Análisis
La vulnerabilidad de Europa es extrema sin el paraguas nuclear y militar de Estados Unidos
Europa vive una soledad estratégica entre Trump, Putin y la parálisis militar
Europa se encuentra ante una situación particularmente vulnerable. La llegada de Trump a la Casa Blanca está resultando tan disruptiva como no habían imaginado ni las mentes menos pusilánimes. En estos momentos, la voluntad política de Estados Unidos respecto a la OTAN se encuentra bajo mínimos, y no son pocos los que se preguntan si la Alianza Atlántica podrá sobrevivir a la nueva era que se ha iniciado.
Por de pronto, tanto la OTAN como Europa, así como el propio país agredido por Putin, Ucrania, se encuentran marginados de la negociación que Trump está conduciendo directamente con el autócrata ruso, como corresponde a un nuevo orden emergente anclado en las grandes potencias. Ese es el status que Putin había tan fervientemente deseado y que el nuevo inquilino de la Casa Blanca parece estar dispuesto a otorgarle. En el trasfondo, los estrategas chinos se regocijan ante este desmantelamiento de Occidente, bien conscientes de la fuerte dependencia que Moscú ha adquirido durante la guerra de Ucrania de Beijing. China avanza a pasos inexorables en el tablero internacional de su juego del go a nivel planetario, en el que cada día que pasa sus adversarios se van debilitando a través de sus propios errores.
Aunque está por verse, es posible que la errática política arancelaria de Trump, el impulso que pretender dar a los mercados bursátiles, así como a las energías fósiles y las plataformas tecnológicas, tenga resultados positivos. Lo que sin duda va a resultarle más difícil a Washington es mantener el sofisticado tejido de alianzas globales que ha sido una de las claves del éxito de la hegemonía norteamericana desde la Segunda Guerra Mundial. Eso aplica a los países europeos, que posiblemente solo hayan empezado a asombrarse de lo que puede llegar a ocurrir, pero también, y sobre todo, a países de otras regiones del planeta. Y así los BRICS –bajo la fuerte influencia china– no dejan de crecer. Los últimos en asociarse han sido Malasia e Indonesia, los dos grandes países musulmanes, alienados completamente por las operaciones de Netanyahu en Gaza y Cisjordania.
¿Y qué pasa con Europa? Europa se encuentra indefensa. Sin la garantía del paraguas nuclear y militar norteamericano, su vulnerabilidad es extrema. Los países europeos necesitan urgentemente una política de defensa que incluya tanto la dimensión estratégica como la táctica. En el primer caso, hace falta que la posibilidad –hasta hora, retórica– de extender la protección nuclear francesa a Alemania y los demás países, se convierta en real. A esta crucial decisión para el Continente, que cambiaría radicalmente su historia reciente, debería sumarse Gran Bretaña.
Una disuasión nuclear franco-británica extendida al resto del Continente sería el primer y esencial paso para garantizar la defensa de los europeos. Se podría cuestionar si esto es viable con una Francia tan fragmentada políticamente, en la que Macron es un «pato cojo» bajo el peso creciente de Marine Le Pen, pero cuesta pensar que a la derecha nacional francesa esa tesitura única de poder tutelar estratégicamente a Alemania no le resultare atractiva. ¿Estarían dispuestos los alemanes a ceder su soberanía nuclear en favor de Francia y Gran Bretaña a cambio de su seguridad?
La segunda decisión necesaria es poner en común las capacidades militares y establecer una Política Común de Defensa, con un Ejército europeo. Pero esos objetivos suenan utópicos. Ya en 1998, en la Cumbre de Saint-Malo, los países europeos comprometieron una fuerza de intervención rápida de 60.000 efectivos. Josep Borrell al comienzo de su mandato hace cuatro años, mucho más modestamente, propuso tener dispuestos 5.000 efectivos, algo que tampoco se ha alcanzado. Como siempre, la UE crea órganos nuevos –un Comisario de Defensa–, elabora programas –el Libro Blanco sobre la industria de defensa–, promete futuros programas -Programa para la Industria de Defensa-, y se llena la boca de retórica sobre la necesidad de contribuir a las iniciativas de disuasión y defensa de la OTAN, incrementar las inversiones, relajar las regulaciones, solventar la fragmentación industrial y facilitar la movilidad militar.
Ni la UE ni un pilar europeo en la OTAN. Solo los Gobiernos de los países principales están capacitados para adoptar las decisiones necesarias. Pero, lejos de una voluntad común, lo que observamos es un «¡sálvese quien pueda!», cada uno por su lado, y, a la vez, intentar acercarse lo más posible al nuevo amo. La voluntad real de defensa de Gobiernos y ciudadanos está por los suelos, así como la disposición a aumentar los presupuestos en defensa.
Entre todos los Gobiernos, destaca el español, que, como resulta conocido y escandaloso, es el que menos gasta de todos en defensa (apenas un 1,32%, frente al 4.7% de Polonia). Eso sí, el presidente del Gobierno no ceja en exigir que sea la UE quien incremente sustancialmente los fondos en defensa, reasignando incluso los destinados a otros objetivos comunitarios. La situación europea recuerda al del equilibrista, que, mientras pierde su apoyo sobre la pasarela, se dedica a cantar ¡»oh sole mío»! No es que estemos ante una ventana de oportunidad, lo nuestro se llama apenas un tragaluz de supervivencia.