La comunidad internacional tiene como objetivo primordial erradicar la pobreza en todas sus formas y manifestaciones. Así se ha recogido en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y así se detalla en el seno de Naciones Unidas. Las buenas intenciones de la comunidad internacional se expresan muchas veces y forman parte, en ocasiones, de un ritual pero no sabemos cuánto hay de verdad. Pero la realidad desmiente los afanes de la comunidad internacional. Los estados no quieren a los pobres y sólo quienes tienen una posición dominante son capaces de desafiar a la democracia y a la razón. La persecución de los cristianos en algunos países de mayoría musulmana no despierta un gran interés en la opinión pública ni tampoco el sufrimiento que padecen los Rohinyas en Birmania. Las situaciones de los pobres apenas preocupan en la comunidad internacional a pesar de que se trate, en la actualidad, del primer objetivo que debe alcanzarse: acabar con la pobreza. Quienes no son pobres reciben un mejor trato a pesar de que menosprecien los valores y los principios en los que se asienta la comunidad internacional y muchos Estados que la conforman. El nacionalismo supremacista, infortunadamente, despierta simpatías y recibe halagos y protección. Quienes lo practican son ricos y sienten una mínima preocupación, por no decir ninguna, por la solidaridad. Incluso, tienen la capacidad, cuando les conviene, de aparecer como víctimas. Así es el nacionalismo. El Derecho internacional se hizo, sin embargo, para defender a los débiles del planeta y como un arma democrática para acabar con la injusticia y asegurar el bienestar. Pero, como nos descuidemos, los pobres no tendrán cabida en la sociedad internacional que se está construyendo. Lo mejor es, sin duda, que se produzca la unión entre los Estados y que se hagan realidad los valores que inspiran la democracia y los derechos humanos. Esto daría una esperanza a los pobres en la sociedad internacional. Pero el supremacismo, que siempre es rico, intentará impedirlo.