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Juan Echanove: «Me libré de la mili por sobrepeso»
Protagoniza «Historias de la puta mili», que LA RAZÓN regala el viernes
Había agotado todas las prórrogas posibles, e incluso las imposibles, y en los rodajes lo cebaban con raciones dobles y grandes bocadillos: todos conocían la historia y el mundo del cine se había confabulado para que Echanove engordara y se librara de la mili noqueando la báscula el día del examen final ante el tribunal médico. Estaba en un gran momento profesional, ya había ganado un Goya, y una retirada de los platós de casi dos años supondría un palo duro. «No valen recomendaciones –le había dicho un alto oficial–, será lo que diga la báscula». Y la báscula marcó sobrepeso... por la mínima.
–Creo que algo influyó el hecho de que en aquellos tiempos fallecieran algunos soldados por enfermedades relacionadas con la obesidad. El caso es que me declararon inútil, suspiré aliviado y adelgacé, claro.
–Este periódico regala «Historias de la puta mili» el próximo viernes...
–De esa película tengo dos grandes recuerdos: haber conocido personalmente a Ivá, el autor del cómic en el que se basaba el filme, y trabajar con un director entrañable, Manuel Esteban. Y luego estaban «mis soldados»: Achero Mañas, Jordi Mollá... Les hice marcar sus primeros pasos como creo que no olvidarán.
–Porque usted era en la película el famoso sargento Arensivia...
–Sí, un sargento chusquero profundamente primario, la pesa-dilla de cualquier recluta. No había peor mili que la que podía darte él.
–La mili obligatoria. Qué lejos parece quedar...
–Sí. Pero, fíjese, el Ejército ha pasado de ser la institución más denostada entonces a ser la más respetada hoy. La labor del Ejército es para quitarse el sombrero, y lo mismo digo de las Fuerzas de Seguridad del Estado.
(A Juan le gusta especialmente de ese filme que le vincula y le vinculará por siempre con todas las generaciones de jóvenes a su personaje: «Para toda la chavalería seré siempre el sargento Arensivia». En el 93 interpretó también «Madregilda», en el que daba vida a un Franco débil. El franquismo lo vivió muy de rebote, «porque tenía 14 años cuando murió Franco, o sea, que cuando pude alzar la voz, ya había muerto». El 23-F pasó miedo, «pero no tuve la tentación de marcharme de mi país, nunca lo haría; creo que soy afortunado por nacer aquí; éste es un país contradictorio, cainita, envidioso y más cosas, pero a pesar de eso, lo quiero»).
–Actor politizado. ¿Esa etiqueta le ha favorecido o...?
–A veces me ha beneficiado y a veces me ha perjudicado, pero nunca me he manifestado para obtener un beneficio propio. Lo hago como ciudadano.
–Y ahora, ¿apoyaría a Zapatero para un tercer mandato?
–Me lo tendría que pensar, creo que esperaría la llegada de otro candidato. Es el momento de cambiar de chip en la política: ya sabemos todo lo que nos van a decir. Todo suena manido. Y no me gusta el bipartidismo.
–Actor premiado, de prestigio...
–Me gusta andar sin levantar polvo. El prestigio me honra, la notoriedad me da miedo. No soy vehemente ni echado para adelante.
–Sigue en «Un país para comérselo» (TVE). ¿Ahora sería indigesto?
–Qué va. Recorro España y veo gente esforzada, ilusionada...
No ha engordado, «hago vida de monje cartujo fuera del trabajo: no ceno casi nada y no bebo; paseo y leo mucho, y de lo otro, cada vez menos». Lleva bien los 50 años, «quizá porque soy hipocondríaco desde los 14 y eso me lleva a vivir con miedos: siempre que cojo un catarro pienso que me voy a morir». Es un hombre pudoroso y algo místico que suda verdad por los poros; un «bon vivant» con miedo a serlo, quizá un gourmet que se arrepiente a cada cucharada.
–¿Y cree que si hubiera sido delgado y guapo hubiera tenido más éxito?
–No. He logrado armonía entre mi forma de interpretar y mi físico. Hay una comunión entre mi físico y mi yo interior. No cambiaría nada de mi cuerpo.
–Además, le saldría carísimo...
–Sí, claro, porque fíjese todo lo que tendría que cambiar, ja, ja, ja.
–O sea, que nunca ha querido ser otra cosa.
–No, nunca he querido ser George Clooney. Ni Brad Pitt.
(Sigue en «Cuéntame», sigue en «Un país para comérselo» y ahora prepara, con Calixto Bieito como director, un espectáculo con textos de Allan Poe. Se despide: «A ver si nos vemos y tomamos una copa de vino, pero a la hora de la comida, ¿eh?»).
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