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Estreno

«Oldboy»: Qué sabrá Lee de cine coreano

Dirección: Spike Lee. Guión: Mark Protosevich, a partir del comic de Garon Tsuchiya y Nobuaki Minegishi. Intérpretes: Josh Brolin, Elisabeth Olsen, Sharlto Copley, Samuel L. Jackson, Michael Imperioli. Duración: 104 minutos. EE UU. Thriller.

La Razón La Razón

Por qué, me pregunto, un «remake» de aquella espléndida, demoledora, salvaje y extrañamente poética película coreana sobre la culpa, y por qué decidió alguien que el ejecutor fuera Spike Lee, un director en suave decadencia que sólo acertó al principio de su carrera y de eso hace ya demasiado que ha llovido. Respuesta a la primera pregunta: porque a los estadounidenses les fastidia ver una película con subtítulos. Sobre la segunda, no tengo la más remota idea. Con todo, si no existiera tan descomunal referente, «Oldboy» resultaría un sangriento (incluso en alguna ocasión se han filtrado escenas abiertamente gore), curioso y gamberro filme pero con un contenido nulo, un fondo casi del todo vacío. La «limpieza» de Lee para que la película resulte más, digamos, comprensible, más clara a los americanos (que de cine asiático no entienden la mayoría ni jota), llega a tal extremo que el terrible mensaje que contenía la trágica obra maestra realizada por Park Chan-wook sobre la redención y el peso de los remordimientos ha desaparecido casi por completo de su propuesta. Josh Brolin apechuga bien con el protagonista, ese alcohólico irresponsable secuestrado por unos extraños tipos y puesto en libertad veinte años después, pero, miren las fotografías superiores, comparen las miradas: ¿dónde está ese ramalazo de ambiguedad y locura que reflejan los ojos de Min-sik Choi? ¿Y la media sonrisa que antecede al plato caliente de la venganza? La cámara de Lee recorre esta historia de personajes para los que no hay perdón como quien está observando una rareza. No existe apenas empatía, ni temor ni odio en el objetivo de la cámara, que filma a este grupo de bichos raros (lo del trabajo de Samuel L. Jackson teñido de rubio tiene singular delito) que intentan acabar entre sí. No hay elegancia, no hay ganas, no parece haber comprendido de qué va la vaina. Y, mientras el final de la cinta anterior era absoluta, completamente demencial, justo fin de fiesta al contundente metraje que lo precedía, en esta nueva adaptación el escalofrío desaparece de la espalda mientras un siniestro personaje parlotea sobre el sentido del amor y el sinsentido de la muerte ante un atónito hombre sin pasado ni futuro. Demasiadas palabras, demasiada sangre, demasiados golpes para, quizá, esconder una evidencia: sí, Lee lo sabe, que ni en cien años podría acercarse siquiera al feroz ingenio que contenía la original. Sobre según qué asuntos es un fastidio haber nacido en USA. Lo digo por la animadversión a leer letreritos. Se las están perdiendo casi todas.