Libia
La era post-Gadafi: entre las milicias y Al Qaeda
Los grupos rebeldes aún no han abandonado las armas desde la guerra del año pasado
Como si nada hubiera cambiado y el tiempo se hubiera detenido en Libia, los rebeldes están atacando y tratando de hacerse con el control de Beni Walid en las últimas horas. En la guerra del año pasado, la ciudad fue la última en rendirse y en ella se enrocaron los más fieles al coronel Muamar Gadafi, incluso después de que falleciera. El dictador murió en un día como hoy hace un año en las afueras de Sirte, donde se había ocultado durante dos meses tras la caída de Trípoli. Un gran convoy con él y sus hombres a bordo fue atacado cuando trataba de escapar al cerco cada vez más cerrado sobre Sirte, su ciudad natal. Las circunstancias que rodean su muerte a manos de los milicianos son aún oscuras y muchas cuestiones quedan sin resolver en la nueva Libia, que no consigue deshacerse de los fantasmas del pasado. Los rebeldes aún no han abandonado las armas y la mayoría no se ha integrado en el Ejército o las Fuerzas de Seguridad oficiales. No reconocen la autoridad de ese Estado que se construye «desde cero», como acostumbran a decir los libios, porque antes no había ni Gobierno ni instituciones: sólo estaba Gadafi y su familia, durante 40 años. «Lo fácil fue acabar con el hombre, pero lo complicado será acabar con su legado», explica a LA RAZÓN el histórico opositor Faiz Yibril. Un año después de la desintegración del régimen de Gadafi con su muerte, Libia aún no tiene un gobierno estable y en estos momentos intenta formar un gabinete, por segunda vez. Mustafa Abu Shagur, el primer ministro elegido por la Asamblea salida de las urnas en julio, falló en su intento de conseguirlo hace dos semanas. Ahora el nuevo «premier», Ali Zidan, volverá a intentarlo. Según Yibril, Zidan es el hombre «adecuado» para esta misión porque es un político con experiencia, un ex opositor al régimen y un abogado pro Derechos Humanos, que también podría ayudar a poner fin a los abusos y a la impunidad reinante. Las nuevas autoridades no han conseguido controlar a los combatientes que aplican su ley con la fuerza y se toman la justicia por su propia mano. La violencia en Beni Walid es el último triste ejemplo de ello: los ex rebeldes han decidido entrar a sangre y fuego en esa ciudad para vengar la muerte del joven que supuestamente capturó a Gadafi y que murió el mes pasado a causa de las heridas provocadas por gadafistas. «El único poder que existe ahora mismo en Libia es el de las armas», dice Yibril a este periódico. Según él, lo que necesita Libia es un «nuevo líder político fuerte», que no sólo administre el país, donde reina un caos cada vez más alarmante. El vacío de poder está siendo aprovechado por los extremistas, que buscan imponerse tras el papel fundamental que jugaron en la lucha contra Gadafi. Los grupos salafistas –islamistas radicales– se están haciendo fuertes y, aunque son una minoría, tal y como aseguran los expertos, están armados y tienen influencia en algunas zonas y sobre la población en ausencia de un Gobierno. El ataque contra el Consulado de EE UU en Bengasi el pasado 11 de septiembre, en el que murieron el embajador Chris Stevens y otras 4 personas, hizo saltar las alarmas. Se cree que Ansar al Sharia (defensor de la ley islámica) está detrás del mismo, en lo que sería el primer ataque mortal contra intereses occidentales en Libia. Se especula que el grupo podría tener vínculos con Al Qaeda o, por lo menos, inspirarse en la red terrorista, que se haría en el solitario desierto libio.
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