vicios y errores del sistema para sembrar caos, momento en el que se manejaran mucho mejor que aquellos que siguen y cumplen las normas. Ha llegado el momento de la regeneración desde el propio sistema, procediendo a un reseteo del mismo, para limpiar los virus que lo tienen atenazado, porque de lo contrario, nuestra democracia será como un ordenador zombi, que, tras haber sido infectado por algún tipo de malware, pueden ser usado por una tercera persona para ejecutar actividades hostiles. Por ello, urge esta limpieza del sistema de forma ordenada, y no mediante mini revoluciones, que aun formalmente bajo el estricto orden legal, lo superan utilizando su propia formalidad para someter sus resultados a voluntades espurias y muy alejadas del bien e interés general. No solo está en juego el régimen político, sino la libertad del individuo, la que más sufre en este escenario. Cuando las cosas se hacen mal, corremos el riesgo de convertir a los malos en víctimas y a los buenos en malos, provocando confusión y desconfianza.
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