Reconciliación
Mario Vargas Llosa: el (mejor) manual para reconquistar a una mujer
La relación entre el literato y su expareja podría situarse en la cima de las grandes historias de la literatura o el cine
La crónica de amor de Mario Vargas Llosa y Patricia Llosa no deja de llenarse de matices románticos. Cuando la dábamos por concluida, empezó a retoñar y a estas alturas podría colocarse en la cima de las grandes historias de la literatura o del séptimo arte. Algo así como Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en «Casablanca», incluida su particular encomienda a París. Es verdad que aquí nadie suelta prenda sobre si el escritor ya pidió disculpas a la prima de «naricita respingada» o si ha logrado reconquistar su corazón, pero a nadie le gustaría pensar que la vuelta no es más que un arreglo entre dos individuos que deciden que aún son capaces de vivir juntos sin matarse.
El modo en que se quieren queda a la libre intuición de quienes siguen las redes sociales de sus hijos, especialmente de Álvaro, su primogénito, que son los que van dando cuenta puntual de sus viajes y reencuentros familiares. Y por lo que dicen, ocurren cositas. Pasan mucho tiempo juntos y han viajado a ciudades como París, Lima, Santo Domingo y Sicilia, siempre acompañados de alguno de sus hijos. También disfrutan juntos de las celebraciones familiares y son habituales sus entradas y salidas de la casa que el escritor posee en el Madrid de los Austrias. Son ese tipo de «cositas» las que dejan volar la imaginación y llevan a esas otras de las que él habla en un capítulo de «La tía Julia y el escribidor», cuando traza el amor de una mujer madura. En él emplea el diminutivo para darle gracia y algo más de emoción al momento erótico.
Ante la prensa, los hijos hablan por ellos, limitándose a frases escuetas pero sintomáticas de que todo va bien. El escritor se encuentra «lleno de entusiasmo, energía» y todos están «contentos, felices, encantados, más unidos que nunca». Él simplemente asiente. Para ir más allá, quizás sea más efectivo recurrir a sus relatos, puesto que en ellos siempre está su gente y recrea paisajes que le resultan familiares. También en su relación con Isabel Preysler se permitió algunos desquites literarios. El cuento «Los vientos» ha sido interpretado como un relato, a veces en tono grotesco e incluso escatológico, de sus inquietudes íntimas y la sensación de soledad que vivió con la socialité. Esta misma semana tenía que desmentir, a través de su hijo, que el cambio de título de su nueva novela, «Le dedico mi silencio», tenga nada que ver con su ruptura.
Amor y erotismo
Teniendo en cuenta esta dimensión autobiográfica, es lógico pensar que su manual para reconquistar a Patricia está desplegado en esas novelas en las que el amor y el erotismo ocupan un lugar preferente. En «La tía Julia y el escribidor», esa novela en la que plantea la pasión en todas sus variantes y con todo tipo de matices, aparece descrito un modo de seducción que podría estar reproduciendo ahora con su exesposa y prima Patricia. Es un estilo de amor afectuoso, delicado y sensible, con abundantes diminutivos y juegos de palabras para darle un toque juguetón, muy alejado del amor apasionado que pudo vivir en su etapa inicial con Preysler y más cercano a los requiebros que le dedicó en su discurso de Premio Nobel con la voz rota: «El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico».
Cuántas veces, una vez malogrado su largo noviazgo con Preysler, sus pensamientos habrán vuelto a ese pasaje de «Elogio de la madrastra» en el que Lucrecia, la madrastra, fantasea con Fonchito: «Sin habernos tocado ni cruzado palabra, nos hemos hecho gozar innumerables veces». Aunque se dejen ver juntos, el escritor y su exmujer guardan una distancia, quizás de cautela. Patricia ha demostrado una capacidad infinita para saber perdonar, para servirle la vida en bandeja de plata, y a sus 78 años se sentirá agasajada si el Premio Nobel recupera para ella sus dotes de galán conquistador y la sitúa en un plano superior al de secretaria, asistente, hacedora de maletas, organizadora de vida y esposa paciente que siempre tuvo.
Recorrido vital fascinante
En su manual de reconquista, Mario Vargas Llosa ha vuelto con ella a Miraflores, el barrio limeño que fue para él su «paraíso de la infancia». En él vivió gran parte de su vida y lo dibuja en algunas de sus novelas. Han paseado por sus calles recordando la Lima convulsionada de los años cincuenta junto a una ración de cebiche, plato típico por excelencia de Perú. Tampoco es casual la elección de la isla siciliana como testigo de su reencuentro. En esta región recibió el Nobel, en 1990, el premio Castiglione.
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