Guerra en Irak
El incierto futuro de Irak
Irak ha celebrado el 12 de mayo sus primeras elecciones legislativas, después de que el primer ministro Haider al Abadi proclamara en diciembre la victoria sobre el Estado Islámico. En esta ocasión los chiíes no se han presentado en una lista común, a causa de la lucha por el poder entre los hombres fuertes de esta comunidad, mayoritaria en el país. Según los analistas locales, su fragmentación no debería alterar el equilibrio de fuerzas intercomunitarias en un sistema político pensado para que ninguna formación tenga una posición dominante.
Los iraquíes han llegado exhaustos a esta cita. Sufren un cansancio emocional acumulado en décadas de violencia y conflictos. Gran parte del país, sobre todo en el norte, ha quedado reducido a escombros; las infraestructuras y los servicios básicos no funcionan; los cortes de electricidad y de agua son la tónica general en una zona donde las temperaturas estivales superan los 50 ºC. El agotamiento se refleja en los rostros de los ciudadanos, acostumbrados a la omnipresencia de hombres armados.
La derrota de las huestes de Abu Bakr al Baghdadi ha marcado el principio de un reto aún mayor para los responsables políticos: lograr la reconciliación nacional. Esto exige facilitar asistencia humanitaria y servicios básicos a una población traumatizada que lo ha perdido todo. Tres millones de iraquíes todavía sobreviven como desplazados internos. Siguen necesitando refugio, comida, atención sanitaria, agua y equipos de emergencia. Sin una ingente inversión y una convincente ayuda, no solo económica sino también sanitaria y psico-social, el proyecto de normalización de Irak no tendrá ninguna posibilidad de avanzar.
La fractura étnica y sectaria que explotó el autoproclamado Califato cuando se adueñó de casi un tercio de Irak en 2014 se ha agravado desde entonces. Un gran número de yazidíes y cristianos no se atreven a volver a sus aldeas. Los suníes recelan de la venganza de los chiíes. Y los kurdos quieren garantizar la sostenibilidad de su autonomía.
El nuevo hombre fuerte de la política iraquí, el clérigo chií Muqtada al Sadr, anhela un Gabinete a salvo de injerencias extranjeras. Un escenario difícil en un país sobre el que Estados Unidos e Irán llevan tres lustros desplegando sus influencias.
El respeto a las minorías, la inclusividad política y la lucha contra la corrupción son los principales desafíos que deberá afrontar el próximo Gobierno. La clave, un régimen laico que sirva a todos los iraquíes como ciudadanos de pleno derecho.
En el discurso inaugural de su cuarto período, el presidente Roosevelt afirmó que una paz duradera puede ganarse con el entendimiento, la confianza y el coraje que emana de la convicción, y si se deja de lado la sospecha, la desconfianza y el temor. Palabras que pueden ser tomadas prestadas hoy ante el incierto futuro de Irak.
*Profesor de la Sociedad de Estudios Internacionales (SEI)
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