Barcelona
El día que Lorca desapareció en Barcelona
Barcelona fue una de las ciudades clave en la vida de Federico García Lorca. Desde que la visitara por primera vez, en 1925, el impacto fue inmediato. Como le diría a su amigo Melchor Fernández Almagro, «allí está el Mediterráneo, el espíritu y la aventura, el alto sueño de amor perfecto. Hay palmeras, gentes de todos los países, anuncios comerciales sorprendentes, torres góticas y un rico pleamar urbano hecho por las máquinas de escribir. ¡Qué a gusto me encuentro allí con aquel aire y aquella pasión!»
Poco ha sobrevivido en Barcelona del paso de Lorca por la ciudad en 1935. Para el poeta aquellos días, en los que vio como levantaba el telón por última vez uno de sus estrenos teatrales, «Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores», fueron intensos al ver como se consolidaba su carrera literaria, reencontrarse con viejos amigos y conocer algún desengaño amoroso. El estreno en el Teatre Nacional de Catalunya, este jueves, de una nueva producción de aquel texto es una buena excusa para echar la vista atrás y tratar de seguir los pasos lorquianos durante aquella estancia.
Temporada teatral
Entre el 9 de septiembre y el 24 de diciembre de 1935, el poeta fue uno de los huespedes del Hotel Majestic. Allí se hospedó al llegar junto con la compañía de Margarita Xirgu, la gran actriz a quien tanto debía desde que estrenara, también en Barcelona, su obra «Mariana Pineda», en 1927, con decorados de su querido Salvador Dalí. Pero en ese momento todo era distinto. La compañía de la intérprete hace temporada en la ciudad de la mano de Lorca: «La dama boba» –en versión del granadino–, «Yerma», «Bodas de sangre» y el estreno de «Doña Rosita». Todas ellas fueron muy bien acogidas por el público y por casi toda la crítica, con alguna excepción, como la del escritor Ignacio Agustí.
Esta última producción alzó el telón en el Teatro Principal el 12 de diciembre con la Xirgu, en el papel principal, además de escenografía de Manuel Fontalans y un estupendo cartel realizado para la ocasión por Emili Grau Sala. La dirección artística fue para Cipriano Rivas Cherif, uno de los mejores colaboradores de la intérprete. Gracias a Rivas Cherif tenemos uno de los mejores testimonios del paso del poeta por Barcelona en 1935.
Un día, Lorca no acudió a los ensayos. Años después, Rivas Cherif recordaría que «a Federico le había dejado yo, entrada la madrugada, luego de improvisada fiesta, en compañía de otros amigos, habituales compañeros de inocentes parrandas, como Juan Tomás y Guasp (...). Habíamos estado en casa de "Juanito el Dorado,"establecimiento pintoresco». El hombre de teatro decidió salir a buscar al poeta donde fuera, recorriendo todos aquellos lugares en los que era habitual. En aquellos días, Lorca era un asiduo de las tertulias de los cafés barceloneses, como la Maison Dorée o el Canari de la Garriga, pero Rivas Cherif no lo encontró allí, ni en su habitación en el Majestic. La casualidad hizo que diera con Lorca casualmente que estaba «ensimismado, de codos en una mesa, y mirándome desvaído, sin verme, al acercarme presuroso. Estaba como loco. Era otro, que nunca hubiera sospechado en él». ¿El motivo? El último amor de Lorca, Rafael Rodríguez Rapún, un compañero en la compañía de teatro universitario, la Barraca, lo había abandonado. La «angustiosa desesperación de Federico», como la define el director artístico de la Xirgu, es uno de los aspectos menos conocidos de un poeta que, como decía Vicente Aleixandre, «era capaz de toda la alegría del universo; pero su sima profunda, como la de todo gran poeta, no era la de la alegría». En aquellos días, el corazón de Lorca lo ocupaba Rapún, pero también quien sería un reconocido crítico de arte, Juan Ramírez de Lucas, y un muchacho granadino llamado Eduardo Rodríguez Valdivieso.
Cuando pudo calmarse, Lorca se sinceró con Rivas Cherif y confesó su homosexualidad. El cuñado de Azaña le reprocha a Lorca que se haya «privado de la mitad del género humano». El poeta le responde lúcidamente: «¿No te has privado tú de la otra mitad? Lo que pasa, si es verdad lo que me dices, es que eres tan anormal como yo. Que lo soy en efecto. Porque solo hombres he conocido; y sabes que el invertido, el marica me da risa, me divierte con su prurito mujeril de lavar, planchar y coser, de pintarse, de vestirse de faldas, de hablar con gestos y ademanes afeminados. Pero no me gusta. Y la normalidad no es ni lo tuyo de conocer sólo a la mujer, ni lo mío. Lo normal es el amor sin límites. Porque el amor es más y mejor que la moral de un dogma, la moral católica; no hay quien se resigne a la sola postura de tener hijos. En lo mío no hay tergiversación. Uno y otro son como son. Sin trueques. No hay quien mande, no hay quien domine, no hay sometimiento. No hay reparto de papeles. No hay sustitución, ni remedo. No hay más que abandono y goce mutuo. Pero se necesitaría una verdadera revolución. Una nueva moral, una moral de la libertad entera. Ésa es la que pedía Walt Whitman. Y ésa puede ser la libertad que proclame el Nuevo Mundo: el heterosexualismo en que vive América. Igual que el mundo antiguo».
En esta larga confesión, el poeta le comentó que estaba trabajando en una obra de teatro de temática homosexual, titulada «La bola negra» y de la que solamente se han conservado unas pocas páginas.
Hay un triste epílogo a esa noche. A altas horas, ya sin Rivas Cherif, Lorca regresó a su alojamiento barcelonés en el Majestic. Subió solo el Paseo de Gràcia donde se encontró con el que después sería uno de sus estudiosos, Rafael Santos Torroella, entonces un joven estudiante. Santos había conocido unos años antes a Lorca en Santander y lo había visitado, junto con su hermana –la pintora Ángeles Santos– en algún ensayo. Al autor de estas líneas le explicó que «me dijo "adiós, Rafael"de la manera más triste del mundo».
El reencuentro con Dalí y la presencia de Gala
Los días en Barcelona de 1935 supusieron su reencuentro con Salvador Dalí, a quien no veía desde 1927. A Lorca le fascinaba poder conocer a la mujer que había enamorado al pintor, la misteriosa Gala. Pese a que había existido en ese tiempo de distancia algunas cartas cruzadas, los dos amigos no volvieron a verse hasta el 28 de septiembre de 1935. En ese día, el poeta tenía que acudir a un homenaje organizado por la Academia de Música Marshall y no presentó al irse con Dalí a Barcelona.
Fue como si continuaran siendo los amigos de toda la vida. Se sabe que a Lorca no le acabó de gustar Gala, como apuntó en una nota localizada hace años por el especialista Eutimio Martín. Poco después, también en Barcelona, Lorca le concedería una extensa entrevista a un joven reportero llamado Josep Palau i Fabre, luego célebre biógrafo de Picasso. En ella, el autor de «Bodas de sangre» le aseguró que él y Dalí «somos dos espíritus gemelos. Aquí está la prueba: siete años sin vernos y hemos coincidido en todo».
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