Consecuencias de la crisis política

Corea del Sur: el "cisne negro" de Asia

La inestable situación surcoreana amenaza con desatar un efecto contagio en la región y desestabilizar toda la zona

Asia Protesters stage a rally to demand South Korean President Yoon Suk Yeol's impeachment in Seoul, South Korea,
Asia Protesters stage a rally to demand South Korean President Yoon Suk Yeol's impeachment in Seoul, South Korea, Agencia AP

Corea del Sur se encuentra al borde del abismo político: un golpe de Estado fallido y la abrupta caída sucesiva de dos presidentes han desatado una crisis que podría reconfigurar el equilibrio en Asia Oriental. Este "cisne negro" — un acontecimiento improbable desestabilizador que exige una recalibración urgente — no solo ha sacudido a una de las democracias más avanzadas y poderosas de la región, sino que ha sentado un peligroso precedente que podría desmoronar otros sistemas democráticos vulnerables. Con tensiones geopolíticas en aumento y economías tambaleándose, un espectro de volatilidad se cierne sobre territorios como Japón, Filipinas o Taiwán. La fragilidad del orden político surcoreano podría encender movimientos similares en otros lares, desatando una oleada de agitación que podría cambiar el paisaje político asiático.

Las crisis de las democracias se suelen manifestar de forma perturbadora, reflejadas en la degradación de las instituciones, la represión sistemática de la disidencia política y el fortalecimiento de regímenes autoritarios. La integridad electoral se ve comprometida, las libertades de prensa enfrentan severas restricciones y los derechos civiles son frecuentemente violados, generando un clima de desconfianza y desasosiego. Estos problemas son más que simples incidentes aislados; son indicadores de un quiebre profundo que parece que está afectando a ciertos países asiáticos. La falta de rendición de cuentas y el control, debilitan los fundamentos del Estado de Derecho, atrapando a la ciudadanía en un ciclo de abuso y opresión.

El año del Dragón, considerado el " de las elecciones", ha puesto de manifiesto el alarmante deterioro de la soberanía popular en múltiples territorios de la región. En Pakistán, la dinámica electoral se desarrolló en un contexto de severa represión militar, marcado por el encarcelamiento del líder opositor Imran Khan y acusaciones generalizadas de fraude. En Bangladesh, el creciente autoritarismo bajo la larga gestión de la ex primera ministra Sheikh Hasina llevó a la oposición a no participar en los comicios, considerando que el proceso estaba severamente sesgado. Tras violentas protestas masivas, Hasina se vio obligada a huir, dando paso a un gobierno interino que buscaba reformar el país para un futuro más justo. Por otro lado, en India, el Bharatiya Janata Party (BJP) de Narendra Modi logró la victoria, aunque perdió su mayoría parlamentaria, en un entorno que ha sido criticado por su manipulación, la restricción de la libertad de prensa y de asociación. Indonesia, por su parte, vio cómo Prabowo Subianto aseguraba su triunfo a través de un pacto con el presidente Joko Widodo, quien impulsó la candidatura de su hijo a la vicepresidencia, a pesar de su falta de experiencia política. Asimismo, la fachada democrática en Tailandia continúa erosionándose, con las élites, especialmente el palacio real y la dinastía Shinawatra, ejerciendo un control férreo. En la actualidad se denuncian violaciones graves de derechos humanos, incluidos procesamientos por lesa majestad y abusos a refugiados. El poder judicial ha desmantelado a los partidos progresistas, y las reorganizaciones en las fuerzas militares y policiales han reforzado el autoritarismo. Mientras, Camboya se ha consolidado como una autocracia bajo el liderazgo de Hun Manet, quien continúa las prácticas autoritarias de su predecesor.

Todo apunta a que, con la llegada del año de la Serpiente de madera y el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, Asia Oriental enfrenta un futuro desconcertante. En el caso de Taiwán, tradicionalmente considerado un bastión de estabilidad regional, presenta señales alarmantes de agitación política. Su líder, William Lai Ching-te, del Partido Democrático Progresista (PDP), se encuentra en un estancamiento legislativo, confrontando la oposición del Kuomintang y del Partido Popular. La creciente polarización en torno a las relaciones a ambos lados del estrecho de Taiwán crea un ambiente potencialmente explosivo. Con los comicios de 2026 y 2028 en el horizonte, Lai parece acorralado por un electorado fracturado, lo que incrementa su vulnerabilidad. Al parecer, un mensaje en la red social X eliminado por el PDP sugirió un respaldo a la controvertida decisión del presidente surcoreano Yoon de declarar el fugaz estado de excepción, lo que suscitó preocupaciones sobre la posibilidad de que el líder taiwanés adopte medidas similares, utilizando el pretexto de contrarrestar las amenazas de Pekín.

Entretanto, Filipinas se perfila como otro potencial epicentro de desafío institucional. Mientras las tensiones territoriales con Pekín en el Mar de China Meridional captan la atención mundial, las fracturas políticas internas representan otra amenaza más urgente. La vicepresidenta, Sara Duterte-Carpio, está bajo investigación por presuntas amenazas de muerte contra el presidente Ferdinand Marcos Jr., su esposa y un primo. A pesar de las citaciones, esta ha desafiado a la justicia al negarse a comparecer, lo que ha alimentado dudas sobre la imparcialidad del proceso y rumores de una lucha de poder voraz. Las familias Marcos y Duterte, que formaron una poderosa alianza en las elecciones de 2022, ahora ven cómo esa unión se desmorona en medio de creciente desconfianza. En un intento por consolidar su liderazgo, Marcos se ha distanciado de las controvertidas políticas de Rodrigo Duterte, incluida la brutal campaña antidrogas, y ha mostrado disposición para colaborar con investigaciones de la Corte Penal Internacional sobre violaciones de derechos humanos. Con las legislativas de este año y la contienda presidencial de 2028 en el horizonte, la divergencia entre la familia Marcos, alineada con Estados Unidos, y el sector pro-China de Duterte podría intensificarse, amenazando la gobernanza interna y complicando las relaciones exteriores de Manila.

Por su parte, Japón se asoma a un periodo paralelo de fricción. El primer ministro Shigeru Ishiba encabeza un gobierno de coalición que ha perdido su mayoría legislativa, registrando el peor desempeño electoral en más de una década. El descontento público hacia su gestión crece hostigando la estabilidad de la cuarta economía mundial. La oposición, ahora fortalecida, tiene la capacidad de bloquear la agenda del primer ministro, lo que incrementa el riesgo de una parálisis gubernamental. La posibilidad de una moción de censura contra el gabinete de Ishiba se perfila como un escenario plausible durante las críticas deliberaciones presupuestarias programadas para marzo, según expertos. Estas luchas internas podrían retrasar reformas críticas y socavar su papel de liderazgo regional, justo en un momento en que las tensiones geopolíticas con China y el regreso de Trump a la escena internacional exigen unidad y firmeza.

La turbulencia asiatica podría intensificarse, exacerbada por la recalibración de la política de Joe Biden, que recurrió a un enfoque de “minilateralismo”, fortaleciendo alianzas a través de iniciativas como el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad y la cooperación trilateral con Japón y Corea del Sur. Sin embargo, este esfuerzo se enfrenta a un cuadro pesimista. La creciente fragilidad de los aliados clave de Washington, unida al resurgimiento del enfoque transaccional de Trump hacia las alianzas, plantea un riesgo existencial para estos logros. La falta de cohesión y el debilitamiento de los vínculos tradicionales amenazan con deshacer años de trabajo diplomático.