Tensión diplomática
Biden tacha a Putin de “asesino” y Rusia llama a consultas a su embajador
El presidente de Estados Unidos asegura que su homólogo ruso “pagará” por interferir en las elecciones y asevera que Putin “no tiene alma”
Sucedió en 2016 y de nuevo en 2020: Rusia trató de influir en las elecciones a la Casa Blanca en favor de Donald Trump. Primero como candidato y, el pasado noviembre, como presidente en busca de la reelección. Al menos eso sentencia el Consejo Nacional de Inteligencia. En un informe devastador explica que los servicios secretos rusos empujaron en la guerra de propaganda en favor de Trump.
Con una salvedad decisiva: en ningún caso hay indicios, mucho menos pruebas, de que intentara cambiar los resultados. La partida se jugó en el terreno del agitprop, no en el del fraude. La gran estafa, tantas veces denunciada sin fundamento por Trump, tampoco existió en sentido inverso, esto es, en favor suyo. El registro de votantes, el recuento y tabulación y el proceso de transmisión no fueron alterados por nadie, menos todavía un gobierno extranjero. Y la campaña del ex presidente Trump no tuvo relación con los espías.
El Rusiagate no fue tal, ni hace cuatro años ni ahora. Aunque, eso sí, el presidente Vladimir Putin autorizó «operaciones de influencia destinadas a denigrar la candidatura del presidente Biden y al Partido Demócrata, apoyar a Trump, socavar la confianza pública en el proceso electoral y exacerbar las divisiones sociopolíticas en Estados Unidos».
En la campaña participaron «múltiples agencias relacionadas con el Gobierno ruso, apoyando al presidente Trump, erosionando la confianza del público en el proceso electoral y exacerbando las divisiones sociopolíticas en Estados Unidos».
El presidente de EE UU, Joe Biden, entrevistado por la cadena ABC, prometió que Putin «pagará un precio». Biden explicó que durante su primera llamada telefónica, hace un mes, ya le advirtió de que tomaría decisiones muy duras si se demostraban las maniobras del espionaje. «La conversación comenzó en plan, “te conozco y tú me conoces. Si se demuestra ocurrió”, prepárate».
Todavía fue más duro cuando le preguntaron si cree que Putin es un asesino. «Sí, lo creo», respondió. La noticia eleva el voltaje de una relación lastimada. De hecho Moscú ha llamado a consultas a su embajador en Estados Unidos. Una portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, Maria Zakharova, aseveró que las relaciones están en un momento complicado y acusó a Estados Unidos de haberlas llevado «a un callejón sin salida en los últimos años».
Hace apenas dos semanas, la Casa Blanca anunció sanciones contra varios miembros del gobierno ruso por el intento de asesinato del líder opositor Alexei Nalvani. Navalni había sido envenenado en el verano de 2020 y actualmente cumple una pena de dos años de cárcel, después de proceso calificado de fraudulento múltiples observadores independientes. Las sanciones contra Moscú, económicas, suponen un suma y sigue que viene desde los últimos días de la Administración de Barack Obama, en la que Biden ejercía como vicepresidente, y que provocaron, entre otras cosas, la contrarréplica de Moscú.
En este caso Washington ordenó bloquear los activos económicos que pudieran tener en EE UU hasta siete colaboradores del presidente Putin. Una medida más ornamental que otra cosa, dado que ninguno de tiene negocios o cuentas en Estados Unidos. Entre los mandatarios sancionados por el departamento de Estado sobresalía el fiscal general de Rusia, Igor Krasnov; Aleksandr Bortinkov, director del Servicio Federal de Seguridad de Rusia; Andrei Yarin, director de la Dirección de Política Interior y el ex primer ministro Sergey Kiriyenko, así como varios militares de alta graduación.
Pero la denuncia de los servicios secretos estadounidenses van más allá. Entienden como evidente que Irán también desarrolló una campaña de propaganda para intentar influir en las elecciones de 2020. Habría sido ordenada por el líder supremo iraní, Ali Jamenei, y de nuevo, igual que los rusos, sus espías habrían trabajado para erosionar la confianza de los americanos en sus instituciones y potenciar la polarización política y social.
Eso sí, en este caso los trabajos de la inteligencia enemiga habrían sido teóricamente concebidos para perjudicar a un Trump considerado como el archienemigo del régimen iraní.
En el caso de China, aunque sí habría dado algunos pasos para tratar de dañar al expresidente, la inteligencia de Estados Unidos considera probado que no fueron más allá y que Pekín prefirió fiar su influencia a los trabajos de lobby, las negociaciones y la presión diplomática. Consideran que China «no desplegó operaciones destinadas a cambiar el resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. China buscó estabilidad en su relación con Estados Unidos, pero no consideró que ninguno de los resultados de las elecciones fuera lo suficientemente ventajoso arriesgarse a ser sorprendida entrometiéndose».
Por su parte, la portavoz rusa, Zakharova, ha asegurado que su país está «interesado en prevenir una degradación irreversible, si los estadounidenses son conscientes de los riesgos asociados”.
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