El derbi de Champions

Gastronomía
A media tarde, cuando el cuerpo empieza a flaquear y la jornada laboral amenaza con alargarse más de la cuenta, hay algo que salva al madrileño de la deriva absoluta: la merienda. Madrid ha sido siempre una ciudad de meriendas. Pero, en su empeño por reinventarlo todo, la capital ha convertido este ritual en un nuevo campo de batalla gastronómico, donde los viejos y los nuevos códigos conviven con mayor o menor armonía. La escena meriendística madrileña ha mutado a una velocidad de vértigo. Ahora hay locales donde el croissant se lamina con precisión milimétrica y donde el café viene con un relato más largo que una sobremesa familiar. El café ya no solo se toma, se degusta, se venera, se analiza con la seriedad de un crítico de vinos. Pasamos de los clásicos cafés con leche con más espuma que café a la dictadura del flat white, ese invento australiano que, si uno se despista, viene con una tesis doctoral sobre la trazabilidad del grano. Los bikinis han pasado de ser el socorrido sándwich mixto a un objeto de culto, y los cinnamon rolls han irrumpido con una seguridad que hace temer por la hegemonía del clásico suizo con chocolate.
Pero, más allá de las modas y los estilos, lo cierto es que la merienda sigue ocupando su lugar en la vida madrileña. No ha sido engullida por el frenesí del brunch ni relegada a un simple capricho de fin de semana. Se sigue merendando a diario, con café o sin él, con bollería fina o con bocata de chorizo, con conversaciones de sobremesa o con prisas entre reunión y reunión. Y eso, en una ciudad donde todo se mueve tan rápido, es casi un acto de resistencia.
Prueba de ello es la «La Merienda Perfecta de Finca La Torre by Maceta Café», una colaboración de la almazara malagueña y esta cafetería madrileña especializada en tartas y dulces artesanos. El resultado es un bizcocho elaborado con su aceite de oliva virgen extra aromatizado al limón, perfecto para acompañar con un café o con una taza de chocolate caliente. Este bizcocho se podrá disfrutar en la cafetería ubicada en la calle Pradillo, 9, por un precio de 3,50 euros la porción y de 30 euros por el bizcocho entero —disponible solo pedido previo—. Su elaboración evoca esos bizcochos clásicos con los que nos alegraban los días nuestras madres y abuelas y con ese inconfundible toque artesano. Inspirada en los sabores de siempre, Lorena Manzano, propietaria y repostera de Maceta Café, ha desarrollado este postre a partir de la receta tradicional del bizcocho de yogur, pero con el matiz del aceite de oliva virgen extra aromatizado al limón de Finca La Torre y un frosting de limón. El AOVE Aromatizado al limón de Finca La Torre se extrae de la variedad de aceituna hojiblanca y se infusiona con cáscara de limón, para otorgarle ese toque cítrico particular que lo hace ideal para emplear en repostería.
Las meriendas han dejado de ser solo un momento de tregua para convertirse en una excusa perfecta para recorrer la ciudad en busca de nuevos templos del dulce. Y ahí entra en juego la manzana «Pink Lady». Con su equilibrio perfecto entre dulzura y acidez, nos propone ahora una ruta por algunas de las pastelerías con más encanto de la capital; lugares donde saborear despacio ese instante único de pausa y placer de la mano de la manzana más versátil y especial del mercado. Del 17 de marzo al 7 de abril, tres pastelerías de Madrid ofrecerán sus creaciones en torno a esta manzana única en el mundo acompañadas de un café o té al gusto a precio cerrado. Cardo y Olivo (Calle de Antonio López, 23 y Calle de Antonio López, 40) es una joya escondida al otro lado de la M-30, situada en una de las arterias más comerciales en esa orilla del río Manzanares. Más que una pastelería de autor y tienda gourmet, es un rincón que transporta directamente a la campiña inglesa con una decoración muy «british» y detalles vintage: vajillas inglesas, platos de San Claudio y La Cartuja, cubertería labrada y muebles rescatados de mercadillos de antigüedades. Su propuesta para las Meriendas «Pink Lady» es un exquisito scone de manzana «Pink Lady», elaborado con mantequilla, huevo, canela y extracto de vainilla, que se sirve con mermelada de manzana y mantequilla acompañado de café o té ingles por un precio de 6,95 euros.
Abierto hace casi tres años por Jorge Izaguirre, Kaldi Café (Calle de Embajadores, 17) es un lugar lleno de vida que se ha convertido en un referente para los amantes del café de especialidad. Aunque la estrella de la casa es su tarta de queso, que presentan en diversas versiones –desde la clásica con frutos rojos sin gluten hasta innovadoras combinaciones como brownie con queso o queso con galleta Lotus–, su propuesta para las Meriendas «Pink Lady» es un pan de manzana con canela «Pink Lady», una opción reconfortante y aromática que resalta la dulzura y acidez equilibrada de esta manzana y que se ofrece con una taza de café por 5,50 euros.
Sole Mio (Calle de la Beneficencia 13) es una pequeña y acogedora cafetería de especialidad que nace de la fusión de culturas. Abrió hace dos años de la mano de Gastón Nicolás, argentino, y Olha Krismanova, ucraniana, una encantadora pareja que se inspiró tanto en el nombre como en el concepto en la cultura italiana.
Su oferta está profundamente comprometida con lo natural y lo orgánico –las frutas y verduras que utilizan provienen del mercado municipal, garantizando su frescura– y por ello han elegido la manzana «Pink Lady», cultivada de manera ecosostenible siguiendo los ciclos naturales del árbol, para crear una deliciosa tartaleta de Manzana «Pink Lady» con Crema de Manzana. Se trata de una interpretación de la clásica tarta francesa, con una base crujiente de harina de trigo y almendra, relleno cremoso de manzana y un toque de azúcar glas espolvoreado, ideal para disfrutar con un café de origen (Espresso, Americano, Latte, Cappuccino) a un precio de 6,50 euros.
Las meriendas de Madrid han evolucionado, sí, pero siguen cumpliendo su función esencial: la de interrumpir la rutina con un gesto tan innecesario como imprescindible. Porque nadie merienda por necesidad estricta, sino por placer, por costumbre o por la simple promesa de un momento propio en una ciudad que no concede demasiadas pausas. Y ahí radica su encanto.
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