
Gastronomía
Del after al tardeo: Lo que bebemos (y cómo lo hacemos) ya no es lo que era
Los tragos con burbuja han pasado de ser combustible para la noche a convertirse en los aliados de una conversación

El Gin-tonic fue durante años la coartada preferida del hedonismo patrio. Se convirtió en hábito, un gesto casi automático cada vez que caía la noche y la conversación pedía algo más que cerveza. Aquello se nos fue de las manos, claro. Pero nadie lo lamenta. La vida –y el cuerpo, sobre todo– acaba por pedir otra cosa. El paladar se sofistica, los horarios se desplazan, y la urgencia por coleccionar noches memorables deja paso a un anhelo más calmado: beber bien, sin prisa, sin necesidad de excusa.
La coctelería vive su edad adulta. Se ha quitado el neón de encima y ha encontrado en el tardeo un nuevo hogar. El tardeo, ese invento que empezó sonando a excusa millennial para beber antes, se ha convertido en nuevo territorio de conquista para una coctelería que ya no necesita disfraz de fiesta para justificarse. Los tragos con burbuja han pasado de ser combustible para la noche a convertirse en los aliados de una conversación que se alarga más allá del café. A eso lo llaman «consumo consciente», que no es otra cosa que saber lo que uno bebe y por qué lo hace. El cóctel ha mutado en experiencia pausada, y eso, en un país como este, es casi una revolución.
Este año 2025 viene anunciando con claridad qué trago va a mandar en esa conversación: el cóctel con carbónico. Burbujas como quien dice puntos suspensivos; frescura, ligereza, y un efecto chispeante. No es casual que esta categoría esté ganando terreno entre los que se saben mayores para los chupitos pero jóvenes para resignarse al agua con gas. Ahí están los Mules, los Spritz, y el Paloma –sí, ese cóctel de origen mexicano que combina tequila y pomelo– convertido de repente en bandera de un nuevo beber. En los bares de moda de Madrid, ya ha dejado de ser tendencia para convertirse en costumbre. Si hay sol, hay Paloma. Si hay sobremesa, también. Los sabores cítricos, durante años arrinconados en la categoría de lo refrescante sin más, han conquistado por fin su lugar como perfiles con carácter, versátiles y sorprendentemente elegantes.
Las marcas, por supuesto, no son ajenas a este cambio de rumbo. Algunas van a rebufo. Otras supieron leer el terreno antes que nadie. Schweppes pertenece a este segundo grupo. Desde que en 2011 lanzara su gama de mixers premium, ha ido afinando el radar para un consumidor que exige cada vez más y mejor. Ahí están los cítricos –Naranja, Limón, Citrus y el nuevo Schweppes Pomelo– funcionando lo mismo con tequila que en versión 0,0. Porque otra cosa que se viene consolidando es el auge del cóctel sin alcohol: ya no se pide con disculpas, ni se sirve con cara de pena. El mocktail ha dejado de ser el plan B del conductor resignado para convertirse en una opción legítima, compleja y bien construida. Si a eso se añade la creciente obsesión contemporánea por escrutar la etiqueta calórica con ojo clínico, el resultado es un cóctel que lo tiene todo para triunfar: bajo en alcohol, alto en sabor, ligero en la conciencia y con buena foto para redes. ¿Qué más se puede pedir?
El cambio de paradigma no es menor. Se ha desplazado el eje horario del consumo –del vértigo de la madrugada al tempo largo del día– y, con él, ha llegado una forma nueva de beber: más consciente, menos automática. Una copa ya no es sinónimo de desconexión, sino de elección. Se busca equilibrio, no desfase; experiencia, no acumulación. Y en ese contexto, el alcohol ya no manda solo. Comparte protagonismo con las texturas, los aromas, la estética del trago y, por qué no, con las propias historias que el cóctel es capaz de contar. Porque, seamos honestos, ya no basta con que algo entre bien: también tiene que contar una historia. De ahí que Schweppes, en su último movimiento, haya decidido encapsular esta filosofía líquida en una campaña que, curiosamente, mira a Marte. El spot dirigido por la reconocida directora y guionista Susanna White –con una factura más propia de Hollywood que de una campaña publicitaria al uso– lanza una idea sencilla: saborear el tiempo. Como quien dice: para qué correr si puede uno quedarse en ese instante exacto en que todo encaja, el hielo flota y el reloj pierde autoridad. François Bazini, director de Marketing e Innovación de Suntory Beverage & Food Europe, lo resumía así: «Schweppes no es únicamente una bebida; es también un instante de placer, una pausa consciente que invita a saborear el tiempo, incluso cuando todo alrededor remite a algo tan insólito –como en esta campaña– como la llegada a Marte». Esa misma forma de entender el tiempo y el consumo atraviesa también su manera de abordar el mercado. Bazini lo explica así: «No se trata de inventar por inventar. En marketing, lo importante es saber leer las tendencias y subirse a ellas. Hay que observar a quienes marcan el gusto del consumidor, entender hacia dónde se mueve el mercado... y saber moverse con él».
Así está el patio. Más madurez, menos resaca. Más burbuja, menos estridencia. El futuro del consumo se dibuja en clave diurna y pasa por entender los ritmos de hoy: beber menos, beber mejor y hacerlo en el momento justo. Y ese momento, por lo que parece, es ahora. A plena luz del día. Con un Paloma en la mano, un rayo de sol cruzando la mesa, y la certeza de que saborear el tiempo, más que un eslogan, es una manera muy digna –y muy nuestra– de estar en el mundo.
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