Festival de Venecia

Wes Anderson de todo corazón

Wes Anderson de todo corazón
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Cannes- Media hora después de que Sacha Baron Cohen, disfrazado de dictador de república bananera, montara el pollo delante del hotel Carlton cayéndose de un camello, la última película de Wes Anderson inauguraba oficialmente la 65ª edición del festival de Cannes entre cálidos aplausos. A medio camino entre Salinger y Enyd Blyton, o entre la poética excéntrica de «Franny y Zooey» y la magia de la aventura pubescente de «Los cinco», «Moonrise Kingdom» logra –como lo hacía «Fantástico Mr. Fox», su mejor obra hasta la fecha– trascender la rigidez de su propuesta estilística para hablar de los misterios del primer amor derritiéndonos el corazón.

Pendientes y escarabajos
En la isla de New Penzance, en un 1965 que parece repintado por Norman Rockwell, Sam se escapa del campamento de boy-scouts para encontrarse con Suzy, que se ha fugado de su casa. Tienen doce años y están enamorados. Él es huérfano, y sus padres de acogida han decidido deshacerse de él. Ella está enfadada con el mundo. Están hechos el uno para el otro, preparados para perderse en un bosque encantado en el que todo –unos prismáticos, unos pendientes hechos con dos escarabajos, un tocadiscos a pilas– forma parte del espectáculo del amor puro. «Esta película no está basada en mis recuerdos de infancia sino en los recuerdos de la infancia que me hubiera gustado tener». Habla Wes Anderson, que confiesa que «Moonrise Kingbill muedom» nace de un amor platónico y no correspondido. La película ofrece un final feliz a esa historia frustrada, a pesar de que esa felicidad parece ensombrecer la vida de los adultos que rodean a Sam y Suzy. Tanto el jefe de los escoltas que interpreta Edward Norton como el policía triste encarnado por Bruce Willis tienen que ganarse su papel de héroes, mientras el matrimonio formado por Frances McDormand y Bill Murray lamenta haber perdido la oportunidad de ser feliz. Tanto niños como adultos necesitan pertenecer a una familia, no importa si ésta toma la forma de un grupo de escoltas. Lo que importa es la filiación, sentirse parte de un todo, de la lógica de un sistema que nos protege y nos hiere a la vez.

«Moonrise Kingdom» es una película sobre la preadolescencia hecha desde una conmovedora intensidad emocional. No es extraño que, entre sus referentes, haya dos grandes filmes que se acercan a esa edad de descubrimiento a pecho descubierto: «La piel dura», de François Truffaut, y «L'enfance nue», de Maurice Pialat. La poética desnuda, casi documental, de ambos filmes, contrasta con la elaborada puesta en escena de Anderson, cada vez más próxima a la gramática del cuento infantil y el teatro de títeres. Anderson, que tiene la costumbre de encerrar a sus personajes en «tableaux vivants» que parecen dormitorios de una casa de muñecas o escenarios de cartón para un baile de marionetas, adapta el extremo artificio de su estilo a la creación de ese mundo paralelo, que es singular o no es, donde todo es único y verdadero. Lo que en sus primeras películas era pura retórica decorativa, aquí se carga de sentido. Un disfraz de cuervo, una tienda de campaña lamida por las olas, una tormenta perfecta: elementos de una sinfonía que busca la emoción pura y noble por encima de la originalidad estética.

Que la película combine las «Variaciones sobre una pieza de Henry Purcell» de Benjamin Britten con «Le temps de l'amour» de François Hardy define, más que el eclecticismo musical de Anderson, la complejidad del tono que quiere imprimir a su cinta. Un tono que no desdeña las digresiones neobarrocas, pero que se filtra, ligero y transparente como una canción francesa, en la piel del espectador.

 

Woody Allen, «non stop»
Woody Allen confiesa que hace una película por año porque aún está esperando firmar su obra definitiva, aquella que no le hará pensar en los incontables infortunios del rodaje, cuando la perfección de lo escrito en solitario se pervierte en su contacto con las contingencias de lo real. Presentado fuera de concurso, «Woody Allen: A Documentary» (un fotograma bajo estas líneas), de Robert Wiede, no descubre nada nuevo bajo el sol, aunque tiene la virtud de mostrarnos el lugar de trabajo del director neoyorquino –impagable el momento en que saca de un cajón un montón de papeles arrugados con ideas para películas– y de entrevistar a (casi) todos los que han tenido el privilegio de colaborar con él.

 

EL look del día; por Ana Locking
Diane Kruger puede vestir como quiera y donde quiera. En la imagen luce un pichi cargado de «strapes» y falda de tablones estilo colegial en contraste con los sexis «high hills stilletto».