Literatura

Estados Unidos

Obama: yo también leo

Entre las lecturas veraniegas del presidente americano se cuentan el debut literario de Paul Harding, ganador del Pulitzer, y la novela aún no publicada de Jonathan Franzen

Según «Time», sus personajes «nos enseñan cómo vivimos hoy»
Según «Time», sus personajes «nos enseñan cómo vivimos hoy»larazon

Hay quien podría pensar que algunos políticos y los presidentes de los distintos países del mundo leen cada verano «El príncipe» de Maquiavelo o «El arte de la guerra» de Sun Tzu, a juzgar por sus actos y sus declaraciones. Y al contrario, ya que en sus maletas para el descanso transportan preferencias algo más corrientes, como es el caso del presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y otras veces exquisitas, como las del presidente estadounidense, Barack Obama.

Zapatero eligió León para descansar y pasó unos días en la finca toledana de Quintos de Mora. De meseta a meseta, en su equipaje, el objetivo de terminar «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo» (Tusquets), de Haruki Murakami, una novela sobre un parado japonés treintañero, sin proyecto vital, como los personajes que mejor perfila Murakami, un prototipo del que en España también pueden encontrarse muchos ejemplos. Zapatero se ha decantado también por la sorpresa de las listas de ventas, «El tiempo entre costuras» (Temas de Hoy), de María Dueñas. Una historia que tiene poco que ver con las del nipón y que abunda en el «best-seller» histórico con diferentes tramas, combinación de registros (relaciones sentimentales, espionaje, conspiración política, superación personal) y varios escenarios que valen 300.000 ejemplares vendidos en España. Por último, Zapatero lleva una de las últimas obras del premio Príncipe de Asturias, Ismail Kadaré. «Frente al espejo de una mujer» son tres micronovelas entrelazadas por la tragedia que se sumerjen en los impulsos más oscuros del ser humano.

Lo primero que hizo el presidente americano a su llegada a la exclusiva isla de Martha's Vineyard, donde disfruta de su descanso, fue acercarse hasta la famosa librería Bunch of Grapes para seleccionar sus lecturas y las de sus hijas, Sasha, de 9 años, y Malia, de 12. Todo el mundo conoce la voracidad lectora de Obama, que ha elegido títulos de altura: para la más pequeña «El pony rojo», de John Steinbeck, mientras que para la mayor fue «Matar a un ruiseñor», de Harper Lee.


La obra de Steinbeck es una de las primeras novelas del escritor californiano, y es especial porque consta de cuatro episodios más un quinto añadido diez años después. Son historias de iniciación de un chico, Jody Tiflin, que vive en un rancho con su padre y que aprende de las luces y las sombras de la existencia con el acento inquietante y al mismo tiempo natural del autor de «La perla».


Racismo y derechos
También está ambientada en el duro Sur de Estados Unidos «Matar a un ruiseñor», de Harper Lee, una historia sobre la lucha por los derechos de la población afroamericana. La historia, impregnada de la violencia y opresión en un pueblo imaginario de Alabama pero que podría ser cualquiera de Mississipi o Georgia, aborda la investigación de un crimen en un entorno de injusticia racial como forma de precedente de «A sangre fría», de Truman Capote.
 
La novela, la más importante de la corta trayectoria de su autora, de raza blanca, obtuvo el Premio Pulitzer y se convirtió rápidamente en un clásico de la literatura americana, aunque ha sido sometida a un permanente debate sobre la conveniencia de ser incluida en los planes obligatorios de lectura en las escuelas públicas. Las críticas han sido lanzadas con más frecuencia desde asociaciones de padres afroamericanos que consideran algunos epítetos como «racistas y desmoralizantes» para los alumnos. Con este gesto, parece que Obama deja clara su posición.

El presidente americano ha elegido para sí tres títulos muy particulares. El esperado regreso de Jonathan Franzen («Las correcciones», Mondadori) no estará en las librerías americanas hasta finales de agosto. «Freedom» tendrá 600 páginas que Barack Obama leerá antes que nadie.

La anterior obra de Franzen, «Las correcciones», sin ser un fenómeno de masas, vendió 2,85 millones de ejemplares en el mundo y en todo el globo sedujo a los críticos. La nueva novela debía despejar los merecimientos de tanto elogio, y en los círculos literarios se la espera como el evento literario de la primera década del siglo. Las primeras respuestas han llegado en la columna del crítico literario más prestigioso del país, Michiko Katukani, famosa por triturar novedades sin compasión desde su teclado del «New York Times». «Es un retrato indeleble de nuestro tiempo», ha escrito venciendo su tendencia natural. El esperadísimo regreso mantiene el protagonismo de una familia de clase media americana y su incapacidad para ser feliz a pesar de tenerlo todo para intentarlo. De Franzen se espera mucho, porque «Las correcciones» era una certera radiografía de la clase media americana, y la clase media ya no es lo que era. Desde entonces, las Torres Gemelas han sido derribadas en un atentado, los «marines» han vuelto a invadir un país extranjero, Irak, y la economía se ha derrumbado con estrépito poco después de que Estados Unidos eligiera a su primer presidente afroamericano.

Franzen traza los perfiles de esta nueva clase media como el retrato de una familia en guerra consigo misma, insatisfecha y decepcionada con su modo de vida. Los Berglunds, como antes los Lamberts, pertenecen a la clase media del medio-Oeste americano. Tienen dinero, popularidad, buenos trabajos, educación, dos hijos encantadores y un millón de formas de exhibir su rabia y sentirse completamente desgraciados.


Más «correcciones»
Otra de las preferencias de Obama es «A few corrections» («Algunas correcciones»), de Brad Leithauser, escrita el mismo año que «Las correcciones» de Franzen. El obituario de Wesley Sultan, un hombre de negocios corriente con una vida aburrida será el mapa que guíe al narrador en la búsqueda de una zona desconocida, la verdadera vida del finado. Sultan resulta ser todo menos aburrido y el mapa (la esquela) se llena de anotaciones al margen hechas a mano. En contra de lo que parecía, Sultan fue un tipo atractivo para las mujeres, ambicioso, que salió de callejones sin salida y deshizo giros en sentido contrario. El narrador, cuyas motivaciones para reconstruir la vida de Sultan son cualquier cosa menos casuales, descubrirá en su búsqueda que las faltas del fallecido deben confrontarse con las suyas antes de ser juzgadas.


Un debut de Pulitzer
El presidente americano también lleva en su maleta (¿tendrá tiempo para leer tres libros en diez días de vacaciones?) la gran sorpresa de la narrativa americana: el debut de Paul Harding en la novela con «Tinkers», que vale un Premio Pulitzer. Publicada a principios de 2009 por Bellevue Literary Press, de la obra apenas se editaron 500 ejemplares en el sello, especializado en libros de arte y ciencia, y pasó de largo por los mostradores de las librerías. Por suerte, los críticos literarios no quisieron olvidar la historia que cuenta la de un hombre moribundo a partir de los recuerdos de su infancia. La bola de nieve de esta pequeña historia fue creciendo gracias a la recomendación de prestigiosos escritores y «Tinkers», que son los sonidos del paso del tiempo, ha llegado al gran público. Los «tinks» son los pasos de las manecillas que han marcado la vida de George Washington Crosby después de toda la vida dedicado a reparar relojes, ahora en el momento de hacer inventario de rencores. El protagonista alucina por culpa del cáncer y del fallo cardiaco, agoniza, sufre ataques de epilepsia, se retuerce mientras ve pasar siete décadas fallidas. A pesar de eso, la novela, que no ha sido publicada en España, fue definida por el jurado del Pulitzer como «una poderosa celebración de la vida en donde un padre y un hijo, a través del sufrimiento y la alegría, trascienden sus vidas y ofrecen nuevas maneras de percibir el mundo y la moral».

Harding, profesor de la Universidad de Harvard y Iowa, es además batería de jazz de varias bandas, entre ellas, Cold Water Flat, y se dedicaba a dar clases de escritura creativa. Tras el premio, sigue sin prodigarse con apariciones públicas. El «Publishers Weekly» calificó la novela de «hermoso ejemplo de artesanía narrativa» por su forma de fusionar lenguaje y percepción.


En la balda de la gran literatura
El hombre de la imagen (foto 3) es Jonathan Franzen. Novelista, o, como la revista «Time» titula, un «gran novelista americano». Hacía diez años que esta publicación, casi centenaria, no le dedicaba su espacio de honor a un escritor. El último fue Stephen King, cuya vigencia en la historia de la literatura puede ser para algunos más discutible, pero, cosas del mercado, ingresaba entonces en un club al que pertenecían J. D Salinger, Nabokov, Tom Wolfe, Toni Morrison y John Updike (por dos veces). Muchos críticos sostienen que Franzen merece ese hueco en su misma balda porque no hace nada nuevo, sino un arte viejo, que algunos dicen que ha muerto, de forma excepcional. Sus novelas, a diferencia de las de otros compañeros de generación, no son narraciones fragmentarias ni composiciones de textos cazados al vuelo, ni mezcla de géneros. Son retratos al óleo que Franzen construye en un viejo ordenador sin conexión a internet, en una estrella vecina de la misma constelación que ocupan la saga del Conejo de Updike, la «Hoguera de las vanidades» o la «Pastoral americana». ¿Y cómo lo hace? Con preguntas como las que turban a Walter, el cabeza de la familia protagonista de «Freedom»: «¿Se puede criar a unos hijos brillantes que, extrañamente, confían en ti, y hacerles felices trabajando todo el día?». A veces sus reflexiones pasan de los granos de café a la indiscutible realidad: «¡Cada día se suman a la población mundial 13 millones de seres humanos!». «¿Es aceptable pasar la vida ejerciendo el derecho inalienable del ser humano a ser feliz cuando el resto del mundo vive en condiciones que lo impiden?». Mientras «Las correcciones» se cebaba en los desastres particulares de los protagonistas, arrastrados por la demencia, en «Freedom» todos los miembros de la familia fracasan pero encuentran una postrera y tierna redención. El lector necesita perdonarles sus miserias a pesar de verles fracasar como seres humanos de forma estrepitosa. Para el crítico de «The Daily Telegraph» Benjamin Secher, si esta obra no puede clasificarse como «una de las grandes novelas americanas, no se me ocurre cuál puede serlo».


Lecturas presidenciales
J. F. Kennedy
El huésped más famoso que ha pasado por la Casa Blanca tenía entre sus libros de cabecera «Rojo y negro», de Stendhal, y las novelas de Ian Fleming; por supuesto, todas las protagonizadas por Bond.
Bill Clinton
Cuando sus quehaceres en el despacho oval le dejaban tiempo, Clinton leía a dos autores: Maya Angelou, con su libro «Sé por qué el pájaro enjaulado canta», y Ralph Ellison, «El hombre invisible».
George Bush
Es un hombre de gustos bastante dispares: le gustaba «El guardián entre el centeno» y «Guerra y paz» (muy apropiado). Su hijo G.W. Bush, por contra, prefería «Alegato por la democracia».