Nueva Orleans

Jazz: del burdel a la rebelión

Como un niño, Louis Amstrong, acompañado de su esposa, toca una trompeta de niño a su llegada a Dusseldorf en 1952
Como un niño, Louis Amstrong, acompañado de su esposa, toca una trompeta de niño a su llegada a Dusseldorf en 1952larazon

En la introducción a su estudio titulado «The making of Jazz», el muy prestigioso crítico James Lincolm Collier dedica sus primeros párrafos a la figura del aficionado al jazz. El exigente Collier glosa a tal sujeto, alguien para quien el jazz está en el centro de su vida emocional, gasta dinero en discos, viajes y conciertos más que en cualquier otra cosa y, definitivamente, en cualquier punto del planeta, y que ha encontrado en esta música una verdadera forma de cultura. Como escribió Francis Scott Fitzgerald, «el jazz, en el camino hacia la respetabilidad, fue primero sexo, luego baile y luego música». Nacido de las «alcantarillas de la Historia», en las salas de espera de los burdeles de Nueva Orleáns arrancando el siglo XX, es hoy, al parecer, una forma respetada de cultura. Y ciertamente puede ser una historia ejemplar. Desde los esclavos Quienes crearon las primeras formas de esta música eran en muchos casos hijos o nietos de esclavos. El encuentro del legado africano que habían mantenido los esclavos y sus descendientes con los instrumentos y la armonía europeos gestó una nueva música que cambió para siempre el oído del planeta. A su costado nacieron el Rythm & Blues y el Rock and Roll, que le sucedieron como música popular de la época, pues eso fue el jazz en los años dorados de las Big Bands. Y tantas formas de vida que hoy se consideran patrimonio del rock, «sexo, drogas y Rock and Roll», se dieron antes en el jazz y en el blues desde la máxima citada a tocar la guitarra con los dientes. Se puede saber, también, que Bessie Smith, la «Emperatriz del blues», consumía alcohol, hombres y mujeres en tal medida que hacen de la Marianne Faithfull del «Swinging London» de los años 60 una modosita. También fue en su día compás de rebelión juvenil frente a la música que escuchaban los padres. En sus letras, en el blues y en el jazz vocal, hubo poco almíbar, sustituido por la llana expresión del deseo. A veces usaba un lenguaje para iniciados, pero éstos sabían que era de sexo de lo que se trataba. Así llegó la noticia a la BBC de que uno de los mayores pioneros del jazz, «Jelly Roll» Morton, podía contener en su apodo («rollito de mermelada») una explícita alusión genital, por lo que se dio instrucción de nombrarle siempre como «Jr Morton». Así lograron que sigamos repitiendo la historia de la autopropaganda de míster Morton. El jazz, que es hoy tierra común en los cinco continentes, ha sido, en su gestación, un verdadero acto afirmativo de los negros americanos. Verdaderos genios, hoy estudiados sin tregua por músicos y aficionados de todo el mundo, sufrieron una constante humillación. Cuando Billy Holiday era cantante de la orquesta (blanca) Artie Shaw, debía acceder por la puerta de servicio a los hoteles en los que era máxima estrella musical. Y arrestos y golpes llevaron a Thelonious Monk y Bud Powell a las cercanías de la locura. En la carretera Muchos recurrieron a la heroína como aislante frente a un mundo hostil. Y murieron muchos muy jóvenes: en la aguja, la vida en carretera, el continuo ir y venir mientras cada noche vuelve la autoexigencia de crear algo nuevo a una hora fija y en el camino. En las últimas décadas, gran parte del jazz se ha repeinado y apretado el nudo de la corbata (y mayoritariamente alejado de la toxicomanía). Los muertos en el camino han causado una onda conciencia en los jóvenes músicos de las últimas generaciones: no más víctimas, no más muerte temprana, aunque sigue siendo el terreno de la búsqueda, de la libertad, de la sorpresa. Busca en sus oyentes, que han encontrado en el jazz un modelo cultural: improvisación, franqueza emocional, verdad. Louis Armstrong, acompañado de su esposa (a la derecha), toca una trompeta de niño a su llegada a Dusseldorf en 1952