Bilbao
Cuándo le darán a Urdiales su sitio
Bilbao. Tercera de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Fuente Ymbro, muy bien presentados, muy serios, imponentes. Bravos y buenos los tres primeros; malos, 4º y 5º; difícil, el 6º. Menos de media entrada. Diego Urdiales, de pizarra y oro, pinchazo, estocada buena (vuelta al ruedo); media (saludos). César Jiménez, de azul pavo y oro, estocada baja (silencio); pinchazo, pinchazo hondo, descabello (silencio). Matías Tejela, de grana y oro, casi entera baja y atravesada, descabello (silencio); media baja, descabello (silencio).
«Tejedor» era mitad ángel mitad demonio. El toro bipolar que irrumpió la tarde nos dio las mayores alegrías. Diego Urdiales entró ayer por la vía de la sustitución y si no es por él estamos arrancándonos la afición a pedazos. A ese primero, que era un «tío» como toda la corrida, lo toreó sublime por la derecha. El lado noble del toro, el entregado, el que tenía ímpetu para disfrutar y cuajarlo. Urdiales sí lo hizo, así lo hizo. Encajados los riñones, relajada la figura, citando con los vuelos y rematando tras el túnel de la cadera. Un prodigio de toreo diestro, sin estridencias, hondo, bonito, puro y depurado. Se puso después por el zurdo, tal vez llevábamos tres tandas, y sabía, bien lo sabía él y lo intuíamos en los tendidos, que nada tenía que ver el toro por el izquierdo. Violencia degenerada, difundida por arriba para cazar seguro. E hizo presa. Le alcanzó por la chaquetilla, axila tal vez, y le zarandeó agresivo, fuerte, brutal. Urdiales se levantó con el amor propio impoluto y siguió por el pitón triunfador, por donde el toro era una malva. Qué locura. Pinchó, tras la espada se fue después y la hundió. La vuelta al ruedo se hacía poca cosa para lo que nos llevábamos de recuerdo.
Pero no quedó ahí. El cuarto era para salir corriendo porque acudía con todo y encima le ponía los pitones a la altura de la corbata, o de la cabeza. Qué sé yo. Pero la mole del toro cabalgaba a su aire con peligro, derrotes secos y un desvelo en cómo se resolvería el pase. Urdiales se puso como si el toro fuera un santo. Coherencia vital, afición desorbitada y una honestidad de otro siglo. Importante el torero riojano. Con una media lo despachó y quedó el aroma de torería sobre la arena negra de Vista Alegre. Y después de esto, de hacer el esfuerzo y de su toreo de altos vuelos, ¿por qué no se le multiplican las tardes cuando sumamos sustituciones cada día?
César Jiménez vino a Bilbao con una herida fresca sufrida en Málaga. Se le notaba al andar y delante del toro. Se llevó un fuenteymbro bueno, el segundo, que cuando lo llevabas sometido se venía el toro arriba y peleaba seguir el engaño muy descolgado, muy por abajo. A César Jiménez se le fue la faena en buscar la colocación, en intentos, pero sin atacar al toro, sobre todo por el pitón izquierdo. Se rompió la comunicación, estaba deshecha de antemano. El quinto tenía su trago, porque no estaba nunca convencido en la muleta, y la faena nunca logró el rumbo anhelado.
A Matías Tejela le fue a parar un lote importante de una corrida de Fuente Ymbro que era una preciosidad. Muy seria, imponente y rematadísima sin perder la armonía de las hechuras. Al tercero había que provocarle, hacerle embestir, guiarle, ayudarlo a romper. Tejela estuvo a la espera del animal y sin convencer. El sexto tenía dificultades, motor complicado de dominar. Rebañaba ante la falta de control, pero también tenía una embestida que explotar. De tirar la moneda al aire y cerrar los ojos... El silencio nos acompañó siempre.
Y entonces, visto lo visto, ¿para cuándo reconocer a Urdiales su sitio? Hacerlo es estar a la altura de la Fiesta, de su verdad y sus raíces. Obviarlo, desterrar el sentido del toreo.