Pedro Sánchez
«España S.A.»
¿Se apunta un proyecto razonable, a medio y largo plazo, para corregir las carencias energéticas de nuestro país? No. Lo único que se anuncia son tremendas sanciones
No queremos referirnos a nuestro país, con este enunciado, como una sociedad anónima; aunque, según se mire, podríamos encontrar bastantes argumentos para sostener tal calificación. Tampoco a que nos encontremos ante una sociedad atemorizada, a pesar de los evidentes síntomas que lo atestiguan. Señalamos algo no menos preocupante, «España, Sociedad Atónita», es decir, pasmada o espantada de un objeto o suceso raro, según la RAE. Habría que apuntar además a algún sujeto, individual y colectivo, como factor del pasmo o del espanto. «Esta es España, –escribía, hace casi un cuarto de siglo, Manuel Rivas– atónita y maltrecha, bajo el peso brutal de su infortunio». Calamidad que ahora tiene nombre propio, Pedro, y común, buena parte de los españoles. Lo más grave es el carácter habitual que va adquiriendo la situación.
Ayuda a entender tal patología la ignominia con la que procede el poder político y mediático, multiplicada por su formidable máquina de fabricar mentiras, ante la cual el individuo nunca ha estado tan solo. El peligro de una tensión emocional, de ese tipo, es que puede rebasar la capacidad de asombro colectivo y provocar la indiferencia. La desorientación suscita, a lo sumo, emociones incontrolables. Aunque en ocasiones, los signos de confusión pueden encubrir el fatal desenlace último, el desinterés. Una sociedad incapaz de sentir asombro ni piensa ni actúa racionalmente ante la realidad. Desde Aristóteles y Platón a hoy se multiplican las manifestaciones, en este sentido, acerca de la posibilidad de filosofar. Lo mismo ocurre en el dominio de la ciencia, con ejemplos tan destacados como Cajal o Einstein y, en el presente y hacia el futuro, con el enorme desafío que supone el Universo revelado por el telescopio James Webb.
Rachel Carson, posible antecesora de Pedro Sánchez y muchos de sus ministros en el entusiasmo ecologista, aunque optaron por Greta Thunberg, más en consonancia con su ínfimo nivel de conocimientos teóricos y prácticos, ponía en esa misma línea algunas bases sobre el conservacionismo. Carson recomendaba, en El sentido del asombro, mantener éste a toda costa. Habría que conocer la Naturaleza para sentir su grandiosidad y, con ella, reforzar la decisión de preservarla. Destacaba también la fuerza de los descubrimientos sencillos, a través de la observación de la tierra, del mar, del aire, … como impulsores del compromiso medioambiental.
El presidente del Gobierno, en la línea admirable de Garzón, repetida por el Papa, contra el ganado bovino y sus efectos (¡menos mal que dejaron el «tontino» a salvo!), ha mostrado su incomparable saber, como no podía ser menos, contribuyendo a la causa con eximias y originales aportaciones: tanto teóricas, dogmatizando que «el cambio climático mata»; como aplicadas, imponiendo la abolición de la corbata, a manera de contribución decisiva a la labor termorreguladora en el planeta. Y, de paso, a la normalización energética. Aprovecha además para anunciar que los próximos meses serán duros y apela a la solidaridad. O sea, la fórmula con la que encubrir su incapacidad para adoptar una política eficaz. A estas horas, trata de imponer por R.D. un plan de eficiencia energética, auténtico ejemplo de libertad, democracia y acierto económico. ¿Dónde estamos? ¿Se ha producido en el mundo algún cataclismo natural que haya reducido drásticamente la producción de gas y petróleo? ¿O nos encontramos con la improvisación y la estulticia como palancas políticas? ¿Se apunta un proyecto razonable, a medio y largo plazo, para corregir las carencias energéticas de nuestro país? No. Lo único que se anuncia son tremendas sanciones.
En plan exquisito (a la portuguesa) proclama amenazador que «La ley en España se cumple»; justo en plena campaña para evitar que se apliquen sus sentencias a varios cofrades del Pernales, del Niño del Arahal y del Vivillo, y lo más granado de los repartidores de las rentas de los ricos (del Estado, de todos los españoles, y aún de Europa) a los pobres; o a la inversa, pues tienen patente de corso y merecen reconocimiento oficial. Ya puestos a que la ley se cumpla, la modificará para que los condenados por sedición consigan en premio unas vacaciones, a costa de los ciudadanos españoles, y el turista de Waterloo pueda ser recibido con honores. Esto último más la prohibición de hablar allí la lengua oficial, el enésimo bono de varios millones de euros y otras concesiones al independentismo catalanista y sus secuaces; constituyen, según el propio Sánchez, un elemento necesario para la cohesión de España, el incremento de la igualdad y al desarrollo de la solidaridad interautonómica.
Cada día una ocurrencia más cara y disparatada en el afán por mantener el poder a cualquier precio. ¿Llegaremos a la estupefacción paralizante? Camino vamos. A Núñez Feijóo le convendría no caer en los enredos de Sánchez. Le bastará con no soltarse de la mano de San Rosendo para llegar a ser presidente de lo que quede de España, que a este paso será poco.
Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España.
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